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Joana Vasconcelos, el arte hiperfemenino en Versalles

La artista portuguesa se acaba de convertir en la primera mujer que expone en el palacio francés. La ocasión perfecta para recorrer en 15 obras una trayectoria marcada por la magia de la desmesura y la reivindicación de lo puramente femenino.

Joana Vasconcelos
Getty Images

«¡Qué extraño!», se asombra Mary Elizabeth, turista estadounidense de mediana edad, riñonera fluorescente y zapatillas deportivas rechinando contra el parqué. «Pero… it’s beautiful», corrige inmediatamente, todavía algo desconcertada. Es la quinta vez que visita Versalles, pero la primera que se encuentra con la obra de Joana Vasconcelos en medio del Salón de los Espejos.

La artista portuguesa, de 41 años, se acaba de convertir en la primera mujer que expone en la antigua residencia real –hasta el 30 de septiembre–, por la que pasan cada año más de seis millones de visitantes. No todos están familiarizados con el arte contemporáneo: todavía se recuerda el estruendo provocado por la exposición de Jeff Koons en 2009, que generó un auténtico debate público, así como escenas tragicómicas en las salas. Por ejemplo, la de otra turista llorando desconsolada al descubrir que el lugar idealizado en sus recuerdos se había convertido en una mansión llena de langostas inflables, perritos de cromo y esculturas de Michael Jackson. Más discreta pero no menos subversiva, Vasconcelos nos guía por una exposición de difícil gestación que supone la cumbre de su trayectoria, en plena coherencia respecto a una obra anterior que ha denunciado sin descanso el orden patriarcal. Versalles simboliza el poder absoluto, ostentoso y masculino, al que la artista contrapone un mundo de corazones de cristal, zapatos gigantes y valquirias doradas que sobrevuelan el campo de batalla.

¿Cuál es la palabra que más odia cuando se describe su arte?

Kitsch. Mi arte no tiene nada de kitsch. Para que lo fuera, debería ser irreflexivo y de mal gusto, estar producido de forma mecánica e industrial y resultar ajeno a la belleza y a un discurso político. Yo soy todo lo contrario. Hago las cosas de forma artesanal, con mis propias manos. Tengo un discurso sobre el momento presente y soy lo opuesto a lo industrial.

Su trabajo parece inscrito en una ironía juguetona, más que en una denuncia política y frontal. ¿La considera más efectiva?

La ironía también puede ser un arma de denuncia. En el fondo, llegar a Versalles es una continuación natural de lo que he hecho siempre: observar la evolución del rol social de la mujer. Al visitar el palacio para preparar esta muestra, me di cuenta de que interactuaba mejor con los espacios femeninos –como los apartamentos de la reina– que con los masculinos. Decidí inscribir la exposición no en un discurso necesariamente feminista, pero sí decididamente femenino.

La galería de los Espejos está presidida por este par de zapatos de tacón. Marilyn, que así se llama la obra, está realizada con cacerolas de acero inoxidable.

Getty Images

¿No se considera feminista?

Es un término que no me convence. El feminismo es muy importante, pero me parece conectado con una época concreta –los años 60 y 70– en la que la mujer tuvo que conquistar un espacio social al que no tenía acceso. No quiero sonar demasiado optimista, pero hoy esto ya no es así. Por supuesto, las mujeres todavía tenemos mucho camino que recorrer. Pero no me gustan nada políticas tan en boga como la paridad. Una mujer no debe llegar a un puesto por una cuota. Debe hacerlo por calidad, por profesionalismo y por inteligencia.

¿En qué detecta el machismo en el mundo del arte?

Las mujeres aún no somos tan respetadas como los hombres. El día que la obra de una mujer artista cueste lo mismo que la de un hombre, la igualdad estará aquí para quedarse. La imagen que se tiene de un escultor se encuentra en las antípodas de lo que soy. Un escultor tiene que ser un hombre, si es posible maduro y con barba.

Montó está exposición entre su embarazo y su parto. ¿Cómo lleva la maternidad?

La llevo como puedo. Es una nueva realidad que no tiene nada que ver con la de nuestras abuelas. Mi obra Marilyn habla de esto: son un par de stilettos compuestos por ollas y cazuelas. El ama de casa se ve obligada a convivir con la diva que se pone tacón alto para salir de noche.

¿Qué importancia tiene ser la primera mujer que expone en Versalles?

Lo importante no es que sea la primera mujer, sino haber sido capaz de hacer una buena exposición. Lo importante es que se invite a artistas que puedan generar un discurso interesante, ya sean hombres o mujeres. Sin las mujeres que me han precedido, yo no podría existir. Pero no hay una identificación inmediata por el simple hecho de ser mujer.

Reivindica en su exposición a María Antonieta, como hizo Sofia Coppola en su biografía de la reina…

No es que haya querido rendirle justicia. Lo que sucede es que, para mí, el personaje que define Versalles no es Luis XIV, sino María Antonieta. Lo que cambia el rumbo de la historia y el paradigma político –de la monarquía a la república– es su decapitación. Además, ella también era una ocupante extranjera de Versalles, igual que yo.

Ha denunciado la censura que Versalles sometió a una de sus obras. ¿Qué sucedió?

Preparé la muestra con el antiguo responsable de Versalles, Jean-Jacques Aillagon [exministro de Cultura y responsable del Palazzo Grassi]. Al producirse el nombramiento de la nueva responsable, Catherine Pégard [exconsejera de Sarkozy], me comunicó que no quería que exhibiera la obra principal que tenía preparada, A Noiva [La novia], que es una lámpara realizada con tampones. Me pareció curioso que una mujer fuera más conservadora que un hombre al respecto.

¿Se planteó anular la exposición?

Hubo un momento que sí, porque quisieron retirar otra obra más y me pareció que perdía sentido. Cuando te censuran una obra, es como si te quitaran una parte de tu cuerpo, casi como si te cortaran un brazo. Y me podía permitir perder una mano, pero no las cuatro extremidades. Por suerte, dieron marcha atrás, pero hubo un momento en que me dije: «Ya no aguanto más». Al final he quedado satisfecha. El dolor de cabeza ha merecido la pena. Pero no poder hacer lo que tenías en el corazón siempre implica una pequeña parte de frustración.

En Lilicoptère, Vasconcelos transforma un helicóptero en un carruaje de princesa de cuento moderna, a base de plumas de avestruz, cristales y oro.

Getty Images

Es conocida por denunciar el consumo superfluo y excesivo. ¿Cuando un comprador paga 500.000 euros por Marilyn, como sucedió el año pasado, no está consumiendo de forma frívola y gratuita?

El dinero loco y los encargos desmedidos siempre han existido, en todas las épocas. Lo que no ha existido antes es el consumo exacerbado, que es algo que define solo a nuestra época. En cualquier caso, a mí no me interesa el dinero. Hago obras porque tengo la imperiosa necesidad de decir algo.

He leído que dona buena parte de lo que gana a causas benéficas. ¿Le incomoda recibir tanto dinero?

No es un síntoma de mala conciencia. Lo hago porque me gusta sentirme útil.

¿Qué relación tiene su trabajo, tan marcado por el tejido y la costura, con la moda?

Existe un vínculo muy estrecho, no solo por mi uso de lo textil, sino porque me inspiro mucho en lo que hacen los creadores de moda. Los diseñadores no solo predeterminan el prêt-à-porter, sino también cosas tan impensables como la decoración de un hotel. Tiene un papel determinante en la manera en la que se piensa y organiza el gusto de hoy.

¿El trabajo de un diseñador es equivalente al de un artista?

No toda la moda es arte. Alexander McQueen es arte puro. Marc Jacobs, aunque me encante y sea un gran profesional, no lo es. Una cosa es crear y otra muy distinta, responder a una necesidad social. ¿Mis favoritos? Los que llevan la moda a lugares que nunca ha visitado antes, como Viktor & Rolf y Hussein Chalayan.

El diario Le Figaro la calificaba el otro día como una «Venus Calipigia», en referencia a las afroditas de cadera ancha de la Grecia clásica. ¿Le molesta que se hable de su físico?

Me da absolutamente igual. Pero creo que la gente pasa demasiado tiempo hablando de cosas muy poco importantes [risas].

¿Es cierto que es una gran aficionada al fútbol?

Sí, me gusta porque ejemplifica el cambio en el estatus social de la mujer, ya que antes solo lo veían los hombres. Soy forofa de Cristiano Ronaldo, como todos los portugueses que nos hemos hecho del Real Madrid. Igual que los hombres participan más en la vida familiar y en la educación de los hijos, las mujeres lo hacemos en actividades que parecían proscritas para nuestro sexo.

¿Sitúa ambas cosas en el mismo nivel?

El fútbol no tiene nada de banal. Es una actividad fundamental en la vida de los hombres. Se trata de un momento de cohesión social, de relajación íntima. Las mujeres han aprendido a formar parte de eso y me parece fantástico.

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