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Luis Castañer, el lujo en zapatillas

Preside la compañía que reinventó la alpargata y transformó la lona y el yute en elementos de moda. Dos materiales humildes con los que ha invadido las pasarelas de medio mundo.

Luis Castañer

Su colección de zapatos no tiene nada que envidiar a la que en su día tuvo Imelda Marcos. Perfectamente alineados, nos los muestra uno por uno y nos cuenta la historia de cada par. Porque Luis Castañer (Banyoles, Girona, 1958), presidente de la compañía que ha convertido su marca en un genérico, es un auténtico aficionado al calzado. «Odio los zapatos nuevos, me gustan un poco usados, con la huella del que se los pone. En general, no soy partidario de los recién estrenados, los prefiero con historia. Lo mismo me pasa con los objetos», cuenta. «Todavía llevo la cartera de trabajo de mi padre, un modelo de Hermès de 1973 que conserva su cierre original. Es una maravilla».

Le gusta la moda, la tiene impresa en el ADN y lleva trabajando en ella desde que acabó sus estudios. Tras graduarse en Diseño en la prestigiosa Ars Sutoria milanesa, especializado en calzado, Castañer empezó su andadura profesional en Londres. Allí trabajó dos años en Clarks y aprendió el oficio desde abajo. «Hice de todo y me lo pasé en grande. Estuve un tiempo en tienda y tuve la suerte de acariciarle el pie a Britt Ekland en más de una ocasión. Venía a menudo a comprarse zapatos, siempre con Peter Sellers, su marido entonces, que aparcaba en la acera su Mini y se quedaba fuera, fumando, mientras ella se lo probaba todo. Luego, Sellers entraba y pagaba con billetes de un dólar. Tenía esa manía».

Sus gustos son clásicos y suele ir de compras en Nueva York y Milán a tiro hecho, porque dispone de poco tiempo libre. «Cuando estoy en Manhattan dedico un día entero a las tiendas y entonces me vuelvo loco. En Brooks Brothers escojo camisas, pantalones y chaquetas. Para la ropa interior visito Bloomingdale’s y para los zapatos recurro a Alden. Me encanta el calzado americano masculino porque es fuerte y muy bien construido. Casi siempre uso zapatos marrones, incluso con traje azul o gris. Me gusta ese contraste. En Milán voy a Galtrucco y Brioni, dos tiendas muy clásicas donde suelo comprarme corbatas, camisas y algún jersey». Y los trajes se los hace siempre a medida en la tienda Santa Eulalia de Barcelona.

«En verano no se me ocurriría usar otra cosa que no fueran unas Castañer», afirma; y no debe ser un aforismo inusual dado el volumen de ventas de la casa, que ya exporta el 80% de sus creaciones. Desde 1776, cuando su antepasado Rafael Castañer empezó a hacer alpargatas de modo artesanal en Banyoles, hasta hoy ha llovido mucho. «Mi abuelo Luis industrializó el proceso y puso nuestro apellido como marca en 1920. Mis padres introdujeron el concepto moda en el humilde mundo de la espardenya catalana durante los creativos años 60». El caso es que los padres de Luis, animados al ver que actores famosos como Cary Grant o Catherine Deneuve calzaban alpargatas cuando visitaban la Costa Brava, metieron en un saco unos cuantos modelos y empezaron a patearse feria tras feria en las capitales de la moda, que por entonces eran Nueva York, París y Milán.

La suerte no tardó en llegar de la mano de Yves Saint Laurent, quien en el año 1970 le dio a Isabel –la madre de Luis– una tosca horma de madera y le dijo: «A ver si encima de esto me colocáis algo que pueda sacar en las pasarelas». A partir de ahí la ascensión ha sido imparable y la colaboración con marcas tan glamurosas como Gucci, Louis Vuitton o Marc Jacobs se ha convertido en el pan nuestro de cada día.

En el vestidor de Castañer abundan zapatos y trajes impecables hechos a medida, que le confeccionan en la tienda Santa Eulalia de Barcelona.

Germán Sáiz

Zapatero y sus zapatos. Se confiesa un gran aficionado. Le encanta comprarlos y atesora 58 pares.

Germán Sáiz

Alpargatas. Los modelos de caballero, de la marca Castañer, son su uniforme para el verano.

Germán Sáiz

Colección de relojes De izda. a dcha. sus Rolex vintage: un Bubble Back (1935), un Precision (1947), un Oyster (1958) y uno de su padre (1968).

Germán Sáiz

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