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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El ‘panettone’ de la autónoma

La paradoja del ‘freelance’ es que renuncia a la estabilidad para hacer lo que le gusta… y deja de gustarle.

Ilustración de Rocío Quillahuaman
Ilustración de Rocío Quillahuaman

Esa mañana me desperté, como siempre, antes de que sonase el despertador. Miré el móvil y antes de ver la hora, vi la notificación de un nuevo ‘mail’. Era de mi gestor. Me decía que a partir del mes siguiente ya tenía que aplicar la retención del 15% de IRPF en mis facturas. Se habían acabado los días del 7%. Aunque solo tenía un ojo abierto —el otro no estaba preparado para despertarse aún—, pude leer que también me avisaba de que a finales de mes ya me tocaría pagar la cuota de autónomos más alta. El ojo cerrado se abrió de golpe. Pero aunque tuviera los dos ojos bien abiertos, lo único que fui capaz de asimilar fue la presión que empezaba a sentir en el pecho. Ni siquiera eran las nueve de la mañana.

No era la primera vez que me despertaba con un ‘mail’ de mi gestor, así que ya sabía cómo tenía que actuar. La primera fase consiste en ignorar esa nueva información, hacer como si no existiera. Al menos hasta que tuviese ‘panettone’ dentro del estómago. “Suerte que es diciembre”, pensé. Mientras desayunaba y fingía que no había recibido ningún ‘mail’, me puse a calcular cuánto tiempo llevaba siendo autónoma. Tres años, más o menos. Añoré un poco aquel tiempo en el que pagaba 60 euros de cuota. Sesenta euros. Por aquella época no solo era autónoma, también trabajaba en una oficina de nueve a seis. Me daba mucho miedo ser solo autónoma, así que durante dos años me refugié en tener otros trabajos de oficina que me dieran más estabilidad económica. Fue la pandemia la que me obligó a ser una autónoma plena, a ser la persona que cree que comer ‘panettone’ hará desaparecer la presión de su pecho.

La siguiente fase es la culpa. “La verdad es que no me puedo quejar”, pensé. “Tengo un par de clientes bastante fijos que, en conjunto, me dan unos ingresos básicos para sobrevivir, lo justo para seguir tirando. No todo el mundo puede decir eso. Y además también me dan mucha libertad creativa. Yo que sé, al fin y al cabo, puedo dedicarme a lo que me gusta, joder. ¿No es eso lo que todo el mundo quiere? Puedo despertarme cada mañana con ilusión y hacer algo que me gusta así que, ¿qué problema puede haber con eso? ¡Ninguno! No sé de qué me quejo”, pensé, “si estoy de maravilla, desayunando ‘panettone’, pensando en que esta fase también podría llamarse la del autoengaño”.

Hay un pensamiento en mi cabeza desde hace un tiempo. Que me persigue en sueños, que me despierta antes de que suene el despertador, que me hace comer ‘panettone’ con ansia. Desde que solo soy autónoma y mis ingresos solo dependen de lo que me gusta hacer… ya no me gusta tanto lo que hago. Cada vez me gusta menos, de hecho. Cada vez estoy más preocupada por el dinero, las gestiones, los ‘mails’ exigiendo que me paguen facturas que me deben, sentirme culpable por hacerlo, autoexigirme que lo haga, ‘googlear’ qué diablos es el modelo 130 por milésima vez o por comprender lo que me dice mi gestor que por las ideas. “Lo que me gusta hacer” es un personaje secundario en todo esto y muchas veces sufre el daño colateral en mis batallas de ser autónoma. La fase del autoengaño no tiene nada que hacer con esta fase. Ni siquiera tiene nombre porque me aterroriza.

Recibí una nueva notificación. Era de la ‘app’ de mi banco. Al parecer había recibido un ingreso. Entré a ver y era el dinero que había ganado en el concurso de televisión ‘La ruleta de la suerte’, en el que cuando me presenté dije que era autónoma y que necesitaba dinero para sobrevivir. En ese momento me sentí asqueada por verme más representada por eso que por las animaciones que hago, pero así era cómo me veía. Al menos gané la cantidad justa para pagar la nueva cuota de autónomos, pensé. Hasta me sobra un poco para comprar más ‘panettone’.

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