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‘Pornoactivismo’, cuando el sexo se vuelve reivindicativo

Se puede denunciar y luchar contra la desigualdad de género, el racismo o la devastación del planeta de muchas formas y el activismo porno es una de ellas.

patria

Cuando la pasada semana salió el vídeo Patria, que promocionaba El Salón Erótico de Barcelona, todos aplaudimos la denuncia que en él se hacía de una sociedad estúpida e hipócrita que vota a políticos que le roban; rescata a bancos, al mismo tiempo que desahucia a personas, y se excita con imágenes que denuncia y con las que se escandaliza. La cara B del anuncio, que algunos medios denunciaron, es la del trasfondo del evento, patrocinado por una cadena de prostíbulos, Apricots, con una cuestionada ‘filosofía’ laboral y el hecho de que para el evento se recurriera a voluntarios, a los que parece ser que se les paga con el pase para asistir a determinados espectáculos. No olvidemos, sin embargo, que esta modalidad laboral; la del ‘voluntariado’, a la que yo siempre me he opuesto fervientemente, está muy de moda y se utiliza en el Primer Mundo en multitud de ocasiones y empresas, desde la visita del papa de turno a las campañas electorales, y nadie parece escandalizarse por ello. Pero el mundo del porno es un buen lugar para rasgarse las vestiduras.

Otra crítica que habría que hacerle al spot que denuncia la hipocresía es que muchas de las películas que allí se proyectarán, las que siguen las consignas del porno más comercial y mainstream, sean muy criticables en su producción, contenido, sistema de trabajo e imagen que presentan de los dos sexos y de la sexualidad. Últimamente oigo y leo muchas críticas al porno, en las que se habla de una industria depravada, dispuesta a todo por la pasta y especializada en engañar a las mujeres –¿qué hay de los actores masculinos, no son ellos también explotados o disfrutan de un trato especial?–. Despreciar la pornografía como género y juzgar todo por el mismo rasero es como valorar la producción cinematográfica mundial en base a lo que se hace en Hollywood. Otro porno es posible pero, además, hay muchos directoras y productoras, especialmente mujeres, que utilizan su trabajo como herramienta de lucha, denuncia o cambio social, que ¿por qué no?, también podría venir de la entrepierna.

Itziar Bilbao Urrutia, conocida también como dominatrix Ms Tytania, es una bilbaína pornógrafa y activista con residencia en Londres, que saltó a la fama hace dos años; cuando la, por entonces, nueva regulación de contenidos audiovisuales para adultos en el Reino Unido prohibió determinadas prácticas, como la eyaculación femenina o el facesitting (cuando una mujer se sienta sobre la cara de un hombre para que éste le practique sexo oral); pero toleraba, en palabras de Zoe Williams, columnista de The Guardian, “la degradación siempre que ésta le suceda a la mujer”. Itziar fue una de las perjudicadas por esta ley, ya que en su web Urban Chick Supremacy Cell aparecían vídeos fetichistas que no contaban con la aprobación de las autoridades competentes, pero ella peleo y ganó en los tribunales.

“El porno es muy conservador y siempre huye de tomar riesgos que puedan repercutir en la cuenta bancaria”, apunta Bilbao. “Nunca tomé una decisión consciente de ser crítica con este mundo, pero salió a la luz inevitablemente. Mi porno de fetichismo femdom es lo que me da de comer, pero me aporta mucho más. Me siento muy privilegiada de tener una profesión donde soy mi propia jefa, pago las facturas y en la que tengo la oportunidad de expresarme creativa, sexual, y políticamente. Soy voluntaria de una organización activista, Backlash UK, que defiende la libertad de expresión sexual, oponiéndonos a la creciente marea de censura en los medios, los campos creativos y artísticos y en la autonomía personal. Me gustaría vivir en un mundo donde las personas no sientan vergüenza de sus deseos sexuales, especialmente cuando éstos no son convencionales. El estigma y la vergüenza sexual causan también violencia de género”.

Pandora Blake, también en Londres, es otra de las pornoactiviatas que ha ganado batallas a la censura, después de que el Atvod, Authority for Television on Demand, le cerrara su web sadomasoquista y fetichista dreamsofspanking.com. “Si se revisa el archivo de Atvods”, comentaba Blake a The Guardian, “uno puede comprobar que la mayoría de las webs con las que han tenido problemas están dirigidas por mujeres. Es como si estuvieran tratando de sostener la sexualidad patriarcal”.

En el orden de prioridades de la lucha por los derechos humanos no parece que la batalla por conseguir que las mujeres eyaculen libremente en pantalla, sea de las más acuciantes. Sin embargo, Shine Louise Houston, afroamericana, lesbiana y directora de cine porno en EEUU cree que “el porno es un buen lugar donde abordar la política porque es una parcela donde convergen dinero, sexo, medios de comunicación y ética”. Desde su productora Pink and White Productions, Louise, que trabaja a menudo con actores de color, propone otra mirada al estereotipo racista del porno que presenta a las mujeres como ninfómanas hechas a todo y a los hombres como apéndices unidos a enormes y potentes miembros destinados a satisfacer a la raza blanca. “No hay nada malo con las fantasías que nos excitan, pero como productor creo que tengo una cierta responsabilidad hacia mi audiencia y hacia la gente con la que trabajo”, apuntaba Shine en un artículo de la revista SFGate. “Las bromas o insultos raciales son racistas y el racismo está todavía en muy buena forma en América. Pero también creo que todo el mundo tiene derecho a la libertad de expresión, y si condeno lo que otros hacen estoy también dando pie para que otros me limiten. Los actores deben tener poder de decisión y elegir con qué productora trabajan, porque el racismo, particularmente en este campo, también tiene mucho que ver con las personas que se vuelven cómplices de su propia opresión”.

Feminismo, libertad de expresión, racismo y ecología. El porno también grita a favor de la conservación de espacios naturales, como hace Fuck For Forest, una organización erótica-ecológica sin ánimo de lucro desde su sede en Berlín. El visionado de material pornográfico en forma de fotos o vídeos de su web requiere de un pequeño desembolso económico que irá destinado a algunos de los diferentes proyectos que esta asociación, sin ánimo de lucro, tiene en todo el mundo y que explica detalladamente en su página. Ayudar a comunidades indígenas, crear bancos o intercambio de semillas, reforestar zonas de bosque devastadas, son algunos de los logros de FFF. Vídeos caseros, genitales peludos e insurrectos a la moda de la depilación integral y estética hippy son sus señas de identidad. En las antípodas del porno mainstream, aunque algunos los criticarán precisamente por eso, por no estar al día y ofrecer una estética más propia de los festivales de música de los años 70, que del siglo XXI.

El porno reivindicativo es todavía un pequeño apartado dentro de la industria pero amenaza con crecer y hacerse más fuerte. Existen ya una edición de premios The Good for her Feminist Porn Awards, canales de vídeos destinados a mujeres, como el holandés Dusk, y cada vez hay más gente, delante y detrás de las cámaras, que cree que otro porno es posible. Si es verdad que este género cumple muchas veces el papel de educador sexual, labor que no siempre hace la familia, desnormativizar los cuerpos y las mentes podría ser un buen punto de partida.

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