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John Banville, un escritor en su guarida

Días antes de recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, el autor nos muestra el estudio donde se refugia junto con Benjamin Black, su álter ego.

John Banville

Al lado del puente Ha’penny, que desemboca en la zona más turística y noctámbula de Dublín, Temple Bar, flanqueada por una librería con encanto y un restaurante italiano, se levanta una puerta verde que da acceso a un edificio que solo es anodino en términos de fachada, pues en sus entrañas trabajan dos escritores de renombre. En realidad se trata de uno, aunque de escindida personalidad creativa. John Banville, dueño de una prosa elegante al servicio de temas torturados y reflexiones profundas, y Benjamin Black, su álter ego, creador de exitosas novelas negras en las que mandan las tramas encabezadas por un patólogo forense en el Dublín de los años 50.

La puerta verde de este edificio situado en el centro de la capital irlandesa conduce al estudio en el que trabaja el autor.

Mirta Rojo

Uno y otro cohabitan en la privilegiada mente de un hombre que no fue a la universidad, que se aburrió mortalmente haciendo de empleado del área de reservas de la aerolínea Aer Lingus, que se pasó más de tres décadas revisando textos ajenos en los periódicos, y que hoy ha devenido en serio candidato al Premio Nobel y una pieza cortejada por el cine –confirmó el guión de la película Albert Nobbs, protagonizada por Glenn Close– y la televisión –la BBC ha adaptado algunas de sus novelas criminales en una miniserie con Gabriel Byrne como actor principal–.

Parte de su colección de relojes sobre uno de sus libros escritos a mano.

Mirta Rojo

Ambos comparten también un estudio de dimensiones reducidas al que acuden casi a diario en tren desde su domicilio a las afueras de la capital irlandesa. John Banville –dejaremos a Black tranquilo en su subconsciente negro– recibe a S Moda recién aterrizado de París y tras una serie de compromisos promocionales que lo han dejado agotado. «He de empezar a decir que no con más frecuencia. ¿Te acuerdas de que Nancy Reagan participó en una célebre campaña de concienciación en la que acababa lanzando una frase bien simple que hizo mucha fortuna: “Simplemente di no a las Drogas”? Pues bien, con mi agente tengo esta broma privada. Me llama con nuevas invitaciones a festivales y presentaciones para acabar diciéndome: “Ey Ronald, simplemente di no”».

Una foto de cuando era niño.

Mirta Rojo

Otro galardón. A lo que no se negará es a asistir a la inminente ceremonia de entrega de los Príncipe de Asturias (que tendrá lugar el día 24 en Oviedo), donde en la categoría literaria seguirá el camino de predecesores como Susan Sontag, Paul Auster, Margaret Atwood, Philip Roth o Doris Lessing. «Los premios son como fantásticos regalos de Navidad. Es un verdadero orgullo haber ganado el Príncipe de Asturias, me sorprende muy gratamente que los ahora reyes presten su nombre y se avengan a encabezar un acto de entrega de unos galardones culturales, humanitarios y científicos. No creo que sea algo en absoluto común».

Detrás de unos ventanales que dan a un patio de manzana con abundante vegetación, los cielos están despejados y la claridad inunda la sala. Una bendición para la fotógrafa y un auténtico horror para el anfitrión cuando luce el mono de trabajo. «La gente echa pestes sobre el tiempo que tiene Irlanda, pero yo agradezco una barbaridad que llueva durante nueve meses al año. Nada me invita más a escribir. En los climas cálidos del sur de Europa sería incapaz de juntar dos palabras».

Al escritor le encantan los sombreros, que utiliza cuando sale a dar un paseo por la ciudad.

Mirta Rojo

La guarida de Banville, en la que solo pernocta si ha quedado en el centro de la ciudad para cenar y se le hace tarde, supone un reflejo exterior de las dos modalidades de escritor que lleva en su interior. Aquél que ha sido capaz de disertar con exquisita elegancia sobre grandes cuestiones existenciales, sobre las heridas del tiempo, la fiabilidad de los recuerdos, la posibilidad o no de redención –es decir, el Banville que firmó El libro de las pruebas, El mar, Los infinitos o Antigua luz– se reconoce, por ejemplo, en su colección de relojes antiguos, de viejos diccionarios y de fotografías de sus cuatro hijos en diferentes etapas de sus vidas… El otro, el que escribe sobre crímenes cometidos principalmente por la todopoderosa Iglesia católica e hipócritas familias podridas de dinero en el turbio Dublín de mediados del siglo XX, asoma en un conjunto de postales que reproducen portadas de baratas novelas de género pulp o en un molde de su dentadura de aspecto francamente macabro.

Ante el ordenador que utiliza para escribir las novelas firmadas como Benjamin Black.

Mirta Rojo

Adicto al correo electrónico. A pesar del cansancio que lleva grabado en el rostro y del hartazgo de actos por todo el mundo, Banville confiesa que agradece cualquier interrupción que le saque de la página en blanco. Su dependencia del email es tan acusada que su mujer le puso a traición un fondo de pantalla en el ordenador que, al entrar el aparato en modo reposo, dibujaba una línea que la cruzaba en la que podía leerse «No, no has recibido otro maldito correo». Por esto le divierte especialmente una de las postales que reposan sobre su chimenea, en la que se reproduce una viñeta cómica del semanario The New Yorker, donde un hombre luce uno de esos collares cervicales en forma de embudo que les colocan a los perros tras una operación. «Así evito estar mirando mi teléfono móvil cada dos minutos», le comenta a su patidifuso interlocutor.

Rincón de su estudio.

Mirta Rojo

Sin embargo, su posesión más preciada son unos libros en blanco encuadernados a mano fabricados expresamente para él, los cuales reposan alineados tras una vitrina, donde solo escribe sus novelas como Banville, reservando la informática para las de Black. «Tengo siete esperándome y mirándome cada día con expresión ceñuda para hacerme sentir mal. De todos modos, al tardar entre tres y cinco años en acabar un libro, no voy a poder satisfacerlos a todos». También siente predilección por la célebre instantánea que Henri Cartier-Bresson tomó del que es su mayor ídolo literario, Samuel Beckett, la cual cuelga enmarcada en la pared de honor, sobre el ordenador.

Mirta Rojo

Banville propone salir a tomar el aire por los alrededores del canal de Herbert Place, donde vivió de joven y ha situado el domicilio de su forense con dotes de sabueso, Quirke. Selecciona uno de sus numerosos sombreros –«Siempre llevo uno puesto por la calle, me chiflan. Los suelo comprar en una tienda de Londres. Junto con el calzado, quizá sea la prenda a la que otorgo más importancia»– y se coloca un fular sobre los hombros y un pañuelo en la solapa de la americana. Ya de camino, cuenta que el mayor disgusto que le ha costado su distinción a la hora de vestir tuvo a Yohji Yamamoto en el centro de la trama: «La única vez que me he gastado una auténtica fortuna fue en un abrigo suyo. Una preciosidad. Dentro de él parecía flotar. Apenas lo había estrenado cuando me lo dejé en un taxi».

En el estudio se mezclan fotografías antiguas, postales, libros de coleccionista y las coloridas portadas de novelas pulp.

Mirta Rojo

Foto de Beckett, su autor fetiche.

Mirta Rojo

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