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Lydia Zimmermann, sencillez escogida

Lleva algún tiempo con vida de nómada, porque sus proyectos cinematográficos la obligan a viajar con frecuencia. Pero Can Gesa, su masía barcelonesa, es el lugar al que esta directora de cine siempre regresa.

Lydia Zimmermann

A pocos kilómetros de Barcelona, junto a un extraordinario bosque de castaños, los padres de Lydia –el diseñador gráfico Yves Zimmermann y la diseñadora textil y antropóloga Bignia Kuoni– compraron en los años 60 una antigua masía, que con su maestría y buen gusto convirtieron en una casa de campo de espíritu racionalista. «Hay muchos recuerdos de mi familia», nos dice Lydia, «pero al heredar esta vivienda he sabido hacerla mía». Aquí se fraguó  el filme Aro Tolbukhin, en la mente del asesino, del director Agustí Villaronga, en el que Lydia intervino como coguionista y codirectora. «Agustí y yo tenemos una amistad de muchos años. He estado en casi todos sus rodajes y lo considero mi maestro», comenta. De este entorno proviene también su documental Félix y Nati, una historia de amor cocinada a fuego lento, que presentó este verano en el Festival de Cine Urgente de Barcelona. «Durante años me dediqué a filmar a la última pareja de campesinos que vivían en el valle. Cuando se trasladaron al geriátrico recopilé todo el material».

Actriz, nominada a los premios Gaudí por su papel en F, realizadora, guionista y directora, Lydia trabaja en muchos proyectos a la vez porque en el cine los ritmos son imprevisibles. Ahora está en su casa de paso. La mayoría de sus cosas personales aguardan en cajas. A la vista hay algunos fetiches, la ropa de uso diario y sus herramientas de trabajo: libros, diccionarios, películas… Junto a su pareja, Isaac P. Racine, prepara el que será su primer largo con guion propio, una historia sobre el azar y las coincidencias que rodará en Canadá en 2012.

Presumida a su pesar, le gusta la sencillez. Los años vividos en Estados Unidos, Australia y Canadá la han acostumbrado a comprar en comercios de segunda mano. «No es necesario ir  a una tienda vintage, las hay muy asequibles e interesantes, en las que sabes que no vas a encontrar dos prendas iguales».

Su madre, culta, comprometida y «antimoda», le dio pocos consejos en torno al vestir. «Solo indicaciones cromáticas», apunta. «En mi familia siempre ha habido cierto desinterés por la moda. Y eso que mi abuela fue modelo, una de las primeras, y tenía mucho gusto; pero esa pasión le ganó la enemistad familiar. Cuando era niña, la mujer más elegante que conocí fue María Pilar Donoso, esposa del escritor José Donoso y madre de mi amiga Pilarcita. Recuerdo una vez que se maquillaba frente al espejo y al verme embobada me preguntó: “¿Tu madre no se pinta?”. A lo que respondí: “No, a veces se peina, pero maquillarse, jamás”». A pesar de todo, en su casa siempre hubo cierta dicotomía. «Mi madre calzaba chirucas, le gustaba el campo y la gente de pueblo. Por otro lado, mi padre diseñaba para el mundo de la moda. La mezcla era curiosa».

Los padres de Lydia, ambos suizos, se conocieron en Estados Unidos y llegaron a Barcelona por motivos laborales. «España entonces era un país muy tradicional, pero nosotros vivíamos al margen. Íbamos todos los veranos a Suiza y viajábamos constantemente». Lydia es sobria y se adorna poco. «Solo llevo joyas en ocasiones especiales y solo las que tienen historia. Tengo la teoría de que todo trabajo creativo funciona por descarte. Todo está ahí, tan solo hay que saber lo que debes quitar».

La directora cuida más el espíritu que la imagen. «Empecé a meditar durante la adolescencia de mis hijos. Cuando entendí que debía dejarlos ir y buscarme a mí misma. En belleza: raya negra en el ojo, carmín y poco más. Cuando me compro ropa lo hago de un tirón. Si veo algo que me gusta, lo compro a pares. Mi única debilidad son las botas. Últimamente he hecho un descubrimiento estilístico: Cortana. Ha sido a raíz del Festival de Cine de San Sebastián, donde tuve que arreglarme. Llegué a la tienda y todo me quedaba como un guante».  Su último sueño es volver a Haití. «Producir un filme haitiano que pudiera competir en festivales internacionales sería precioso».

Dos collares africanos, regalos de amigos, sobre un viejo maniquí que Lydia compró en una tienda que liquidaba en Ciutat Vella, en Barcelona.

Germán Sáiz

Armario suizo del ajuar de sus antepasados, grisones de la alta montaña, vestido de Custo, chaleco largo de piel de su abuela y pintura de la familia que representa a Venus y Psique.

Germán Sáiz

Recostada en un castaño. Chaqueta de Etxart & Panno, vestido de Cortana y capucha tejida por ella misma. Adicta a las botas, suele comprarlas en Lluch (Gran de Gràcia, 122. Barcelona).

Germán Sáiz

Sobre una obra de Luc Dardenne, collares y relicario. Zimmermann trabaja rodeada de libros, guiones y DVD.

Germán Sáiz

Sobre la mesa, la novela El muro de Marlen Haushofer y las películas Die Archive C.G. Von Jung, Le cercle rouge y Europa 1951.

Germán Sáiz

Libros y películas en la biblioteca diseñada por Joan Antoni Blanch. Sillas encontradas en la calle y tapizadas por Isaac P. Racine con un tejido de Bignia Kuoni.

Germán Sáiz

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