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Sentirse un fraude sale caro: cuánto dinero puede hacer perder el síndrome de la impostora

La percepción generalizada de no merecer el puesto que tenemos no solo afecta a la salud mental o al bienestar de las personas, sino que además puede perjudicar la cuenta bancaria. Dos expertas nos ayudan a entender cómo.

El síndrome de la impostora no solo afecta a nuestra salud mental, también a nuestro bolsillo.
El síndrome de la impostora no solo afecta a nuestra salud mental, también a nuestro bolsillo.Getty (Getty Images/iStockphoto)

A estas alturas conocemos casi todos los indeseables efectos del llamado síndrome de la impostora, ese sentimiento de insuficiencia que puede surgir en la mente cuando se cree que todos los demás se han ganado su lugar en la mesa, pero no uno mismo. Este síndrome (que afecta a un 70% de los trabajadores, según The Journal of Behavioral Science, y que aunque es más frecuentemente femenino también afecta a los hombres) hace que se dudes de ti mismo en secreto, que pienses que eres un fraude e inferior al resto y, lo que es peor, te mantiene en alerta todo el rato porque temes que en cualquier momento te vayan a descubrir. Si he llegado hasta aquí, piensan aquellos a los que les afecta, es por pura suerte.

Aunque no se trata de ningún trastorno psicológico ni de ninguna patología sino de una percepción, la lista de consecuencias para quien lo padece es larga: un “falso impostor” vive más tenso, padece ansiedad, duerme peor, ve desaparecer su entusiasmo y su salud emocional se tambalea. En su día a día aparece el estrés, se siente distraído, se vuelve más ineficaz y se bloquea ante las decisiones. La energía, claro, se agota. Todas esas sensaciones son muy reales y resulta evidente que este puede llegar a ser un problema importante, pero ¿cuánto? ¿Se puede medir su coste?

El síndrome de la impostara o del impostor “es un bloqueo claramente limitante en el bienestar personal y, por ende, en la productividad del país”, resume para S Moda Alejandra Nuño, socióloga experta en crecimiento empresarial, ya que además de afectar a la salud mental nos hace perder dinero. La razón por la que este síndrome y nuestros ingresos están tan relacionados es que está totalmente entrelazado con nuestras carreras. Tara Halliday es filósofa, doctora en ingeniería y lleva 20 años como coach especialista en síndrome del impostor. En este tiempo ha asesorado sobre este tema a más de 650 C-suites (los ejecutivos de alto nivel de las empresas, los que toman las decisiones y cuyos cargos llevan la palabra “chief”). “Decidí explorar el costo monetario del síndrome del impostor, no porque el dinero sea lo más importante, sino porque es una forma de poder cuantificar problemas importantes. Y es posible calcular su impacto en la carrera profesional”, nos cuenta Halliday desde el Reino Unido. Esta experta afirma que “el síndrome del impostor no tiene ningún tipo de influencia cultural en absoluto, ni americana, ni europea ni asiática. Afecta a todo el mundo por igual”.

Nos explica que el síndrome es más evidente entre los llamados “high achievers”, es decir, los que han llegado a posiciones más altas en la jerarquía empresarial, porque llegados a ese punto “no pueden negarlo más: tienen éxito, y aún así se sienten como un fraude”. En generaciones más jóvenes resulta más complicado de detectar porque están en los inicios de sus carreras, pero estos profesionales son especialmente vulnerables porque, como recuerda Alejandra Nuño, “han sobrevivido a tres crisis económicas, en nuestro caso España es el país con más paro juvenil de Europa, alrededor del 30% de los menores de 29 años no encuentra trabajo y el 80% de los que sí lo hace cobra menos de 1000 euros. La crisis y el entorno inflacionista agravan y acentúan este síndrome en los colectivos de jóvenes, mujeres y seniors”.

Echar el freno sale caro

“Hay una serie de patrones de comportamiento que las personas exhiben cuando tienen el síndrome del impostor”, comienza Halliday. “Uno de ellos es el de evitar: evitar un nuevo rol o una promoción porque creen que no son lo suficientemente buenos, aunque lo son”, explica. “Estas personas rechazan ascensos, no los solicitan o cuando cambian de trabajo se mueven de manera horizontal en lugar de vertical hacia una posición mejor pagada. Esto les impide alcanzar su potencial profesional y eso está directamente relacionado con su potencial financiero: a lo largo de su vida laboral un profesional que en Reino Unido tenga un salario final de 125.000 libras puede llegar a dejar de ganar entre uno y tres millones de libras, dependiendo de cuántas veces haya evitado o pospuesto sus promociones”, asegura Halliday. Otro estudio, también británico, elaborado por Virgin Money asegura que el síndrome del impostor podría estar costando a un trabajador medio más de 5.270 libras al año.

En nuestro país no hay datos contrastados de cuánto dinero podemos estar perdiendo si dejamos pasar oportunidades, pero teniendo en cuenta que los expertos cifran entre un 15% y un 30% un aumento de salario razonable cuando te planteas decir que sí a una oferta, podemos estimar nuestra cifra multiplicando los años que nos estancamos y que dejamos pasar oportunidades por el dinero que aumentaría nuestro salario.

Sin decir que sí a otra empresa, en nuestra propia compañía pedir un aumento de sueldo es una conversación complicada con la que muchos no se sienten cómodos. Tener el síndrome del impostor solo empeora las cosas. “Una cosa que hacen estas personas es compararse con los que los rodean, con sus colegas, y buscan diferencias”, explica Halliday, algo que nunca va a tener una respuesta satisfactoria para alguien con este síndrome. “Lo que podrían hacer es pensar en las similaridades. Hacer una lista, empezando por lo más básico, hasta cuantificar la experiencia y la formación. Cuantas más similitudes encuentran más reafirmación sienten y más piensan que sí es buena idea pedir un aumento de sueldo”. Lo mejor que puedes hacer antes de abordar este tema con un superior es estar preparado con razones claras por las que deseas esa subida y tratar de que ningún sentimiento de insuficiencia te impida tener esa conversación difícil que es necesario tener.

El problema de trabajar de más

Una de las conductas a las que suele llevar este síndrome es a ponerse a trabajar jornadas maratonianas en un intento de alcanzar objetivos casi irrealizables. “Tiende a pasar que estas personas trabajan más y más horas, pueden volverse muy perfeccionistas o comenzar a procrastinar su trabajo”, explica Halliday. Esto, en lugar de hacerles sentir más seguros, sienta un precedente poco saludable sobre los límites del trabajo y puede empujarles, irremediablemente, al llamado “burnout”.

“El coste económico del síndrome del impostor también repercute en las empresas porque básicamente tienen a personas con talento que, aunque son buenas e incluso muy buenas en sus funciones, están trabajando en exceso. Así que están exhaustas y estresadas. Esto afecta a la forma en la que el cerebro procesa la información: cuando estamos estrenados el coeficiente intelectual se reduce en 13 puntos (según un estudio de la Universidad de Princeton de 2012)”, apunta Halliday. El cambio en el flujo sanguíneo significa que durante un momento el cerebro no tiene los recursos de oxígeno y curtientes para funcionar a plena capacidad. “Así que se vuelven más emocionalmente reactivos, más fácilmente alterables. Además, el síndrome del impostor puede ser un gatillo para el agotamiento, el burnout”, añade.

En un artículo sobre el impacto del síndrome del impostor en las empresas, Halliday asegura que el burnout es un problema grave, cultural y económico. “No solo por la salud mental del individuo, sino también por la disrupción que provoca dentro de una empresa. Cuando los jugadores clave necesitan un descanso de 3 a 6 meses, los proyectos, en el mejor de los casos, se ralentizan. O el trabajo se pasa a sus compañeros: otros ejecutivos que deberán priorizar qué proyectos reciben atención. O agotarse tratando de hacer el trabajo de dos personas. Los ejecutivos establecen el tono cultural en una empresa y son modelos a seguir para sus equipos. Un ejecutivo que se esfuerza por agotarse sin querer crea una cultura de agotamiento. El costo del agotamiento después se multiplica a través de su equipo”.

El abandono de los que valen, pero están agotados

“Algunas personas con el síndrome del impostor se sienten tan abrumadas, desanimadas y exhaustas por la incesante autocrítica y comienzan a pensar que no están hechos para ese trabajo o sector. Creen erróneamente que el síndrome del impostor es su propio defecto personal, así que tal vez un cambio de empleo lo haría desaparecer (cosa que no sucede). Renunciar a un trabajo puede costarle fácilmente de 3 a 6 meses de salario mientras encuentra un nuevo puesto. Esto significa entre 30.000 y 65.000 libras esterlinas para el director ejecutivo medio, más la pérdida de bonificaciones o participación en los beneficios. Además de la ralentización de tu carrera. Esto puede costar fácilmente 100.000 libras”, cuenta Halliday.

“Estos bloqueos limitantes vienen de diversas causas: lo biológico, lo social (patrones conductuales aprendidos), el entorno de incertidumbre (la inquietante situación de crisis) e incluso los sectores productivos”, reflexiona Alejandra Nuño. Si este es un síndrome casi colectivo, ¿hay alguna escapatoria? “Ahora más que nunca, sobre todo con la nueva cartografía demográfica, es vital la educación financiera, aprender a valorar nuestra propia productividad”, apunta. Conocer mejor nuestra situación económica y las consecuencias de nuestras decisiones puede ayudarnos a desatascar situaciones de bloqueo como las que genera el síndrome del impostor. Esta experta cree que el autoconocimiento es clave en este proceso.

“Necesitamos un nuevo modelo productivo, basado en un equilibrio social, mental, físico y financiero. No hay rentabilidad social sin el respeto a este equilibrio”, reflexiona Alejandra Nuño. Y pone de ejemplo un proyecto de la Universidad de Harvard, una app que ayuda a gestionar esas cuatro esferas: “Es una aplicación gratuita que ayuda a realizar diagnósticos y ejercicios donde se estudia bajo el paraguas de distintas disciplinas el “flourishing” o “florecimiento” de las personas”. En ella hace un hueco a la felicidad y a la salud mental pero también a la formación financiera, aspectos todos relacionados cuando hablamos de superar el síndrome del impostor.

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