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Stefano Palatchi, la voz elegante

Le costó encontrar su lugar en el mundo: legionario, vendedor de tejidos, actor, intérprete de zarzuela y, finalmente, cantante de ópera. Ahora, recién cumplidas sus bodas de plata en el escenario, se lanza a una nueva aventura musical.

Stefano Palatchi

La casa de Stefano Palatchi (Barcelona, 1959) es un soleado piso en la zona alta de Barcelona atiborrado de recuerdos. Le gusta vivir rodeado de piezas heredadas, así como de fotos familiares y objetos de su vida profesional. «No tiro nada, siempre encuentro alguna razón sentimental para guardar las cosas». Allí se mezclan tapices del siglo XVIII, procedentes de la casa paterna, con innumerables galardones conseguidos a lo largo de su carrera, pinturas, esculturas, fotos, discos, libros y hasta el molde de la boca de Plácido Domingo, que reposa, insolente y firmado por el famoso tenor, en una de las atestadas librerías del salón. «Plácido y yo compartimos dentista, y es tal mi admiración por él que le pedí a la doctora que me regalase el molde. Él ha sido una figura muy importante en mi carrera, ya que un día me oyó cantar y me propuso actuar en la gala de Reyes que tiene lugar en Madrid para celebrar el cumpleaños del Rey. Ese fue el empujón decisivo». Nos lo cuenta elegantemente ataviado con un blazer azul marino (de Aramis, donde se viste habitualmente) y una camisa azul cielo con puños y cuello blanco. «El blazer es una de mis prendas favoritas. Me da mucho juego, porque permite una elegancia relajada y poco encorsetada, que es con la que más me identifico».

Un guion novelesco. A los 15 años dejó sus estudios en el Liceo Francés de Barcelona y se puso a trabajar como viajante, para vender aquí y allá los tejidos y encajes de El Suizo, el negocio de su padre –semilla de la firma Pronovias, que hoy lidera su hermano Alberto–. Vinieron después sus años aventureros, primero con un viaje a Israel donde pasó 12 meses en un kibutz (comuna agrícola israelí) y después la etapa de legionario y que duró dos años. Tras su regreso a Barcelona vivió el momento cine, «trabajé en algunas películas como La ciutat cremada y Victoria, dirigidas por Antoni Ribas, y compartí cartel con Helmut Berger y Paco Rabal. Después llegué a ser finalista para interpretar el personaje Pijoaparte en Últimas tardes con Teresa, pero al final le dieron a Banderas el papel protagonista».

Y fue entonces cuando decidió retomar el canto. «Mi madre era una gran aficionada a la música y había estudiado con Conchita Badía, profesora de Montserrat Caballé. Gracias a su influencia yo también empecé a estudiar canto a los 15 años, con una maestra muy buena llamada Maya Maiska. Después de dejar el cine me metí en el mundo de la zarzuela y más tarde me interesé por la ópera. Un día, mientras estaba tomando clase con el maestro Puig, llegó Luis Andreu Marfà, entonces director artístico del Liceo, y me oyó cantar. Le gusté y me propuso interpretar un pequeño papel en Lohengrin de Wagner. Ese fue mi debut, del que hace ya casi 26 años». Vinieron entonces las largas temporadas de estudios con Gino Bechi, Ettore Campogalliani y Armen Boyajian, en Florencia y Nueva York. Y desde ese momento nunca le han faltado suculentos contratos.

En sus continuos viajes aprovecha para comprarse ropa. Se encuentra como pez en el agua en la londinense Savile Row, donde suele encargar camisas en Gieves & Hawkes. También acostumbra visitar Loro Piana en Milán para darse algún capricho y, en Nueva York, Ralph Lauren y Bergdorf Goodman. «Me gusta seguir la moda femenina, mucho más divertida que la nuestra», confiesa. Pero sin duda es Aramis, la prestigiosa tienda barcelonesa, con la que más se identifica. «Allí conocen mis gustos desde hace muchos años y, como tienen mis medidas, puedo comprar hasta por teléfono».

Fanático del método. Se reconoce extremadamente riguroso con el trabajo y se cuida como un atleta de élite. Afirma que puede con todo y que su versatilidad le permite encajar en cualquier papel, aunque con lo que más disfruta es con personajes clásicos del bel canto. Amante de los retos, ahora emprende una nueva aventura adentrándose en el mundo del jazz. Por iniciativa de la Duke Ellington Orchestra de Nueva York se ha lanzado a estudiar a fondo temas de compositores clásicos como George Gershwin o Cole Porter. «Aunque esto no pasa de ser un divertimento, ya que la ópera sigue siendo el leitmotiv de mi carrera», afirma.

Y clásica es también su manera de acercarse a la moda, lo que le hace ser fiel a los trajes de buen corte y los zapatos de cordones. «Helena, mi mujer, me ha modernizado. Siempre he acudido a los ensayos con traje y corbata. Ha sido hace poco cuando he empezado a usar vaqueros y zapatos Hogan, comodísimos y con un aire más deportivo y relajado. Soy adicto a los fulares porque debo proteger mi garganta. También suelo llevar sombrero cuando hace frío, porque la cabeza es la zona del cuerpo por donde primero se pierde el calor interno. Es una pena que ahora se use tan poco ese complemento. Recuerdo que mi padre, un señor muy elegante, jamás salía a la calle con la cabeza descubierta».

Lo usa en conciertos y recitales y fue hecho a medida hace 20 años por el sastre barcelonés Simorra. Los tirantes son de su padre.

Sergio Moya

Partitura de La Bohéme, repleta de las anotaciones que suele tomar durante sus horas de estudio.

Sergio Moya

Se viste por los pies Zapatos de frac de charol negro, que pertenecieron a su padre y que usa en sus recitales. Junto a ellos, algunas de sus grabaciones y una miniatura de la escaleta de la película Victoria.

Sergio Moya

Pasea como pez en el agua por Savile row, donde encarga camisas en Gieves & Hawkes.

Sergio Moya

El molde de la dentadura de Plácido Domingo es uno de sus tesoros. Al lado, gemelos de plata en forma de grifo.

Sergio Moya

El orden es un rasgo que lo define bien. En primer plano, sus zapatos favoritos, unos Church’s de piel de potro.

Sergio Moya

Sergio Moya

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