_
_
_
_
_

Cómo impedir que el cáncer acabe con la vida sexual

Aunque se gane la batalla a esta enfermedad, la lucha puede dejar afectada a la sexualidad. Pero existe armamento y técnicas para retomar la vida erótica.

bimba
Félix Valiente

Tras luchar y vencer a un cáncer de ovario, Antonia, 41 años, Madrid, tuvo que emprender otra empresa, la de recuperar su sexualidad, gravemente disminuida por la enfermedad. Sólo que, en esta batalla encontró menos aliados y comprensión. Después de todo estaba viva y respiraba, podía considerarse una afortunada porque otras muchas mujeres se quedan por el camino. No podía quejarse, pero lo hacía, ya que lo que antes era placentero ahora resultaba doloroso y complicado, y con 36 años, la idea de una vida sin sexo le resultaba intensamente triste. “Fue muy difícil”, comenta Antonia, “porque entonces no encontré mucho apoyo por parte de los médicos, ni de los profesionales, volcados en salvar vidas pero con poca artillería para reconstruirlas; mientras los amigos y la familia parecían no querer adentrarse en el resbaladizo tema de las secuelas que el cáncer deja en la vida sexual de sus supervivientes. Yo misma empecé a dejar de hablar de sexo porque me sentía un poco culpable. ¿Quién piensa en eso después de haber pasado por la terrible experiencia de que un martes, a las 17:30, te anuncien que tienes una enfermedad que puede acabar contigo, a medio o corto plazo? Afortunadamente, di con una sexóloga que me ayudó a no avergonzarme de mis ‘frívolas’ preocupaciones y a ver la sexualidad de otra manera. Quiero pensar que hoy en día se tiene más en cuenta esta faceta entre los pacientes con cáncer, porque hay mucha vida tras esta dolencia y, generalmente, los que la hemos superado, queremos vivir el doble”.

El cáncer, la espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas y que crece sin cesar, mueve hasta los mismos cimientos de la vida del enfermo. Esas pequeñas células que se empeñan en crecer de forma desordenada, producen tsunamis existenciales, depresiones, rupturas de pareja, dan cursos acelerados de filosofía, psicología y resiliencia; y al dejar a sus víctimas en carne viva los familiarizan con el dolor y, al mismo tiempo, con la extrema sensibilidad y habilidad para ver cosas que nunca antes habían visto. Determinados tipos de cánceres interfieren –para colmar ya el vaso– con la vida erótica y con la capacidad de obtener placer del cuerpo; poniendo a los que los padecen al borde de un abismo con dos únicas opciones: modificar su concepto de la sexualidad o enterrarla para siempre.

Pilar Soria es psicóloga clínica en el área de salud mental del Hospital Universitario Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Albacete, además de sexóloga con amplia experiencia a la hora de trabajar con grupos de pacientes de cáncer de mama. Soria prepara ahora un nuevo proyecto destinado a dar apoyo a estos enfermos. La novedad es que será para ambos sexos, con todo tipo de cánceres y en el que también podrán participar las parejas de los afectados por esta enfermedad. Según Pilar, “el tabú del sexo en las enfermedades empieza ahora a romperse, porque antes nadie hablaba de él y se consideraba que cuando uno atravesaba una dolencia grave, lo que menos le interesaba era la dimensión erótica. Pero no siempre es así, en el cáncer se pasa por varias etapas y cada paciente es un mundo y responde al tratamiento de diversas formas. Es cierto que la quimioterapia y la radioterapia dejan muy cansado, y lo último en qué se piensa es en el sexo. Muchos/as aparcan su sexualidad en este periodo o reducen su repertorio a manifestaciones de afecto, pero también los hay que siguen con una vida sexual activa e, incluso, continúan viendo a sus amantes. No olvidemos que el sexo es el mejor ansiolítico que existe, y sin efectos secundarios. Puesto que el cáncer es una enfermedad larga que afecta,  en muchas ocasiones, a gente joven, lo deseable es que no se aparque, en la medida de lo posible, la sexualidad. Hay que permitirse lo que se quiera y se pueda. Y si antes los médicos y profesionales no trataban el tema, ahora cuentan con más información y son, ellos mismos, los que sugieren a los pacientes que pregunten y se informen sobre este tema”.

Los cánceres que más repercusiones pueden tener en la vida erótica posterior son el de mama, los ginecológicos –vaginal, ovárico, uterino, de cérvix, vulvar-; el de colón, que crece alarmantemente, y el de próstata.

Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, “los cánceres ginecológicos pueden ser muy agresivos e implican, a veces, extirpar y tener que hacer luego una cirugía de reconstrucción. Esto hace que las posteriores relaciones sexuales con penetración puedan ser dolorosas y, a veces, hay que hacer una terapia con dilatadores vaginales progresivos. Sin embargo, el cáncer de mama es el más devastador para la autoestima de la mujer y para su dimensión erótica, porque el pecho es el símbolo de feminidad, es la seña de identidad sexual de gran parte del género femenino. Aquí se juntan, además, otros factores: la caída del pelo, por la quimioterapia, y el hecho de que muchos de los tratamientos a esta enfermedad producen una menopausia precoz, con todas sus molestias e inconvenientes. En los hombres, el cáncer de próstata es frecuentemente interpretado como una pérdida de su masculinidad, porque si te quitan la próstata ya no hay eyaculación visible –pasa a ser retrógrada y sale con la orina– y la erección se vuelve más complicada. Es frecuente que aquellos que no tienen pareja piensen que jamás podrán optar a una. Pero hay que decir que existen remedios: la Viagra y todos los inhibidores de la Fosfodiesterasa 5, que se recetan para la disfunción eréctil, que se pueden tomar de forma puntual o continuada, en dosis pequeñas; las inyecciones, que se ponen en los cuerpos cavernosos del pene y; si esto no funciona, está también la prótesis de pene”.

Enfermas con una nueva actitud

Una de las armas que utilizaba Pilar Soria para levantar el ánimo de sus enfermas de cáncer de mama era el arte, en todas sus manifestaciones. Cine, fotografía, literatura, escultura… Cualquier cosa para demostrar que lo erótico, lo sexy y lo excitante son culos de mal asiento y gustan de instalarse en los más variados parajes y, hasta en los suburbios. “Curiosamente, la queja más común de las parejas de mujeres que habían padecido esta enfermedad, no tenía nada que ver con la estética o el hecho de que las veían menos atractivas. Lo que más les entristecía era su cambio de actitud, el mal humor, la rabia y la pérdida del interés por el sexo, que muchas veces es inevitable en esta enfermedad”, comenta Soria.

Pero la frecuencia con que está dolencia se ceba en las mujeres y su gran índice de recuperación, han hecho que muchas empiecen a vivir la enfermedad de otra manera. Como apunta Francisca Molero, “aunque ahora se tiende a poner el implante al mismo tiempo que se hace la mastectomía, algunas mujeres eligen no ponérselo y seguir con la cicatriz, como signo de la aceptación y una diferente visión de esta enfermedad. Y porque, además, con los implantes se pierde sensibilidad”.

Muchas famosas, que han reconocido públicamente su enfermedad y hasta se han fotografiado con las cicatrices, como hizo Bimba Bosé, han creado una nuevo estilo de lucha contra el cáncer. Algunas, tras ganar la batalla, se vuelven fervientes activistas, como Olivia Newton-John o Cynthia Nixon, la pelirroja de Sexo en Nueva York. Otras, aprovechan el miedo, la impotencia y la incertidumbre –excelentes generadores de creatividad–, para idear proyectos artísticos. Es el caso de la fotógrafa estadounidense Laura Hofstadter, y su Stages, una serie de retratos que recrean cuadros famosos y en los que ella es la protagonista, con un espíritu que oscila entre la elegancia, seriedad y el humor. Por no hablar del proyecto P.ink, que pretende transformar las cicatrices de los cánceres de mama en artísticos y coloridos tatuajes.

Diana, 57 años, Albacete, vivió su despertar sexual y lo mejor de su vida erótica entre dos cánceres, uno de mama y otro, posterior, de pulmón. En medio de seis operaciones de reconstrucción y 13 años de quimioterapia. Su historia es apasionante y comienza con un matrimonio nada excitante y una vida sexual traumática. “El sexo, en mi caso”, cuenta Diana, “no es que no fuera placentero, es que era doloroso, un trauma. En un momento dado acudí a una sexóloga que, tras escuchar mi problema, me dijo que ella creía que yo no estaba enamorada de mi marido y me dio unas pautas y ejercicios para hacer. Éstos mejoraron un poquito la situación pero no demasiado, porque mi pareja no quería cooperar. Él siempre me recordaba que el problema era mío”. A los 42 años se le diagnostica un cáncer de mama y la enfermedad es la excusa perfecta para aparcar las relaciones sexuales con su marido. Tras pasar un mes encerrada en casa, llorando en el sofá, su hermana la apunta a una asociación de ayuda a mujeres con cáncer. “Allí conocí a otras personas en mi misma situación, hice amigas, verbalicé mis miedos y practiqué yoga. Aquello supuso una ventana abierta en mi oscura vida”. Al mismo tiempo, un amigo y socio de su marido empieza a interesarse por ella y un día acaban en el dormitorio. “De repente descubrí el sexo, y lo mejor de todo es que comprobé que no era frígida, como yo creía, ya que solo había estado con mi marido”. Diana habla del sexo como del momento en que se conoció a sí misma. Luego vino otro cáncer, la separación de su marido, el inicio de una nueva vida en otra ciudad, con solo 300 euros de caja y junto a su hija estudiante, y sus posteriores parejas. Diana está curada, aunque cada año debe someterse a un control médico. “Me avisaron de que con la quimioterapia no tendría deseo y me sería muy difícil alcanzar el orgasmo, pero yo recuerdo esa etapa como una de las más excitantes, desde el punto de vista sexual, de mi vida”, cuenta esta superviviente.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_