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Una mujer de 40 se enamora de un niño de 14: cómo Varda y Birkin contaron sin polémica lo que hoy sería imposible

Hablamos con Isabel Coixet y la historiadora Imma Merino sobre la película Kung-fu master, que contra todo pronóstico se exhibió en el festival de Berlín y no generó polémica alguna. Estas son las claves para tratar un tema tan espinoso sin ofender al público.

Mathieu Demy, hijo de Agnès Varda, y Jane Birkin en Kung fu Master.
Mathieu Demy, hijo de Agnès Varda, y Jane Birkin en Kung fu Master.Cordon Press (Alamy Stock Photo)

La cineasta Agnès Varda y su amiga, la actriz y cantante Jane Birkin, que eran dos genias en lo suyo, estrenaron en 1987, una en la dirección y el guion, la otra como autora de la idea y como protagonista del film, la película Kung-fu master, (que se puede ver en Filmin). La cinta narra sutilmente, sin estridencias, la relación imposible entre una mujer de 40 años, sofisticada, inteligente, madre de dos hijas, bastante rota sentimentalmente, y un adolescente de 14 años. Un planteamiento incómodo, desasosegante, que, en cambio, fluye de manera casi natural durante los 80 minutos de metraje.

La película, cuyo título remite a un videojuego muy popular del momento, el mismo al que juega el niño protagonista, se exhibió en el festival de Berlín y no generó polémica alguna durante el tiempo que estuvo en cartel, contra todo pronóstico. Varda estaba muy satisfecha de ella, de lo que quiso contar y de lo que contó finalmente, pese a lo espinoso del planteamiento. De hecho, los adolescentes que salen son los hijos respectivos de las dos: Charlotte Gainsbourg, hija en la vida real de Birkin, interpreta también a la hija en la pantalla, y el niño del que se enamora Birkin, Mathieu Demy es el propio hijo de Varda.  Al contrario de lo que un relato como este podría suponer en el imaginario colectivo –evidentemente rompía las normas de los romances convencionales y destapaba un asunto polémico– la película forma parte de ese corpus cinematográfico de la Varda, libre, visionario, sutil, elegante y honesto.

Jane Birkin su hija Charlotte Gainsbourg en Kung fu Master.
Jane Birkin su hija Charlotte Gainsbourg en Kung fu Master.Cordon Press (Alamy Stock Photo)

Como dice la también cineasta Isabel Coixet, que tuvo un vínculo importante con Varda, después de que coincidieran en una de las ediciones del festival de Cannes como jurado, “ella siempre fue muy libre, fue a su bola, como una outsider. Era un terremoto. Y en esta película, que plantea tantas cosas que rozan lo prohibido, lo demuestra todo”. Agnès adoraba a Birkin, y cuando la actriz y cantante anglofrancesa le llegó con la idea, que había sido un sueño, no lo dudó. Juntas compusieron una historia que subvertía todas las normas del romance. “Varda, que fue tan pionera en sus documentales, en sus fotografías que ya se había adelantado cuatro años a la novelle vague estaba muy satisfecha con esta película. Quería mucho a Jane, eran amigas de verdad, ella había hecho el documental sobre Jane, sobre su fragilidad, sobre su inseguridad, y eso está en el personaje que compuso”, asegura Coixet.

 El documental del que habla es Jane B. para Agnès V.  y fue justo ahí, donde la cineasta retrata a la actriz cuando ésta ya era un icono, cuando surgió todo. Birkin le contó ese sueño, Agnès lo tomó, le dio la vuelta, y ambas crearon este relato sutil, más tierno que sensual, más sentimental que carnal, que se mete de lleno en asuntos de enjundia: la soledad de la mujer, que está separada de sus dos maridos, padres de sus dos hijas en la ficción; la inseguridad en una misma, el miedo al futuro a esas edad; la maternidad controvertida y agotadora a ratos (cuando la hija adolescente descubre el idilio, enloquece, repudia a la madre, que la asquea); la aparición del SIDA y todo lo que conllevó en lo que concierne a la libertad de amar; el deseo cuando ya no lo esperas, y la fortísima penalización hacia la mujer que seduce…

Pero hay otro aspecto interesante sobre esta ficción, repleta de matices, donde no hay nada lineal, donde hay toda una retahíla de emociones, contradicciones, dudas, que también destaca Coixet. Al contrario que en los relatos masculinos similares vistos hasta el momento, como por ejemplo Lolita, donde la damnificada es la niña y no el depredador, en esta ocasión, lo que Agnès demuestra es que la damnificada también es la mujer, la supuesta depredadora. Aunque la manera de contar el personaje que seduce sea diametralmente opuesta. “Agnès cuenta que finalmente la que sale perdiendo en todo el conflicto es la madre, la mujer. Es la mirada del niño la que despierta en ella algo. Un hombre había ligado con la niña y luego la habría abandonado”, explica Coixet.

La película pasaría por supuesto el test de Bechdel, mucho antes de que a nadie se le hubiera ocurrido, e incluso, pese al tema complejo que aborda, todo el decálogo de buenas prácticas para combatir el sexismo en los relatos audiovisuales, que lanzó CIMA, la entidad de mujeres cineastas, a saber: las mujeres son diversas, no son solo cuerpos, (Jane tiene emociones, su deseo sexual es solo una pequeña parte de lo que ella siente por Julien);  existen más allá de los cuarenta años, crea nuevos referentes y dinamita los estereotipos de género; las mujeres no son solo madres, novias o víctimas de violencia. Todo eso está magistralmente interpretado por Jane Birkin, y bien narrado por la cámara y la foto, tan novelle vague de Varda.

Para Imma Merino, profesora de Historia y Teoría del cine en la Universidad de Girona, y autora de una de las obras más importantes sobre la cineasta, el ensayo minucioso, Espigadora de realidades y de ensueños’, la cineasta belga nunca reproducía fórmulas comerciales, nunca te miraba por encima ni por debajo, sino a los ojos. “Su deseo es conocer a los otros, por eso hace cine desde la libertad, con una mirada propia, hablando de lo personal y tratando libremente al espectador y mostrando las cosas como son para que pienses, reflexiones”. Es justo esto lo que sucede en esta película, que según la actriz y cineasta Zaida Carmona, ahora mismo sería imposible o muy difícil su exhibición. “Hay muchas cosas que me interesan en esta película, que vi por primera vez en mi etapa universitaria, que me gustó mucho y que me impresionó por esa manera libre y diferente de hacer cine. El hecho de que el personaje de Birkin sea una mujer muy rota, que no sabe bien lo que hace cuando se enamora, que en realidad lo que pretende es vampirizar la juventud. Y el hecho de que Varda no la juzgue, que muestre esa mirada de una mujer de 40 años y su deseo, que le da espacio a ese deseo… todo era muy subversivo”.

Kung-fu Master frente a Lolita, Agnès frente a Kubrick

¿Por qué la película de Stanley Kubrick que adaptaba la célebre novela de Navokov, Lolita, (1962) generó la misma conmoción moral que el libro (cuatro editoriales la rechazaron antes que la Olympia Press accediera a publicarla en 1954) y en cambio la de Kung fu-master de Varda (1987) fue bien acogida, sin polémicas, cuando aborda de alguna manera el mismo asunto?

Revisando ambas, podríamos decir las separa casi un paradigma, tal y como dice Carmona. “En Lolita hay un personaje muy fetichizado, pero el niño de Varda no lo es, aquí nos centramos mucho en ella, cómo ella lo vive, como rechaza incluso a su hija, como se rechaza a sí misma. Encontrar relatos de mujeres de más 40 que cuenten su deseo era casi imposible. Encontrar, en cambio, los relatos de hombres mayores, sí.  En Lolita está presente la niña como objeto sexual, y eso a nosotras nos produce rechazo”. Aquí, en cambio, el niño no está objetualizado, no se presenta como un objeto de deseo. La protagonista se enamora por motivos que van más allá, por rejuvenecer, porque la remite a su adolescencia…. “No estamos deseando a ese niño y el hecho de que nos lo muestre así, hace que podamos empatizar con ella, con la protagonista. Hay una carga feminista ahí que ahora resultaría imposible de relatar”, afirma Carmona, que coindice en la tesis de Coixet, y en la que de manera consciente quisieron contar Varda y la propia Birkin. De hecho, poner como protagonista adolescente, el que despierta un deseo incorrecto, al propio hijo de la directora, era toda una declaración de intenciones.

Kubrick se recreó en el cuerpo de Lolita, con esa “mirada masculina”, esa mirada tóxica que ha acompañado al cine desde sus inicios, y que contó muy bien la cineasta Nina Menkes en su documental Brainwashed: Sexo, cámara y poder. Usó un lenguaje cinematográfico para contar que era ella quien iniciaba la seducción, de tal manera que se justificara la perversión de él. Jugaba así con el arquetipo de la femme fatal, algo a lo que, ya sabemos, ningún hombre puede resistirse. Varda se va a otro lado, sin cargar la culpa en nadie, narrando un episodio casi sentimental. Kubrick, con su apuesta, nos cuenta que Humbert, el depredador protagonista, es un poco un mártir, y la pequeña, un poco perversa. Se centra en el juego sexual, en lo carnal. Agnès no opta por nada de eso. De hecho, se sitúa en las antípodas. Lo suyo es casi naif, y el relato resultante no te produce rechazo de ningún tipo. Te desasosiega, pero no te asquea. Quizá tenga que ver también que lo sexual entre un hombre adulto y el cuerpo de una niña adolescente (con la penetración como eje) siempre será más violento, más áspero, que lo mismo, pero al revés.

La película termina con el niño, Julien, una vez finiquitado el romance, en un primer plano hablando a sus amigos de su relación con Mary-Jane donde les dice, alardeando: “estaba loca por mí y le seguí el juego” seguido de un “cuando hay que cumplir hay que cumplir, ¿no?”. Algo que pretende reafirmar la intención del relato de la cineasta, un relato sensible, raro, de lo que no se puede ocultar.

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