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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Por qué los hombres piensan tanto en el Imperio Romano: una teoría desde la llanura de la batalla de Cannas

Las mujeres del mundo (de internet) preguntaron a los hombres que las rodean y, efectivamente, compartieron su perplejidad porque al parecer el Imperio Romano es una cosa en la que los hombres piensan muy a menudo.

El Imperio Romano se ha vuelto viral. Todo parece indicar que es un tema en el que los hombres piensan con frecuencia.
El Imperio Romano se ha vuelto viral. Todo parece indicar que es un tema en el que los hombres piensan con frecuencia.Getty

Estos últimos días el Imperio Romano ha sido trending topic en casi todas las redes sociales, al hilo de un vídeo de TikTok en el que una joven decía: “Chicas, no sois conscientes de la frecuencia con que los hombres piensan en el Imperio Romano. Preguntad a vuestro marido/novio/padre/hermano, ¡os sorprenderéis!”. Las mujeres del mundo (de internet) preguntaron a los hombres que las rodean y, efectivamente, compartieron su perplejidad porque al parecer el Imperio Romano es una cosa en la que los hombres piensan muy a menudo. Me escriben de S Moda para que comente el asunto, y no sé ni por dónde empezar.

No sé por dónde empezar sin que suene a broma: estoy ahora mismo de luna de miel en Italia, haciendo un viaje en coche que ha sido planeado a partir de dos puntos ineludibles: la batalla de Trasimeno y la batalla de Cannas, dos de los lugares más emblemáticos en los que Aníbal venció a los romanos. Amigas, yo no vivo con un hombre que piense a menudo en el Imperio Romano; vivo con un hombre que piensa a menudo en derrotarlo.

Muchos de los varones que piensan con frecuencia en el Imperio Romano afirman hacerlo cuando su mente divaga, cuando están en la autopista, en la sala del dentista, cuando se quedan en blanco. Y ahí es adonde voy. Cuando la casa ya está barrida y el buzón de entrada del email vaciado, cuando nuestra mente va con inercia y sin voluntad a ese lugar al que va por sistema, mi marido piensa en el Imperio Romano y yo pienso ¿no estaríamos mejor con estores en lugar de cortinas?

El hombre con el que vivo tiene muy poco de macho alfa (es un cumplido), hace la cama y la compra, friega los platos, cambia el arenero del gato y baja la basura. Yo soy una mujer con una profesión, con aficiones y con una vida social más intensa de hecho que la de él. Este no es un artículo sobre las tareas del hogar ni sobre la carga mental, y hasta donde pueda considerarse compartimos en mayor o menor medida responsabilidades y derechos. Y, sin embargo, cuando mi marido se aburre, busca en Google cuántos kilómetros medía la llanura de Cannas. Por si no los sabíais, los romanos presentaron batalla a Aníbal en un llano para que no pudiera esconder sus tropas, y aun así el tipo los venció en una batalla en la que eran menores en número, en una jugada que ha pasado a la historia de la estrategia militar. La llanura medía unos dos kilómetros. Lo sé porque la vi ayer. Estuve un rato mirando ese campo hoy cultivado, y donde yo veía vides mi marido, sonriente y pletórico, veía un montón de romanos muertos. Pero no quiero caricaturizarle. Otras veces, cuando se aburre, busca algún dato sobre la victoria de Napoleón en Austerlitz o sobre la derrota de Hitler en Stalingrado. Es un hombre versátil.

Yo, cuando me aburro, entro en la web de Ikea. Luego entro en la de Leroy Merlín. Luego escribo a una amiga: oye, ¿tú dónde pillaste tus estores? ¿Estás contenta con ellos? Y consulto también con mi madre y con mi hermana. El hombre con el que vivo pasa meses sin hablar con sus amigos: está cada uno en su casa googleando cosas sobre el Imperio Romano.

Por supuesto, esto tiene algo de caricatura. Por supuesto, es una caricatura incómoda porque tiene mucho de cierto. Es muy difícil escribir este artículo sin sonar a sketch de Noche de Fiesta, e intento relatarlo sin orgullo y sin vergüenza, pero sé que tiene algo de verdad porque me incomoda la imagen que me devuelve.

Entonces me acuerdo de Caitlin Moran, que contaba perspicazmente en Cómo ser mujer que a los hombres se los educa para cultivar una afición y a las mujeres se nos educa para gestionar una casa (y nuestro propio cuerpo). Ella pone el ejemplo de las revistas, y recuerda las que leía su hermano y las que leía ella. En las revistas dirigidas a los chicos se hablaba de coches, de videojuegos, de deportes, de Warhamer, acaso del Imperio Romano: se invitaba a los jóvenes a tener una pasión y, a veces, además, una destreza. En las dirigidas a las chicas se hablaba del mejor sofá si tu salón es pequeño, de cómo domar tu melena, de qué batidora te saldrá más rentable o de qué forma de braga le sentará mejor a tus caderas. El sketch casposo se hace solo. Es un sketch avalado por milenios de historia cultural.

Pienso que no sobraría que alguna vez él entrara en la web de Ikea para ver si unos estores nos resultarían prácticos. Pienso que sería genial que yo supliera el aburrimiento más a menudo con conocimiento y no tanto con gestiones. Pienso que estaría bien que hubiera revistas de videojuegos y de manicura, o de cómo cayó el Imperio Romano y cómo reformar tu cocina. Recuerdo también aquel meme que decía “ve por ahí con la seguridad de un hombre blanco mediocre”, y miro al hombre que tengo al lado –que no tiene nada de mediocre­– emocionado ante una llanura vacía, y me pregunto cómo se afrontan los días cuando en los tiempos muertos no piensas si deberías lavarte el pelo hoy o mejor mañana, sino en derrotar a un imperio.

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