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¿Gesto sensual o barrera física y mental?: cuando quieres besar a alguien en una cita pero llevas mascarilla

Llevar mascarilla tiene efectos secundarios y genera nuevos códigos en el plano de las relaciones románticas.

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© Getty Images
Eva Armas Gil

Hace unas semanas tuve una cita Tinder, la primera desde que nos encontramos inmersos en la era Covid, y todo fue distinto. Yo ya había tenido algunas “pre-pandemia”, así que no suponía nada nuevo o incómodo para mí (ni tampoco lo ha sido nunca para mi carácter). Pero esta se desarrolló de forma muy diferente. Y de esto podrán dar fe otros tantos como yo: el uso de la aplicación aumentó un 52% durante los meses de cuarentena y ha sumado un 30% de usuarios desde marzo, según los datos de la compañía.

Pues bien, si el primer contacto ya es extraño… imaginaos el final. En este caso, si bien la cita en cuestión se desarrolló con normalidad y con clara y fehaciente química entre este chico -llamémosle Carlos- y yo,  lo que vino al acabar me hizo sentir insegura e impotente. “Te acompaño al portal”, me dijo. “¡Bien!”, pensé. Y una vez allí todo se desmoronó: hicimos tiempo mientras hablábamos más de la cuenta y nuestra mente llevaba un camino totalmente paralelo pensando en cómo actuar llegados a este punto. Queríamos beso. Pero no iba a surgir, había que provocarlo y, aquí viene lo feo: quitarse la mascarilla. Hasta tres veces me planteé hacerlo, pero no pude: y no solo por el riesgo de contagio que ese gesto implica. Sentí, tal cual, que era como desnudarme en la primera cita, mientras él no lo hacía y en la calle. Así que no lo hice. Carlos tampoco pudo: “Pensé que si me la quitaba podía forzarte a ti a hacerlo también, y eso era aún peor”. Así que no lo hizo. Y nos despedimos sin beso ni ningún otro tipo de contacto físico.

Quizá debimos afrontarlo de otro modo y hablarlo. O haber estado prevenidos y mostrar nuestras intenciones durante la cita en vez de esperar al final. Pero el hecho era que las reglas y los códigos habían cambiado y ya no sabíamos jugar. Da en el clavo Lionel S. Delgado*, sociólogo especializado en género y masculinidades: “El cortejo es una especie de baile más o menos pautado, y a esta nueva forma de moverse no estamos acostumbrados”. Así que, ¿cuáles son esas nuevas reglas?

El impacto de la mascarilla en la primera cita

Te encuentras el primer obstáculo en el segundo uno de cita. Porque no es lo mismo llegar al punto de encuentro y ver por fin a esa persona, que llegar y encontrártela a medias. Para empezar, el momento de reconocerse y acercarse se complica; después, vuelves a crear una segunda imagen totalmente inventada de esa persona (la primera ya la creaste cuando os conocisteis de forma virtual).

Lo que sucede en un caso así lo desarrolla la Psicología de la Gestalt y su ley de cierre: “Al observar una imagen, tendemos a completar aquello que no se nos muestra del objeto, a cerrar, reintegrar y completar la información necesaria para conformar un objeto percibido. Aunque la figura se presente incompleta, nuestra mente, con nuestra imaginación, la completa. Aquí tienen influencia informaciones previas almacenadas en nuestra memoria. Por ejemplo, en el caso de las mascarillas, asociamos tipos de ojos a formas de labios y nariz por rostros previos que hemos ido viendo a lo largo de nuestra vida”, explica a S Moda la psicóloga María Caro*. Ahí es nada.

Pero mi caso no es la norma: existen un sinfín de perfiles y personalidades que afrontan este hecho de una u otra manera. “El perfil más introvertido y tímido es el que sale perjudicado y tiende a caer en la evitación o postergar el gesto, aunque también están viendo que se sienten cómodos al relacionarse con el mundo en general detrás de una mascarilla”, apunta Caro refiriéndose a uno de los extremos del abanico. En el otro, una sensación que se ha popularizado en Twitter en los últimos meses: convertirlo en un gesto sensual.

Después de la experiencia de mi cita no daba crédito a esta opinión tan compartida pero, según los expertos, tiene sentido: “Las variables que más pueden influir a la hora de afrontar esa situación tienen que ver con el temperamento de la persona, las expectativas que está colocando en ese encuentro y el autoconcepto que tiene de sí misma. Estas tres variables son las que hacen que uno afronte ese ‘quitarse la mascarilla’ de una forma conflictiva, relajada o incluso sensual”, desarrolla de nuevo la psicóloga.

Así que sí, la dicotomía existe y, además, es doble. Y es que la cuestión no es solamente lo que vemos del otro, sino también lo que estamos dejando ver de nosotros mismos. “En nuestra cultura estamos acostumbrados a mostrarlo todo y, en este sentido, ser visto solamente a medias también genera incomodidad por no estar siendo valorado por el factor que más queremos mostrar, que es la cara”, expone Delgado.

Efectos secundarios y nuevos códigos

El debate está servido tanto si hablamos de esa contraposición de sensaciones –la de retirar la mascarilla como un gesto sensual es, al parecer, más propia de parejas ya consolidadas–, como si nos referimos a los comportamientos que está desencadenando la pandemia en el plano romántico. Asier (30 años) ha utilizado aplicaciones de citas en los últimos meses: “Cuando he quedado con gente que he conocido a través de Tinder, la situación ha sido rara y no hemos sabido bien cómo gestionar el beso con mascarilla, una vez me besé con un chico con ella puesta, aunque luego acabamos quitándonosla. Sin embargo, en otras como Grindr, he visto que la gente incluso queda para mantener relaciones sexuales saltándose cualquier tipo de norma. En general les da igual”.

Asier está valorando a sus ligues potenciales por estas decisiones y así lo estamos haciendo también el resto: “Al igual que en los años 90 se generalizó el rechazar relaciones sexuales sin preservativo para la prevención del VIH, ahora se está comenzando a rechazar tener una cita con quien no respete las normas, no lleve la mascarilla puesta o, simplemente, no tenga una percepción del riesgo similar a la propia”, indica la psicóloga María Gallego*.

Como siempre ocurre, las dudas se convierten en temores: “Somos absolutamente un ser de costumbres y lo nuevo y desconocido siempre nos hace sentir falta de control y nos genera inseguridad. Ahora, a los miedos habituales, se une el cómo se tomará esa persona el contacto. Esa incertidumbre también perjudica”, advierte Caro. Y estos, a su vez, apartan viejas costumbres para generar nuevos códigos que nos guíen a la hora de conectar con los demás. “El primer encuentro es muy importante y se encuentra absolutamente mediado por la mascarilla, lo que ahora hace depositar mucho más peso sobre el cuerpo y la vestimenta, que antes adquirían menos importancia”, comenta Delgado abriendo un nuevo frente. Pero hay más. Según Gallego, la mascarilla ya es, oficialmente, un nuevo accesorio: “Cuando alguien la toquetea constantemente o la lleva deteriorada o sin ajustar está dando pistas sobre su forma de ver las cosas y comportarse. Incluso el tipo de mascarilla elegida dice mucho de quien la lleva”.

Y si llevamos la mascarilla para protegernos del virus, cabe darnos cuenta de que también puede convertirse en otro tipo de protección: “La distancia y la mascarilla sirven como escudo personal y garantía y son una forma de evitar un contacto no deseado”, apunta Delgado. Como yo misma sentí durante la experiencia que exponía al comienzo de este artículo, el simple hecho de quitársela ha tornado en mensaje: “Quitándotela comunicas mucho más fácil que antes la intención de un beso. Pero también al revés, transmites fácilmente cuándo no quieres beso dando la posibilidad de evitar un momento incómodo”, añade el sociólogo.

Tips para una comunicación romántica mejor (a pesar de la mascarilla)

Llegados a este punto, ¿hay posibilidad de que los besos surjan en las primeras citas? “Lo normal es que no lo haya porque ahora es extraño hacerlo en la calle rodeado de gente», nos cuenta Asier. La vergüenza y el sentirse irresponsable juegan un nuevo papel y se convierten en un arma de doble filo. Porque, a veces, la consecuencia es peor: «Veo que la situación fuerza un poco a irnos juntos a casa en la primera cita, que antes no era tan habitual. Así que si antes no había sexo tan rápido, ahora se propicia más”, añade.

Para que no suceda de ese modo, la única clave es tomarnos este tipo de relaciones de otra forma y cocinarlas a fuego lento. Coinciden todos los expertos y nos ayudan a encontrar algunos tips para mejorar este tipo de encuentros y comunicarnos mejor:

1. «Es un buen momento para que nos paremos a pensar qué miedos hay en esos momentos más incómodos, que son al final los mismos que antes, para darnos cuenta de si el hecho de llevar mascarilla nos hace ocultarlos y sentirnos protegidos frente a ellos», aconseja la psicóloga María Caro.

2. “En los primeros minutos es vital dar tu imagen completa, retírate la mascarilla en el momento del encuentro”, indica Lionel S. Delgado. Caro coincide: “Rompe la barrera cuanto antes y, con la distancia pertinente, incluye en el ritual de saludo una retirada de la mascarilla para mostrarte al 100%”.

3. “Esta situación recuerda a la época del cine mudo, en la que la gestualidad era fundamental. Era más teatral y había que comunicar con la cara y el cuerpo. Es importante comunicar con los ojos, aunque somos una cultura muy centrada en la expresión hablada. Esto es algo que tenemos que ejercitar”, apunta Delgado.

4. “La comunicación siempre está de nuestra parte: queda inicialmente al aire libre y habla abiertamente de las medidas que deseais tomar ambos antes de un acercamiento físico mayor”, previene María Gallego.

5. “Pequeños gestos como guiños o caricias pueden ayudarnos a acercarnos y generar complicidad sin aumentar el riesgo tanto como con besos o abrazos”, concluye Gallego.

*Todos los expertos que han participado en este artículo recuerdan que lo mejor para minimizar riesgos es evitar quedar con desconocidos y no quitarnos la mascarilla si no estamos seguros de que la persona que nos gusta está sana.

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Sobre la firma

Eva Armas Gil
Graduada en Comunicación Audiovisual y Máster en Comunicación Editorial por la Universidad Carlos III de Madrid, ha dedicado su carrera a medios digitales especializados en belleza, moda y estilo de vida. Ha escrito en las ediciones españolas de AD, Glamour, Grazia y Harper’s Bazaar y, ahora, hace lo propio en EL PAÍS y S Moda.

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