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¿Está el capitalismo arruinando nuestra vida sexual?

Cada vez más mentes sostienen que las relaciones afectivas no van por un carril y las laborales o económicas por otro, sino que se entrecruzan. Varios expertos nos explican por qué amor o sexo son también construcciones socio-políticas.

Fotograma de 'El lobo de Wall Street'.
Fotograma de 'El lobo de Wall Street'.Cordon Press

¿Se acuesta uno también con el sistema político-económico en el que vive?, ¿es inevitable que las normas sociales y de mercado tomen parte (consciente o inconscientemente) en nuestra forma de concebir o desear el sexo? Cada vez más mentes sostienen que las relaciones afectivas no van por un carril y las laborales o económicas por otro, sino que ambas realidades se comunican y entrecruzan, para bien (en periodos de libertad y bonanza) o para mal (en épocas de represión o vacas flacas).

En Estados Unidos acaba de salir al mercado un libro que dará que hablar, Why women have better sex under socialism (Por qué las mujeres tienen mejor sexo bajo el socialismo), de Kristen R. Ghodsee, etnógrafa estadounidense y profesora de Estudios de Rusia y Europa del Este en la Universidad de Pensilvania. Conocida en el campo de los estudios de género postsocialistas, Kristen se ha pasado los últimos 30 años investigando las experiencias en países no capitalistas, que ha vertido en siete libros sobre el día a día, la sociedad, la política y los trastornos económicos tras la caída del Muro de Berlín en 1989.

Una de las primeras críticas a su nuevo hijo literario, que Ghodsee recibió vía New York Times, fueron los comentarios de lectores que sostenían que si las mujeres de países socialistas disfrutaban más de su sexualidad es porque no tenían nada mejor que hacer, por ejemplo, en la Alemania del Este. No podían ir de compras, al cine o a cenar. Por lo tanto, la única baza que les quedaba era la del sexo. Pero la tesis principal de Kristen es, como cuenta a S Moda, que “cuando las mujeres pueden ganarse solas la vida, sin ayuda de los hombres, tienen acceso al divorcio, al aborto, a derechos reproductivos y a ayudas en la crianza de sus hijos, su sexualidad también mejora. Y puesto que los hombres saben que si no están contentas se van, esto es un incentivo para que se comporten mejor, como parejas y como amantes”.

Me pregunto qué hay de la moral, la ética sexista que han imbuido a las chicas durante siglos. ¿No ha sido (y me temo que todavía es) un impedimento en su disfrute? ¿Se reduce todo al dinero?, le pregunto a Ghodsee. “Si, hay muchos factores que contribuyen a la hora de hablar de satisfacción sexual. Como apunto en el libro, las mujeres de los países socialistas no se libraron de la doble carga del trabajo fuera y en casa, unido esto a la economía de escasez de dichos países. Tampoco este sistema cambió las profundas raíces de la cultura patriarcal ni pudo escapar siempre a la influencia de la religión o de las comunidades rurales, mucho más tradicionales y conservadoras respecto al papel de la mujer. Pero incluso en Polonia, donde la Iglesia Católica ha tenido siempre mucho poder y ha permanecido fuerte a pesar de la política de secularización, las mujeres se mostraban bastante satisfechas con sus vidas y estaban en igualdad con los hombres”.

Aunque el título del libro parezca inducir a la nostalgia de la vida sexual en los países del Telón de Acero, su autora está más empeñada en denunciar los problemas que el sistema opuesto ha traído a nuestra dimensión erótica. “Las mujeres son la clase más explotada y precaria en el capitalismo. Ellas cargan con todo el trabajo de la crianza de los hijos o el cuidado de la familia y lo han hecho, históricamente, gratis. En Estados Unidos el gobierno pagó por estos servicios (guarderías, lavanderías, colegios) durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los hombres estaban en el frente y se necesitaba mano de obra femenina, pero acabado el conflicto dejó de prestar estos servicios y todo volvió a ser como antes. En la Europa contemporánea, las políticas de austeridad han cortado muchas prestaciones sociales, la mayoría de ellas destinadas a la familia, la ayuda a los niños o personas dependientes, y esto ha recaído de nuevo en las grandes cuidadoras, las mujeres. El trabajo femenino está devaluado y, frecuentemente, no pagado (trabajo en casa) y, por lo tanto, la supervivencia de la mujer tiende a depender del hombre. La sexualidad de las mujeres se convierte en una mercancía bajo el capitalismo. No es un intercambio explícito sino más bien una serie de expectativas sociales en las que a cambio de ciertas demandas (soporte económico u emocional, por ejemplo) se puede tener acceso a la sexualidad del otro bajo los confines del matrimonio o la pareja”, explica esta autora.

Este otoño ha salido también a la luz otro libro que, desde otro planteamiento totalmente distinto, se enfrenta al ‘capitalismo erótico’. Se trata de la novela Feliz Final (Seix Barral) de Isaac Rosa que trata de lo importantes que son las condiciones materiales para que una pareja nazca, crezca y florezca, o se marchite. Los efectos colaterales del capitalismo salvaje ya han llegado a la cama (inseguridad, paro, trabajos precarios, alquileres imposibles), pero además el sistema también acaba diseñando lo que deberían ser las relaciones sentimentales.

“Vamos al amor con esa lógica empresarial de minimizar esfuerzos y maximizar beneficios. Amamos con la calculadora y eso liquida lo que de extraordinario puede haber en el amor, lo convierte en una relación económica más”, afirmaba Isaac Rosa en una entrevista al diario Público. “¿Podría ser el amor una forma de resistencia frente a la fábrica en la que vivimos? Puede ser una aspiración ingenua, pero lo cierto es que mientras no sepamos formular o reformular ese amor bueno, tendremos que asumir que el amor con el que contamos es un espacio más del capitalismo, un espacio en el que todos somos usuarios y que no nos pone a salvo de nada. Lo que ocurre es que siempre entra en juego la ironía y enseguida colocamos las comillas y pensamos que es una ingenuidad y nos acabamos conformando con un amor que sea más o menos soportable”, sentenciaba este autor.

Una vida precaria genera relaciones sentimentales precarias

“El sociólogo estadounidense Zygmunt Bauman ya apuntó estas ideas con su concepto de ‘amor líquido’ que hace referencia a la fragilidad del vínculo, y que es propio de la sociedad de consumo, en la que nos encontramos”, señala Jorge García Marín, sociólogo, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela y miembro del Centro de Investigación de Género de dicha facultad. “El capitalismo se basa en identidades más fluidas, cambiantes, efímeras e individualistas y el sistema social afecta a todos los ámbitos de la vida del individuo, incluso a la sexualidad y al amor, porque estas son también construcciones socio-históricas. Hay un sexo triste. Incluso la idea de liberación sexual está desprovista hoy en día de cualquier tipo de tinte lúdico, hedonista o revolucionario y se acerca más a un modelo de consumo”.

La precariedad es una cualidad que ha estado muy presente en determinados momentos de la historia pero los pobres siempre tenían la esperanza del amor, de la pasión, del sexo. Hoy en día parece que ya no cuentan ni con eso o, por lo menos, buscar un espacio donde dar rienda suelta a sus sentimientos (una vivienda) parece una tarea tan imposible como en la película El Pisito (1959), uno de los clásicos del cine español, que narra la epopeya de una pareja que lleva doce años de relaciones y busca un piso para poder casarse.

“La diferencia entre la generación de nuestros padres o abuelos y la de ahora”, comenta García, “es que aunque la precariedad sea similar, la actual viene acompañada del entusiasmo. Como apunta el libro de Remedios Zafra, El Entusiamo (premio Anagrama de ensayo). A pesar de vivir en una sociedad que no ofrece mucho futuro a los jóvenes, al margen de encadenar empleos basura que penas permiten pagarse una habitación, hay que estar entusiasmados, exhibir una falsa felicidad y mantener la fe en un sistema que no se cree ni a si mismo”.

Para Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, “el tema económico es fundamental, porque la sociedad se plantea cosas muy distintas cuando tiene sus necesidades básicas cubiertas. Yo creo que la gente identificó muy bien la represión sexual de antaño, en base a una moral o a una determinada época histórica, pero no es tan fácil reconocer la actual. Vivimos un momento de falsa libertad, pensamos que con poder elegir la orientación sexual o la forma de establecer conexiones o parejas ( lo que está muy bien y es un gran avance) ya tenemos dominio total sobre nuestra sexualidad y no es cierto. Probablemente son pequeñas parcelas de poder, la mayor parte de las veces, cambios en la forma, no en el fondo. Incluso en el lenguaje, vemos a menudo expresiones como ‘he invertido mucho en esta relación’ o ‘¿qué gano yo con eso?’, que se ajustan más al ámbito del mercado que al de la erótica. Más que sentir, la gente quiere acumular sensaciones o prácticas sexuales en su historial particular y, a veces, la propia sexualidad se convierte en una competición. Y además, por si esto fuera poco, los parámetros conocidos no sirven para evaluar un panorama demasiado complejo, en el que conviven realidades muy dispersas y, a pesar de vivir en la globalización, aisladas unas de otras”.

Ante este panorama desolador, algunos ven en las relaciones no monógamas o en las queer una nueva filosofía alrededor de la que ordenar nuestra idea del amor o el sexo. Como Jorge García Marín apunta, “es muy probable que las personas que practican estas nuevas formas de relación, como el poliamor, sean tan consumistas o estén tan inmersas en el capitalismo como el que más, pero no hay duda de estos modelos se basan en conceptos distintos, como respeto, comunicación, entendimiento, iguales reglas para todos”.

Para Kristen R. Ghodsee la solución pasa por “luchar contra la mercantilización de nuestras emociones y afectos. Éstas no son mercancías que se puedan comprar y vender en el mercado bajo la ley de la oferta y la demanda. En principio, las relaciones queer son subversivas. Para los teóricos del socialismo como August Bebel, Friedrich Engels o Alexandra Kollontai, el capitalismo necesita de la familia monógama para transferir la riqueza privada de una generación a otra. Cualquier cosa que ponga en peligro este sistema amenaza sus bases pero, desgraciadamente, se han empezado ya a mercantilizar también este tipo de uniones y hay que estar vigilantes para no volver a caer en la misma trampa”.

Francisca Molero, por su parte, cree que “somos seres sociales y nos estamos empezando a comunicar de otra manera en la que el cuerpo pierde su importancia. Hay una discordancia entre la evolución socio-cultural o tecnológica y la biológica. En el ámbito sexual, el mercado ha empezado a vendernos grandes innovaciones pero lo que realmente necesitamos ya lo tenemos dentro y es gratis. Al contrario de los robots o sensores de todo tipo, por lo que tendremos que pagar, consumir”.

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