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Más allá de cromosomas y testosterona, por Núria Ribó

“El movimiento transgénero cuestiona las más profundas creencias culturales”.

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Cordon Press

El pasado 5 de julio se clausuró en Canadá el Mundial de Fútbol Femenino, en el que participaba España por primera vez. Probablemente muchos no se hayan enterado de esta gran competición deportiva. Suele suceder con muchos deportes donde las protagonistas son mujeres. Quizá lo máximo que les ha llegado sea la polémica provocada por la FIFA por el control de sexo de las futbolistas o las protestas por el césped artificial, «especial para señoritas», que en cambio no se usa en el futbol masculino. Paralelamente, en el país vecino, EE UU, Caitlyn Jenner, una seductora mujer de 65 años, ocupaba la portada de la revista Vanity Fair, dejando atrás el pasado de un héroe del deporte, Bruce Jenner, medalla de oro en decatlón en los Juegos Olímpicos de Montreal en 1976. De icono deportivo a icono de mujer transgénero.

El paso dado por Caitlyn Jenner sigue ocupando grandes espacios en los medios de comunicación, con el consiguiente debate. Caitlyn se suma así a la lista de deportistas que han pasado por esa misma situación de reasignación de género. Pero su brillante currículo deportivo y su pasado personal, con varios noviazgos, tres bodas y seis hijos, la convierten en esa heroína que, a menudo, crea, protege, y también rechaza la sociedad norteamericana.

La confesión de Caitlyn sobre su transición a mujer ante las cámaras de la ABC reunió a más de 17 millones de espectadores. Hoy se la disputan las firmas de cosmética y también el cine. El 29 de mayo, otra portada indicativa del momento. En la revista Time. Otra mujer transgénero, Laverne Cox, hoy actriz, y un titular: The Transgender Tipping Point («El momento de inflexión del movimiento transgénero»). Cuando el Tribunal Supremo de EE UU acaba de fallar a favor de la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo, otro movimiento social está dispuesto a cuestionar las más profundas creencias culturales. Presionan por cambios en las escuelas, hospitales, ejército, cárceles o puestos de trabajo.

Las pruebas de verificación de la condición de mujer en el mundo del deporte son cuestionadas, desde hace tiempo, en ámbitos deportivos y científicos. Según Victoria Ley, bióloga y responsable de la Subdirección de Salud y Deporte del Consejo Superior de Deportes, «no existen parámetros claros que determinen en todos los casos lo que es ser hombre o mujer. La única forma de saberlo es haciendo caso a la identidad sexual de la persona, es decir, qué siente».

Ni los cromosomas ni los niveles de testosterona son determinantes. Quizá sea una serpiente de verano, pero de vez en cuando aparecen estudios que hablan del bajo nivel de testosterona en los hombres. Incluso se ha dicho que una de las causas podía ser los ajustados pantalones tejanos. Sea cual sea, estoy segura de que pocas mujeres dudarían del nivel de virilidad de sus hombres cercanos o de cualquier crack del deporte masculino mundial si un día les pillan en un test con niveles bajos de hormonas masculinas.

En cambio, esa misma situación a la inversa, en las mujeres deportistas con niveles de testosterona altos, es motivo suficiente para cuestionar su condición, como le sucedió a la atleta sudafricana Caster Semenya, ganadora del oro en los 800 metros lisos en el Mundial de Atletismo de Berlín en 2009. Humillada públicamente, la IAAF finalmente tuvo que aceptar las conclusiones de los tests realizados por un grupo de médicos, lo que le permitió volver a la competición.

Si el debate para muchos todavía es qué es ser mujer o qué determina la condición de mujer (u hombre), les diré que tenemos un cerebro que siente y piensa y, por lo tanto, nos hace sentir lo que somos. Ésa es nuestra identidad sexual. Más allá de cromosomas, niveles hormonales o genitales.

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