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«No estoy bien. Estoy fatal»: 2020 o cuando Meghan Markle se alineó con la Tía Loli

Entre la viral respuesta sincera del ‘Are you ok?’ de la duquesa de Sussex al meme con el que más se ha identificado la población en los últimos nueve meses, la etiqueta social digital muta hacia una aceptación (y celebración) de la incertidumbre, la confusión y el malestar.

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Getty/ Twitter

«En una de las series de televisión estadounidense que veía hace tiempo, en la que no paraban de preguntarse: Are you OK?, una mujer estaba en las ruinas de su casa quemada, rodeada de su familia muerta y alguien le preguntaba: Are you OK? No hay respuesta para ese tipo de preguntas».

Aunque la escritora noruega Nina Lykke escribió esto en Estado del Malestar (Gatopardo, 2020) antes de que la crisis del coronavirus nos noquease a todos como a esa mujer de la serie de televisión que lo ha perdido todo, este fragmento de su novela –un pensamiento de su protagonista, también petrificada emocionalmente, pero por otros derroteros– sirve como referencia útil para medir la temperatura emocional del año: ¿Qué respuesta es la más pertinente a ese ‘¿Estás bien?’ en un 2020 en el que todo se quedó en ruinas? ¿Qué aprendimos sobre estar bien el año en el que nada lo estaba y todo siempre parecía ir a peor? ¿Y qué pasa si contestamos que no estamos bien, cómo proseguimos una vez abierto el melón de la crisis emocional –no solo económica o sanitaria– a la que nos enfrentamos?

Los indicadores desprenden que no, que no estamos nada bien. Según informa The Washington Post, los pensamientos suicidas se han multiplicado durante la pandemia, especialmente entre las mujeres jóvenes (menores de 29 años). Aunque algunos países occidentales no han hecho estudios en profundidad sobre las consecuencias mentales del encierro, los primeros datos que nos llegan desde países que sí lo han hecho no son esperanzadores. Japón, el país con tasas más altas de suicidio de los países del G-7, alcanzó en octubre los 2.153 suicidios, el conteo más alto en cinco años. Entre julio y octubre, 2.810 mujeres se quitaron la vida, un 41% más que en el mismo periodo del año anterior. Un informe del British Journal of Psychiatry publicado en octubre desprende que los pensamientos sobre el suicidio aumentaron durante las seis primeras semanas de encierro en el Reino Unido, especialmente entre mujeres y jóvenes. El estrés, la ansiedad y el aislamiento también afectó a los militares estadounidenses: la tasa de suicidio de soldados casi se duplicó durante el encierro respecto al año anterior.

Si atendemos a la conversación digital –más presente que nunca en una era en la que la charla presencial nos quedó parcialmente vetada– y a los virales que más triunfaron, capaces de calar el ambiente y sintetizar emociones complejas en unidades mínimas de información, entenderemos que si algo aprendimos en el año en el que nada parecía ir bien, es que estaba bien no estar bien y estaba todavía mejor poder expresarlo e identificarse grupalmente.

Si la tristeza te convertía en alguien interesante en la época de los románticos y de los tuberculosos (tal y como destacó sobre la «enfermedad del amor» Susan Sontag en La enfermedad como metáfora), aferrarse a ella, hoy en día, directamente te convierte en fenómeno viral. Veáse el Fatal, gracias ?  de la Tía Loli, el meme involuntario que no pierde fuelle pese a su reincidencia cíclica. Esta respuesta de un grupo de WhatsApp familiar que se popularizó por primera vez en diciembre de 2019 en Twitter (más de 70.000 compartidos hasta que la usuaria que lo publicó decidió ocultar el tuit), se ha convertido en uno de los memes más recurrentes para simbolizar nuestro estado de ánimo perpetuo no solo durante la cuarentena y la primera oleada, donde fue rescatada en incontables ocasiones, también sigue siendo funcional y práctico para quien lo comparta meses después, como ha probado el caster Ibai Llanos al (re)compartirlo con notable éxito a finales de octubre. Si sigue funcionando, básicamente es porque seguimos estando fatal gracias ?.

Más allá del incombustible meme de los enterradores africanos (ahí sigue coleando, las versiones más recientes incluyen la muerte de Maradona), una de las actividades favoritas de Twitter ha sido satirizar y visibilizar los dramas del cambio de etiqueta en la conversación laboral digital. Frente a la irrupción de la pandemia y de un encierro global que transformó nuestra realidad laboral y privada, el lenguaje de nuestros correos electrónicos quiso apelar a la empatía y no parecer insensible frente a la que estaba cayendo. Ese «Espero que estés bien» que aquí tecleamos en cada enunciado se hizo global en múltiples versiones (en inglés la fórmula fue I hope this email finds you welly dio vía libre para que Twitter respondiese a ese inesperado nuevo saludo con imágenes sobre cómo estábamos realmente: ataques de ansiedad, lloreras épicas en grupo y pérdida de papeles o borracheras de tristeza para visibilizar cómo nos sentíamos mientras seguíamos produciendo, contactándonos unos a otros en nuestra jornada laboral y aparentábamos recibir mails estando bien.

Ese desconsuelo generalizado ha servido como hábil cebo de sadfishing –publicar problemas emocionales en la red para despertar la compasión de los otros; hablando en plata, para aumentar el engagement y los likes– y las grandes corporaciones no han escapado de aferrarse a la exaltación del malestar como refuerzo positivo de marca: como los CM de Netflix, calando el ambiente con eficiencia durante toda la cuarentena o Spotify apelando en su resumen anual a que habíamos superado los «67 meses del 2020 a su lado». Todos, hasta los que se han enriquecido aún más en estos últimos meses, querían demostrar que, como tú, lo estaban pasando mal. Que existan todas estas corporaciones monetizando sus virales visibilizando esta tristeza generalizada, ese sadfishing corporativo, ha simbolizado, aún más, un patrón emocional de una agonía global.

«Sentada en una cama del hospital, viendo cómo a mi marido se le rompía el corazón mientras intentaba sostener los pedazos rotos del mío, me di cuenta de que la única forma de empezar a curar es preguntar primero: «¿Estás bien?», escribió Meghan Markle en el ensayo donde compartió que había sufrido un aborto en julio y apeló, en tiempos de coronavirus, a una defensa de sincerarnos sin tapujos sobre lo jodidos que podemos estar. «Recordé un momento del año pasado cuando Enrique y yo estábamos terminando una larga gira por Sudáfrica. Yo estaba agotada. Estaba amamantando a nuestro hijo pequeño y estaba tratando de mantener una cara valiente ante los ojos del público. ‘¿Estás bien?’, me preguntó un periodista. Le respondí con sinceridad, sin saber que lo que decía llegaría a tantas personas (…) Mi respuesta improvisada pareció autorizar a la gente a poder decir su propia verdad. Pero responder honestamente no fue lo que más me ayudó, sino que fue la pregunta en sí. ‘Gracias por preguntar’, dije. ‘No hay mucha gente que me haya preguntado si estoy bien‘». Quién nos diría que 2020 también sería el año en el que Meghan Markle y la Tía Loli acabasen conectadas, pero esto es 2020 y hemos venido a jugar (y a llorar).

Emocionalmente, 2020 ha sido el año en el que pareció cerrarse el círculo de la romantización de la tristeza. «Se vale llorar y bailar», tuiteó Bad Bunny sobre esa dicotomía nuestra de celebrar la bajona, donde incluso habíamos convertido en tendencia la belleza emocional. 2020 ha sido el triunfo del eyeliner emo de Euphoria: las lágrimas de purpurina de Rue (Zendaya) se copiaron en todas y cada una de las campañas de Inditex previas a la invasión de modelos en chándal del #YoMeQuedoEnCasa, asistimos a la invasión del efecto de cara llorada con rimmel de Gucci o del boom de esa teen angst trasladada a los filtros faciales y los metapastiches en la construcción del yo digital. Mientras aquella mentira piadosa colectiva del Todo irá bién inundó los balcones de nuestras ciudades, adolescentes y no tan jóvenes lloraban arcoíris por stories desde su habitación, cuando la pandemia aceleró ese proceso de identificación del desconsuelo como mecanismo de supervivencia y comunión que ya veníamos arrastrando en la sociedad del cansancio.

Acaba 2020 y, a tenor del último meme favorito de Twitter, no parece que la cosa vaya a mejorar. Ya nos lo advierte su enunciado: Marzo de nuevo en tres meses. Y tú todavía procesando y lamiéndote las heridas del 2020. Entonces, ¿cómo va eso? ¿Estás bien?

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