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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un universo de posibilidades

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“Es fácil ver los principios de las cosas, y difícil ver los finales”, escribió Joan Didion en su ensayo de despedida a Nueva York, Goodbye To All That. En el texto, que cierra su famosa colección de ensayos Slouching Towards Bethlehem, la autora construye una carta de sentimientos encontrados de su tiempo en la ciudad, desde su enamoramiento inicial hasta la depresión en la que se encontraba cuando finalmente decidió mudarse a Los Ángeles. Es difícil mirar atrás y no romantizar el pasado, cuando todo era nuevo y emocionante. Durante la juventud, escribe Didion, parece que todas las opciones están a nuestro alcance. En esos primeros años, Manhattan se abría ante ella como un universo de posibilidades, un sitio mágico donde nada era irrevocable. La historia de su llegada y su partida está empapada de nostalgia: por la gente que estaba y se fue, por la persona que ella misma dejó de ser en el trayecto, por las fiestas que dejaron de ser interesantes y las ilusiones que se perdieron.

Cuando releo el ensayo de Didion, a veces me siento tentada a pensar también que la mejor etapa de mi vida ha quedado atrás. De repente, mis años universitarios me parecen un oasis de tranquilidad, y mi primera época profesional la más energizante. Pero nostalgia es una palabra falsamente griega, construida a partir de las raíces nostos (regreso) y algos (dolor), que en realidad fue acuñada a finales del siglo XVII. La propia palabra representa la trampa del concepto: es cómodo creer que lo que ya pasó fue lo fácil, lo verdadero, lo feliz. Algunos días pienso, como Didion. Pero sé que esa nostalgia es en realidad un fracaso de la imaginación. La imposibilidad no está en el hecho de que las cosas cambien, que los lugares se transformen o las relaciones dejen de funcionar, sino en nuestra propia renuncia a imaginar un futuro mejor.

Me acuerdo a menudo de una columna de Milena Busquets sobre las segundas veces, en la que explicaba que siempre ha creído que las primeras veces están sobrevaloradas: casi siempre llegan demasiado pronto. Ella defiende todas las veces que decidió hacer cosas a consciencia, después de ya haberlas probado: ciudades, viajes, amores. Cuando me encuentro idealizando algo, recuerdo que no me enamoré verdaderamente de Nueva York hasta la cuarta vez que visité la ciudad. Hace dos veranos, la librería Book Culture de Columbus anunció su cierre en mitad de la pandemia: los propietarios les habían duplicado el precio del alquiler. El local se llenó de mensajes de protesta, e incluso se organizaron manifestaciones para evitar su clausura. Book Culture era un centro cultural de Upper West Side, el barrio en el que vivía en aquel momento. Pero los propietarios no dieron su mano a torcer, Book Culture bajó sus persianas y a mí me invadió una profunda nostalgia por ese bloque de edificios que se transformaría en otra cosa, seguramente peor. Al cabo de unas semanas, la librería Strand, un emblema de la cultura neoyorquina, anunció que iban a inaugurar su primer local fuera de la mítica tienda en Broadway: Strand Upper West Side, en el edificio donde habitó Book Culture.

Es posible que, como Didion, un día yo también pierda la ilusión por esta ciudad. A veces me pesa la sensación de que aquí todo el mundo está de paso. Pero una visita a la librería Strand de Upper West Side, cerca de mi antiguo apartamento, me recuerda que todas las posibilidades del mundo siguen estando aquí, al alcance de mi mano. Solo hay que mirarlas de frente.

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