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Tropezar siempre con la misma piedra: el agujero negro de repetir relaciones de pareja fotocopiadas de la anterior

Elegir un mismo tipo de pareja tras una ruptura, parece incoherente, pero es algo bastante generalizado, aunque también depende de cuál sea nuestra propia personalidad.

Echarse una nueva pareja fotocopiada de la anterior es un fenómeno común.
Echarse una nueva pareja fotocopiada de la anterior es un fenómeno común.Getty

Un amigo nos dice que ha conocido a una chica nueva, pero cuando nos enseña su foto, tenemos la sensación de que se parece mucho a su última ex… y a la anterior. Y también bastante la anterior. Es un escenario que se da con cierta frecuencia, pero hay peores casos: los que fotocopian no solo apariencias o personalidades, sino dinámicas tóxicas en cada una de sus relaciones de pareja. Los que son incapaces de dejar de tropezar siempre con la misma piedra.

La psicóloga Raquel Graña desgrana en su último libro Vivir siendo libre (Mil amores) la historia de Sara, una joven que precisamente acude a su psicóloga para analizar sus problemas de pareja y descubre que uno de sus problemas es que repite siempre los mismos patrones. Graña narra esta historia como un ejemplo de sus vivencias y de las que observa habitualmente en consulta. Por ejemplo, las de mujeres heterosexuales que encadenan relaciones con hombres muy predeterminados, “muy centrados en sí mismos, egoístas, que no quieren crecer…”. Aunque también se repite otro patrón en estos casos, porque quien busca este tipo de parejas suele ser “alguien codependiente, que necesita cuidar a otros para sentirse valorado y querido, descuidándose a sí mismo”.

¿Una cuestión social, genética o familiar?

Por qué elegimos una pareja y no otra sigue sin ser una cuestión del todo resuelta. En el trabajo de Selección de pareja y diferenciación: un estudio cualitativo de la Universidad Nacional Autónoma de México, los encuestados aseguraban que su elección de pareja era una cuestión del azar y las circunstancias, mientras que el análisis señalaba que el hecho de comprometerse con esa persona y no con otra tiene que ver con la relación de los sujetos con sus propias familias. “Podemos observar que el nivel de diferenciación obtenido y desarrollado en la familia de origen es trasladado a la relación de pareja y posteriormente a la relación con los hijos”, concluye el estudio.

Otros trabajos, como el publicado en Plos Genetics, apuntaba a que más que una cuestión sociocultural, la elección de la pareja tiene un componente genético. En concreto, los investigadores explicaban que la región del genoma implicada en la respuesta inmunitaria, conocida como MHC, sería lo que condicionara la elección de la pareja. El problema es que este trabajo se basaba en un estudio con animales, que dejaba muchos factores humanos a tener en cuenta fuera de la ecuación.

Sin embargo, es precisamente en el hecho de demostrar que a la hora de elegir pareja repetimos patrones donde parece haber una evidencia más sólida. Así, una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), realizada por la Universidad de Toronto, explicaba que aunque lo más común cuando una relación acaba es atribuir la ruptura a la personalidad de la expareja y tomar la decisión de enamorarse de otro tipo de persona, existe una tendencia muy acusada a continuar teniendo parejas con una personalidad parecida en líneas generales. Aunque, como curiosidad, eran las personas extrovertidas, es decir, más abiertas a conocer gente nueva, las que tenían menor tendencia a repetir relaciones con el mismo tipo de pareja.

Cristina Alonso, psicóloga de Psicología Blu, también encuentra esta cuestión con asiduidad en su consulta. Tanto, que recientemente decidió escribir un post sobre ello. De nuevo, apunta al factor familia como una de las claves. “Si las relaciones de nuestros padres fueron positivas, sanas y satisfactorias, tenderemos a buscar parejas similares. En cambio, si fueron más bien negativas, conflictivas e insanas, tenderemos a repetir esos patrones relacionales en futuras parejas”.

De esta forma, parece que la teoría del apego tiene un papel importante en estos casos. La psicóloga Eva Montane explicaba en La mente es maravillosa que “desarrollamos un apego seguro cuando nos han educado con afecto, atendiendo nuestras necesidades y emociones (sin sobreprotegernos) e imponiéndonos unos límites claros y adecuados. Desde este estilo educativo nos identificamos con el modelo y buscamos parejas similares, que nos traten de manera sana y satisfactoria. Así es cómo nuestra forma de relacionarnos puede estar influida por la manera en que nuestros padres se relacionaron con nosotros y entre ellos”.

Cabe recordar, como ya explicaba la psicóloga general sanitaria Montse Cazcarra a Smoda, que “la literatura dice que hay cuatro estilos de apego: un estilo en el que impera la seguridad emocional, llamado apego seguro, y tres estilos en los que el miedo y la inseguridad son los protagonistas”. Es por ello que, en estos últimos casos, repetir relaciones basadas en ese miedo e inseguridad puede llegar a ser un problema. Sin embargo, la experta insiste en que “el estilo de apego es plástico. Podemos aprender a establecer vínculos más seguros y a ser nosotros quienes tomemos las decisiones dentro de la relación, no nuestros miedos e inseguridades”.

¿Afrontamos el problema?

A veces, la piedra con la que tropezamos no es solo el mismo perfil de pareja, sino nuestra incapacidad para ver y asumir nuestros propios problemas en las relaciones. Como apunta Graña, y como señalaba el estudio de la Universidad de Toronto, solemos asumir que el problema de la relación era de la otra persona. Craso error. “Cada persona tiene siempre asuntos que resolver, ya sea por miedos, creencias, estereotipos, crianza…”, insiste la psicóloga.

Aunque se da otro caso: el de pensar que el problema no es elegir mal, sino que las relaciones suelen ser todas malas por norma general. “Podemos tender a conformarnos y generalizar aquello de ‘todos/as los/as tíos/as son iguales’ perdiendo así la oportunidad de conocer a personas distintas”, apunta Cristina Alonso. La realidad es que esta afirmación “solo es un modo de no querer ver nuestra propia responsabilidad en las relaciones de pareja, que nos lleva a no cambiar nunca nuestra forma de relacionarnos con esas personas”.

Pero hay lugar para la esperanza porque “hay personas que, por su forma de gestionar emociones o conductas, son más conscientes de ello. De hecho, cada vez son más los que se preocupan por su salud mental y buscan a un profesional que los acompañe en este proceso”, señala Alonso.

Pero, ¿cómo nos lastra el hecho de repetir patrones? Graña contesta: “Lo complicado es cuando no queremos verlo. Pensamos que va a cambiar, nos agarramos con uñas y dientes a los pequeños momentos de felicidad o tranquilidad, que son ínfimos, y cerramos los ojos”. Estos casos son los más complejos. “Dan lugar a que vivamos una vida de constante sufrimiento, con un velo en los ojos”.

Graña advierte de que muchas veces nos negamos a aceptar estas dinámicas porque no queremos ver nada negativo en nosotros mismos. “Pero, sencillamente, es darte cuenta de que no te pasa nada malo, simplemente hay determinados aspectos que te atraen”.

Y, ¿cómo es el proceso que nos lleva a salir de este círculo vicioso de tener relaciones fotocopiadas? “Una vez el paciente es consciente de sus emociones y la responsabilidad de su conducta, se enseñan herramientas de gestión emocional”, aporta su visión Cristina Alonso. “Entre estas herramientas, por ejemplo, se incluye el entrenamiento en comunicación asertiva, ya que la comunicación es la base más importante de una relación sana”.

“La terapia te ayuda a conocerte mejor, a escucharte, a valorarte, a elegirte a ti, no a los demás por miedo a la soledad, al rechazo, al abandono. Es ser consciente y decidir desde la libertad”, concluye Graña.

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