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Mariana Enríquez: «Cualquier horror real es igual o más terrorífico que cualquier cosa que podamos imaginar»

“¿Todavía no has leído a Mariana Enriquez?” ha sido la frase del verano. La autora del momento vaticina una era dominada por dioses crueles.

mariana
Getty

«Una vez conocí a una persona que no estaba leyendo Nuestra parte de noche«, tuiteó el librero y autor Xacobe Pato. Dio en el clavo. Si existiese un barómetro de la portada más fotografiada (y recomendada) en redes este verano, lo lideraría la del último premio Herralde. Esa que ofrece múltiples dimensiones a los miedos y terrores que nos acechan. Enviamos un cuestionario a Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973), la autora que todos recomiendan, y esto fue lo que nos contestó:

¿Seduce más la oscuridad en tiempos inciertos?

A mí me seduce siempre porque creo que todos los tiempos son de incertidumbre. Además soy argentina. Aquí la incertidumbre es la normalidad.

¿Cómo llevas el furor por la novela?

¡No me doy cuenta! Es decir: veo posteos en redes sociales, intuyo el entusiasmo de los lectores, me llegan mensajes y comentarios, pero con la pandemia, y especialmente desde Buenos Aires, donde hoy la situación es muy compleja, lo que sucede «afuera«, incluso lo que pasa con cuestiones mías como la novela, me resulta bastante irreal.
Si es así, si hay furor, me alegro mucho.

¿Crees que ha influido la pandemia?

Quizá; por un lado es un libro oscuro y triste, de modo que parece inadecuado para estos tiempos. Pero también es una novela que propone un mundo radicalmente distinto al que vivimos, otra realidad en la que sumergirse, personajes fuertes, trama… La verdad sincera es que no lo sé, pero si alguien encontró una especie de alivio en algo que escribí, me da satisfacción y es un gigantesco halago.

En Este es el mar analizabas el fenómeno fan (femenino). ¿Cómo ves/valoras a tu propio fandom? ¡Son legión!

El fandom de un escritor es distinto. Es más lejano, menos físico y, creo, menos sexual. Lo veo bien. Me encantan los fandoms. Incluso les respeto los excesos.

Creciste mezclando las lecturas de Sabato con las de Poe. En tus textos, las referencias a los métodos de la dictadura argentina pueden ser más terroríficas incluso, que algunas de las referencias de terror abstracto. ¿Por qué?

Porque cualquier horror real, y especialmente el horror de las dictaduras y los genocidios, es igual o más terrorífico que cualquier cosa que podamos imaginar. Yo necesito hablar de esos años, que coinciden con mi infancia, desde el género. Porque el género es mi lenguaje: es con lo que crecí, lo que leí, lo que me fascina y lo que me ayuda a procesar el trauma.

En Nuestra parte de noche analizas la fascinación que tuvieron figuras prominentes de los 60 con el ocultismo. Recuerdas la leyenda de que Anita Pallenberg tenía una mano de Gloria. ¿Hasta dónde llegó esa fascinación en la élite del rock de la época?

Muy lejos. Jimmy Page se compró la casa de Aleister Crowley en Escocia y tuvo una librería ocultista en Londres. Mick Jagger iba a interpretar a Lucifer en una película de Kenneth Anger, que es un ocultista miembro de la O.T.O además de un cineasta pionero. David Bowie cita a la Golden Dawn (una orden ocultista donde estaban Bram Stoker, autor de Drácula, WB Yeats, el poeta premio Nobel y, claro, Crowley), en la canción “Quicksand” del disco Hunky Dory. Crowley incluso es uno de los personajes en la tapa de Sargent Pepper de los Beatles. Estaban fascinados, además era el clima de época; a mi me fascina la conexión del ocultismo y el rock.

El caso de Omaira, un episodio real, también ejerce un poder muy importante en la novela.

Yo vi a esa niña morir en la televisión cuando era chica. Los años 80 fueron años en los que las agonías de chicos por televisión eran frecuentes. Recuerdo también a un chico italiano que cayó a un pozo y lo sacaron muerto, su agonía también fue televisada y duró días. Casi lo pongo en la novela. Recuerdo un orfanato en China donde dejaban morir a las niñas, atadas a sillas. Eso también lo vi en televisión. Para mi resultaron hitos macabros de mi infancia y decidí que también los fueran en las infancias de los protagonistas de la novela.

La fluidez sexual es muy significativa en Nuestra parte de noche.

No quería que ningún personaje estuviera atado por su sexualidad: por un lado me parece que se le presta demasiada atención al tema y es una trampa,  es como si olvidáramos la parte divertida y placentera del sexo. A mis personajes los mueve el deseo y yo no quería escribir parrafadas sobre sus elecciones en ese sentido. Tienen sexo cuando sienten atracción por alguien.

La conciencia de clase también juega un rol crucial en tus textos.

No me gustan los textos literarios que ignoran la clase social o el dinero o el origen del dinero, me parecen de otro planeta. Nuestro mundo está marcado por la desigualdad, ignorarla me resulta de un ombliguismo alarmante.

John Cage componía con el I Ching y Philip K. Dick o Yeats usaban el tarot en su proceso creativo. ¿Se han escondido sus aficiones? ¿Molesta?

Crear es muy parecido a hacer magia, pienso que sencillamente se trata de tener miedo a que se los acuse de supersticiosos o irracionales. De la misma manera se esconde el gusto por los relatos de terror, las leyendas urbanas, las devociones paganas; o cuando se habla de la ciencia ficción o el terror como géneros menores. Es algo que pasará con el tiempo, si es que logramos dejar atrás estos prejuicios que son muy tontos ya. Uno puede tener todas esas aficiones, y más, y no ser un tonto antivacunas o conspiranoico; tampoco son motivo de burla. Son una forma de acercarse estéticamente a lo oculto, que a muchos nos ayuda y nos divierte y nos fascina.

Has escrito una novela sobre la experiencia de ser padre y hacerse cargo de un ser humano. Decidiste hacerlo desde el punto de vista masculino, ¿por qué?

Porque no quería escribir sobre el vínculo madre-hija. Lo conozco sólo como hija, además. Para mi el vínculo padre-hijo es igual de lejano o de cercano, no soy madre, no quiero serlo, mi pareja no es padre ni quiere serlo. Ambas relaciones me resultan lejanas. Además, escribí muchos textos protagonizados por mujeres, tenía ganas de dejar a las narradoras en paz por un tiempo y experimentar otras voces y otros personajes. Una de las cosas fascinantes de la literatura es la androginia.

Sobre la maternidad entre las escritoras, Zadie Smith dijo una vez: «¿Son los cuatros hijos de Michael Chabon un problema para él, o solo para su mujer, la escritora Ayelet Waldman?». Tracey Emin asegura que «Hay buenos artistas que son padres. Siempre son hombres». ¿Qué opinas tú?

Tengo muy poco interés en la relación del arte y la escritura con la paternidad o maternidad; no es parte de mi experiencia ni quiero que lo sea. Alice Munro escribió cuentos maravillosos cuando sus hijos eran pequeños. Shirley Jackson tenía muchos hijos y en su corta vida tuvo una producción muy importante. Creo que hay escritoras que tratan el tema maravillosamente y con mucha inteligencia, no es mi caso.

Has dicho en entrevistas que el terror es lo que mejor te funciona comercialmente, ¿por qué?

¿Dije eso? Bueno, es cierto. No sé por qué es, no entiendo mucho qué le gusta o qué no al mercado. Mi primera novela era realista y le fue bien, sin embargo, al menos en ese momento en Argentina, los años 90. Yo era muy joven, sospecho que la edad llamaba mucho la atención y debe haber contribuido.

Pese a la influencia de autores y autoras anglosajonas, el terror en castellano parece que tenía, hasta ahora, un peso menor.

Es una cuestión de tradición. La literatura en lengua castellana no tiene una tradición fuerte de terror; sí de fantástico, especialmente en Argentina y Uruguay, y por supuesto el “realismo mágico” es literatura fantástica más allá de que se haya elegido ese rótulo. Pero no es comparable con la tradición literaria anglosajona.

Estás en contra de la etiqueta de las mujeres como “literatura de lo íntimo”. ¿Se ha encerrado a la mujer que escribe en lo confesional para alejarla del canon?

No sé si es algo planeado, maquiavélico; no lo creo. Sucede, me parece, que la experiencia íntima o personal de las mujeres ha tenido, por cuestiones históricas que conocemos, un subregistro importantísimo, y es lógico que muchas autoras se inclinen hacia esa zona de la experiencia, y a querer narrarla, porque es una voz que falta o, en todo caso, que no sobra. Lo que pienso es que ninguna escritora debe escribir sobre algo en particular, ni que un tema le queda mejor que otro. Pensar que hay un género especializado es un confinamiento muy limitado que no da cuenta de que tenemos la libertad de escribir cualquier cosa que deseemos escribir.

Te interesa analizar el «mal atávico« de la sociedad.

Es algo permanente de lo que no podemos escapar; trato de explicarme por qué es imposible dejar de hacer daño.

Defiendes las reacciones violentas.

La violencia también puede ser una forma de defenderse. De alguien que quiere doblegarte, por ejemplo; entiendo las reacciones violentas ante el avasallamiento del estado, de una pareja que ejerce de esa manera la dominación y tantas situaciones en las que es necesario dar una pelea.

Shirley Jackson era agorafóbica y eso la ayudó a construir el tono de sus novelas. En el relato Una noche de furia planteabas el confinamiento como una pesadilla asfixiante. Lo doméstico para ti, ¿prisión o paraíso?

Ninguna de las dos cosas. No me ocupo mucho de las tareas de la casa, y mi familia consiste en mi pareja y yo, no tenemos hijos. Por supuesto el confinamiento prolongado es una pesadilla asfixiante para cualquiera porque es una prisión; pero ese texto es una pesadilla que, espero, nunca suceda. No vale la pena vivir así, creo.

¿Cómo has pasado el confinamiento? ¿Cómo encaras los próximos meses?

Mal. Con mucha angustia no por el encierro, o no tanto, sino por la pandemia, por la enfermedad, que en mi país es muy complicada de manejar porque hay mucha pobreza y porque el sistema de salud, aunque se mejoró mucho estos meses, sigue siendo débil. Encaro la primavera en este hemisferio: aquí las perspectivas son de mantener los cuidados y aunque hay más libertades, eso depende del desarrollo de la pandemia, que no viene muy bien.

Dices que Stephen King es para ti el gran maestro pero, ¿qué autoras te han influido en tu carrera?

Emily Brönte, Silvina Ocampo, Shirley Jackson, Pat Cadigan, Ursula K. Le Guin, Angela Carter, Carson McCullers; también me siento cerca de escritoras contemporáneas como Mónica Ojeda, Liliana Colanzi, Marina Perezagua, Samanta Schweblin, Ariadna Castellarnau, Kelly Link, Otessa Mossfegh, Laura Van Den Berg y varias otras.

¿Qué diagnóstico haces del periodismo cultural hoy en día? ¿Cómo ha evolucionado para ti?

Creo que el afán por reproducir polémicas que se desarrollan en redes no le hace bien al periodismo cultural, es como correr detrás de un incendio y llegar tarde cuando solo quedan cenizas. También extraño ciertos textos largos y arriesgados que antes era más común leer. Igual disfruto hacerlo. Me gusta compartir mis entusiasmos con los lectores. Soy una periodista cultural que casi nunca entra en polémicas, prefiero compartir pasiones.

«Los dioses se comportarán como la gente que los crea«. ¿Qué dioses estamos creando este extraño 2020?

Ninguno nuevo, creo. Los dioses crueles siempre serán los dominantes.

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