Su firma acaba de cumplir una década, pero ella continúa con la misma cara angelical, que intenta contrarrestar rapándose el pelo y dejando traslucir su espíritu punk. «Siempre me ha gustado ser diferente al resto de la gente. Por eso he ido conformando mi look huyendo de todo y con la convicción de no sentirme entre el rebaño. Si se lleva la melena, yo voy rapada».
Es la mediana de tres hermanos a los que educaron con mucha libertad. «He sido autónoma e independiente desde muy pequeña, lo que me ha forjado el carácter. No me dejo manipular. Si tengo una idea, voy a por ella. Cuando pienso algo, lo digo; y, poco a poco, he encontrado una estética adecuada para expresarlo». Biznieta de industriales del textil manresanos, su bisabuela inauguró en 1886 una empresa que confeccionaba cintas de seda para un modelo tradicional de zapatillas, las de siete cintas.
Traspasado de generación en generación, ese mismo edificio industrial decimonónico alberga la sede de su firma, los talleres y, en el ático, su vivienda. «En mi infancia, este lugar estaba lleno de telares que no paraban nunca», recuerda. «Mis abuelos vivían arriba y cuando una máquina se estropeaba, fuera la hora que fuera, mi abuelo bajaba a arreglarla. No me cuesta visualizarlo tal y como era: el olor de aceite, los hilos por el suelo… Tal vez por eso el ambiente me condiciona mucho a la hora de crear». A nadie le extrañó que después de una infancia dibujando y confeccionando ropa para sus muñecas eligiera estudios de diseño de moda. «Estudié en la EATM en Barcelona y fue en el último curso, en un intercambio, cuando exploté personal y profesionalmente. Entiendo la moda como una disciplina que se alimenta de otras artes. En la Winchester School of Art conocí a escultores, pintores, alumnos como yo, pero gente muy buena, y empecé a investigar con nuevos materiales. Quería salir del camino establecido y allí encontré el mío».
Vivir en Manresa le ayuda a concentrarse. «En Barcelona hay demasiados estímulos», reflexiona. «Cuando me pongo a crear y tengo el concepto interiorizado, trabajo sin horarios. Si todos duermen, bajo al taller y estoy horas».
En su vestidor y en sus colecciones llaman la atención los pantalones de magnífico patrón, entre los que tiene algún superventas, como el modelo 1.039 que repite desde hace seis temporadas. «De niña no soportaba ir con vestiditos, prefería llevar pantalones como mis hermanos. Hoy me siguen gustando. Si elijo una falda, la combino con tejanos pitillo y botas, pocas veces me la pongo con medias y zapato de tacón».

Rincón del salón con su biblioteca de moda y arte, especializada en Land Art.

Cada colección tiene un cuaderno donde introduce todo el imaginario artístico que la sustenta: detalles de artesanía, nuevos materiales…

Los muebles de su casa son recuperados. El maniquí es decimonónico. Sobre la cómoda, su colección de collares.

En su armario, maletas antiguas, prendas diseñadas por ella y vintages.