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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

«Me robaron el alma»: cómo la cultura corporativa de las empresas priva de la personalidad

«Teníamos que ser felices de nueve de la mañana a seis de la tarde. No importaba si recibíamos un correo desagradable o si un superior nos faltaba al respeto. Mostrar algún tipo de emoción más allá de la complacencia no era profesional».

TRIBUNA2ALTAWEB
Ana Regina García

¿Soy un ser humano? Es una pregunta que me hice varias veces en mi último trabajo. Por la forma en la que se me trató en alguna que otra ocasión diría que no, que no se me consideraba del todo humana. Ni a mí, ni a mis compañeros de la oficina. Cada uno de nosotros era el título asociado a su nombre, no al contrario; por lo que de vez en cuando nos encontrábamos intentando recordar cómo se llamaba la persona que tenía que arreglarnos la fotocopiadora o la mujer que ocupaba la recepción. Lo más importante en ese trabajo era cumplir los objetivos que se nos asignaban al comienzo de cada año. Fingíamos que nos entusiasmaba el nuevo desafío delegado en nosotros y preparábamos presentaciones de PowerPoint con las que ocultábamos que no teníamos ni idea de cómo llevaríamos a cabo las tareas que nuestros superiores habían decidido delegar en nosotros. El secreto del buen jefe (una teoría) no es ninguno de los que se lista en los libros sobre liderazgo, sino saber muy bien a qué miembro del equipo adjudicar cada problema que surja a lo largo del trimestre. La segunda cosa más importante era nuestra felicidad. Teníamos que ser felices de ocho o nueve de la mañana a cinco o seis de la tarde. No importaba si recibíamos un correo desagradable o si un superior nos faltaba al respeto. Mostrar algún tipo de emoción más allá de la complacencia no era profesional.

En ese afán por dominar el idioma corporativo fui perdiendo de vista quién era como persona y qué quería en mi vida. Mis preocupaciones se convirtieron en agentes extraños que solo tenían sentido en el espacio-oficina: sinergias, KPI, accruals, budgets. Mi vida pasó a consistir en mi trabajo y me convertí en una desconocida para mí misma. Solo me di cuenta de esto cuando perdí el trabajo. La última vez que vi cara a cara a mi jefa observé ensimismada sus movimientos al otro lado de la pantalla. Parecía tranquila y eficiente. Una vez finalizó la llamada en la que me despidieron, experimenté una ligera confusión, luego alivio y, al final, una paz extraña que me acompañó durante las siguientes semanas. No lloré y no pregunté por qué. Leí mi carta de preaviso mientras oía a algunos de mis compañeros en los despachos contiguos al que yo solía ocupar recibir llamadas similares. ¿Soy un ser humano? Durante muchos años me senté al otro lado del escritorio de mi jefa y tomé notas frenéticas de todas sus ideas y peticiones, por muy disparadas, fastidiosas o injustas que me parecieran. Poco a poco fui siendo más legal assistant (el título en mi firma) y menos Meryem, y no me parecía importante, no me parecía triste, porque desde el principio de los tiempos se nos ha inculcado que nuestro valor como personas reside en si producimos o no. Esta es la información que consideramos más importante sobre nosotros mismos: nombre, edad, profesión. ¿No es triste?

Esta semana comienzo un nuevo trabajo en una ciudad nueva y me he propuesto no renunciar a tantas cosas a cambio de mi sueldo. Trabajar para poder vivir, no lo contrario. Parece un cliché, pero a veces lo más obvio es lo primero que se nos olvida.

* El primer libro de Meryem El Mehdati, ‘Supersaurio’ (Blackie Books), es un relato sobre una generación, la suya, quemada por el trabajo. El libro se convirtió en uno de los debuts literarios más aclamados de 2022. La autora, que nació en Rabat pero vive en Canarias, lleva casi dos décadas escribiendo ‘fanfictions’ en internet.

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