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La obsesión de la literatura comercial con las mujeres solteras

Los apartados en las librerías ‘Single women fiction’(literatura de ficción sobre mujeres solteras) son una prueba patente de que las grandes editoriales siguen creyendo que ser mujer, no haberse casado y tener más de 35 años es un hecho insólito que da para mucho, cuanto menos para un libro.

Las portadas de 'A solas' y 'Matchmaking for Beginners'.
Las portadas de 'A solas' y 'Matchmaking for Beginners'.

No creo recordar que nadie se cuestionase nunca la soltería de James Bond, ni tratara de psicoanalizar al héroe en busca de una razón para su no paso por el altar. Tampoco el estado civil de personajes legendarios de la literatura como Dorian Grey, Sherlock Holmes, el Capitán Ahab, Don Quijote o Hannibal Lecter ha sido nunca determinante en sus aventuras. ¿Era aficionado el inteligente caníbal a la carne humana por no haber encontrado a la mujer de sus sueños? ¿Provenía la obsesión del marino por la venganza, materializada en la persecución a Moby Dick, de un despecho o un rechazo amoroso en su juventud? En cualquier caso no es relevante y sus hazañas entraban dentro de la literatura de aventuras, misterio o engrosaban el género de novela negra, pero nunca se vendían bajo el epígrafe de “single men fiction”.

Claro que analizando los títulos que vende Amazon bajo este género (en inglés y en español) hay diferentes tendencias: las historias de amor en las que la vida se resuelve con una pareja, como Matchmaking for Beginners, de Maddie Dawson (2018); los libros que tratan de dar trucos para pasar ese desierto afectivo de la forma más indolora, tipo Dama en Espera. No desesperada. Cómo enfrentar la soltería involuntaria, de Nely Ruano (2018); los que retratan la precariedad laboral y afectiva en el universo Tinder, como Mujer sin blanca, soltera busca, de Monserrat Bros (2017); y los que celebran la soledad como el estado ideal del ser humano, como A Solas, de Idalia Candelas (2016). “El retrato de una nueva mujer contemporánea y su genuino placer de estar consigo misma”, como apunta su presentación.

La mujer soltera ha sido siempre un caramelo para escritores y guionistas de cine, porque el personaje lo admite todo: la pena, la culpa, el escarnio, el ridículo, el humor, la ternura, el drama psicológico, la rabia, la frustración. El postfeminismo de los 80 y 90 exploró el tema a fondo en lo que se conoció como el género Chick lit, que popularizó El Diario de Bridget Jones (1996), de Helen Fielding, o la novela Sex and the City (1996), de Candace Bushnell, llevada luego a la televisión. Ambas retrataban a mujeres exitosas profesionalmente pero con dificultades para encontrar el amor. Precio que tenían que pagar, impuesto sobre el valor añadido a la independencia y liberación femeninas.

Al Chick lit le siguió lo que la escritora irlandesa Marian Keyes difinió como Grip lit, abreviación de ‘gripping psychological thrillers literatura’ (fascinante literatura de suspense psicológico). Narrativa escrita y protagonizada por mujeres jóvenes, cuyos bestsellers por excelencia son La chica del tren, de Paula Hawkins y Pérdida de Gillian Flynn. Ellas ya no se quedan esperando al hombre que acabe con su indeseada soltería, ahora están embarcadas en situaciones difíciles, llenas de misterio y peligro, y solas deben salir de ellas tomando al toro por los cuernos.

Una imagende la pelicula El diario de Bridget Jones.
Una imagende la pelicula El diario de Bridget Jones.

Carolina Sánchez-Palencia, especialista en literatura de género y profesora de la Universidad de Sevilla, sostiene que “todas estas modas literarias sobre la figura femenina son planteamientos muy convencionales, incluso la última denominada grip lit; porque aunque es cierto que ellas tienen aquí más autonomía y no dependen de los hombres, casi siempre son figuras muy victimizadas: mujeres alcohólicas, victimas de acoso o abusos sexuales o de violencia de género. Personas oscuras con muchos problemas y traumas psicológicos”. La falta de afecto o amor ya no es el principal problema de la mujer soltera. Hay todo un mundo lleno de peligros que acecha a las chicas independientes y que puede llegar a afectarlas psicológicamente.

Poco hemos avanzado en cuestión de estereotipos femeninos en la literatura más comercial. Es más, muchos piensan que incluso hemos retrocedido, como apuntaba un artículo de The Guardian al respecto titulado (Literatura para mujeres solteras, como un género ha ido de lo subversivo a lo triste), en el se que subrayaba como a principios del siglo XIX surgió una nueva corriente literaria que se denominó The New Woman, y que hablaba de esas mujeres rebeldes que se negaban a seguir los caminos trazados para las féminas de entonces: casada, solterona o prostituta. Ellas buscaban otras vías más tentadoras. Novelas que, sin embargo, han pasado a la historia como literatura romántica, de mujeres. Como señala el diario inglés, “la gente piensa que Orgullo y prejuicio es una historia de amor, en vez de una ácida sátira social sobre la precaria situación económica de las mujeres durante la Guerra Napoleónica”. Algo que también apunta la experta en literatura de género Sánchez-Palencia, “casi todas las novelas de Jane Austen han sido interpretadas como «novelitas románticas», cuando en realidad suponen una crítica a la situación de la mujer en las economías patriarcales de los siglos XVIII y XIX. Lo mismo puede decirse de los libros de las hermanas Brontë, como La inquilina de Wildfell Hall (Anne Brontë), Jane Eyre (Charlotte Brontë) o Cumbres Borrascosas (Emily Brontë)”.

 Otras literaturas, otros mundos

Al margen de la literatura más comercial y del género single women fiction, las letras viven ahora el resurgimiento del feminismo desde diferentes vertientes. Según los responsables de la librería Nakama (Pelayo, 22. Madrid), “las editoriales se han apuntado a esta sed de conocimiento que hay entorno a los mundos femeninos, aunque a veces se difuminan un poco los límites entre lo bueno y lo oportunista. Hay también un afán por recuperar a autoras y voces que han sido silenciadas por el canon tradicional. Un ejemplo en nuestro país es Luisa Carnés, integrante de la generación del 27, aunque casi nadie la conocía hasta que han empezado a publicarse sus obras. Tea rooms es una novela que narra la vida de unas chicas trabajadoras, en el Madrid de los años 30, y que habla de la dificultad de la mujer por abrirse paso en una sociedad hecha a la medida del hombre. Pero también se han publicado cuentos suyos (para adultos) en dos volúmenes: Dónde brotó el laurel y Rojo y gris. Y no hay que olvidar los Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes,  de Elena Favilli y Francesca Cavallo, que tratan de crear nuevas heroínas, lejos de las tradicionales princesas o hadas”.

Carolina Sánchez Palencia señala también como “existe otra literatura de mujeres, feminista, que apuesta por la interseccionalidad. Es decir, no considerar solo el género sino también la raza y la clase como variantes determinantes en la vida de las féminas. Arundhati Roy (India), Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria), NoViolet Bulawayo (Zimbawe) o Ama Ata Aidoo (Ghana) escriben en inglés y suponen un desafío importante a los presupuestos elitistas eurocéntricos del feminismo blanco anglosajón, desde las antiguas colonias del Imperio Británico”.

Algunas editoriales como La Señora Dalloway intentan, como dice Ángelo Néstore, coeditor junto con Carmen G. De la Cueva, “crear una amalgama de voces de mujeres, al mismo tiempo que reescribir las tradicionales categorías literarias y sus supuestos lectores. Nos decantamos, más bien, por apuestas que sean híbridas, que no se pueden encajar en ningún género. Buscamos la transversalidad y mezclamos poesía, prosa, ilustración, ensayo, fotografía… Porque los géneros literarios también tienen el poder de estructurar y, en cierta forma, crear la realidad”.

Néstore apunta también otra tendencia en narrativa relacionada con la mujer. Nadie me dijo es un diario escrito en spoken word (un tipo de performance poética que utiliza elementos musicales y teatrales, algo similar al rap), firmado por la inglesa Hollie MacNish, que habla de la parte menos romántica, altruista y políticamente correcta del embarazo y la maternidad. Una corriente en la que también entra Hambre, de Roxane Gay, una visión en primera persona de la gordura, la relación con la comida, la mirada social y la convivencia con el propio cuerpo.

“No hay todavía un nombre para calificar a este tipo de narrativa, pero podría llamarse ‘literatura del cuerpo”, señala Néstore, “porque la anatomía y la relación con ella es determinante. A pesar de que no se haba desde una perspectiva feminista militante, si que estas autoras abordan temas de género; pero lo hacen de una forma indirecta, con ironía y grandes dosis de humor, lo que hace que muchos alérgicos a la palabra feminismo se acerquen sin prejuicios, lo que ayuda a divulgar ciertos planteamientos de una forma sutil, sin pretenderlo”.

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