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«Miyake es el genio de la moda»

Sedas, estampados y collares multicolores llenan uno de los vestidores más interesantes de Barcelona, el de la arquitecta Benedetta Tagliabue, cuya vida tiene curiosas conexiones con el mundo de la ropa.

Benedetta Tagliabue
Sergio Moya y Ximena Garrigues

Es valiente con el color. El ejemplo más claro es la cubierta de una de sus obras arquitectónicas más populares, el Mercat de Santa Caterina, en Barcelona. Pero también lo combina con desenfado en las prendas que viste. «Mi familia proviene del norte de Italia, donde se producen los más bellos tejidos, las mejores sedas y atractivos estampados». Su abuela trabajaba en una tienda de telas, que luego se transformó en una boutique, y alguno de sus tíos sigue relacionado con el comercio y la industria de la moda. «Me satisface estar haciendo ahora un proyecto en Can Ricart», importante complejo textil del XIX y futuro Museo de las lenguas de la Ciudad Condal. ¿Más conexiones con la moda? Su estudio de arquitectura EMBT, situado en el barrio barcelonés de Ciutat Vella, albergaba un antiguo taller de costura. Las mesas que servían para crear vestidos, ahora con la altura modificada, se adaptaron a la nueva función del espacio, la arquitectura, sin problema alguno. «Los diseñadores de ropa se mueven en un mundo creativo y de investigación comparable al mío. En ambos se busca continuamente una belleza especial y cambiante». 

Sin embargo, Benedetta no siempre estuvo interesada por las tendencias; de hecho se recuerda como una chica que odiaba ir de compras. «Me conformaba con cuatro cosas, aunque siempre he tenido una prenda favorita». A los 14 años «fue una camisa roja a la que recurría cuando quería deslumbrar». La camisa fetiche de la adolescencia dejó paso a un maduro traje de Romeo Gigli. «Era tan bonito y me gustaba tanto que fue uno de mis uniformes». Hoy, los vestidos de Marni forman parte de esas prendas infalibles. «Consuelo Castiglioni, su diseñadora, es muy precisa a la hora de hacer vestidos, son artículos que no necesitan nada más. Tienen algo único, sus creaciones me conquistan porque me saben vestir». La atracción que siente por Dries van Noten, otro de sus clásicos, es más intelectual. «Me seduce porque crea temáticas en cada colección: los colores de los gitanos del Este, la estructura de los quimonos japoneses, mundos más étnicos en los que te invita a entrar». Hace tiempo que considera la moda mucho más que pura indumentaria. «Me gusta descubrir y que me descubran. En Barcelona suelo ir a las tiendas Jean Pierre Bua o Noténom y dejo que me presenten a nuevos diseñadores». Tsumori Chisato es un buen ejemplo. «Primero me enamoré de su nombre, tan teatral como una actriz del No o del Kabuki; ahora admiro la originalidad de su ropa». 

En lo más alto del ‘ranking’. «Issey Miyake es el gran genio. Es la elegancia, la vanguardia, el experimento. Lo descubrí en los 90 porque yo ya trabajaba en Japón. Aún no había llegado a España y empecé a comprarlo en París y Nueva York. Además, es amigo de arquitectos como Isozaki, con el que he colaborado y mantengo una gran amistad». Su amplio vestidor de infinitas puertas de cristal y madera de iroko es pura exaltación de estampado y colorido: pocos pantalones y muchos vestidos, faldas, gabardinas y blusas. Los accesorios, pulseras y collares talismán llegan a poblar también su dormitorio. «Me divierte la moda y la tengo en cuenta en mis viajes. Cada pieza que compro tiene un significado». Como la pulsera del Tíbet que le regaló en China el padre de una colaboradora. «Este verano compré un bolso a una diseñadora con un telar en Montalcino, un pueblo toscano donde mi familia veranea. Me gustan los creadores que se hacen a sí mismos».

Filosofía oriental. Nacida en Milán en 1963, Benedetta tenía 28 años cuando conoció a Enric Miralles, un arquitecto visionario y prometedor, y se trasladó a Barcelona, la ciudad que pasaría a ser su hogar. China, donde ha abierto oficina tras el éxito del pabellón español realizado para la Expo de Shangái 2010, le fascinó desde su primer viaje. «Tenía 18 años y entendí que en Occidente éramos unos bárbaros». En su fantástica biblioteca, diseñada por Miralles, hay un gran apartado de literatura y filosofía oriental. «Ha sido muy importante encontrarme con el budismo tras la muerte de mi marido» (Miralles falleció en el año 2000, a los 45 años, víctima de un cáncer diagnosticado meses antes). «Él era la persona más importante para mí. Cuando murió, no entendí nada. El mundo budista te explica muchas cosas y me acerqué a él; luego vi que me ayudaba en mi día a día». Siempre tiene a mano su collar amarillo de piedras: «Es mi año en el horóscopo chino y dicen que cuando eso sucede uno está más débil. Este collar es mi protector».

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