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Fin de siglo, por Loquillo

La nostalgia por lo no vivido y ya perdido me tiene en un estado de suspensión

Virna Lisi

Hemos perdido a tantos de los nuestros este 2014 que el adiós a la melena de Virna Lisi en los últimos días de diciembre me deja desolado, así es la vida y así hemos ido cerrando el año. Nos vamos quedando sin nuestros referentes, escritores, músicos, actores y actrices, directores de cine, periodistas, políticos, referencias culturales que han marcado nuestra adolescencia, que han sido imprescindibles en nuestro crecimiento personal. Con ellos recorríamos distancias, viajábamos a países y ciudades solo para respirar el mismo aire que ellos, copiábamos sus looks más atrevidos o simplemente nos empapábamos de su obra para impresionar a amigos, novias o público en general y demostrar que estábamos un punto y medio más allá que el resto y que nuestro reino no era de este mundo.

Nos ha tocado vivir el fin de siglo, sí señor. Resulta emocionante darse cuenta de que estamos asistiendo al final de una forma de pensamiento y de vida. Estamos a las puertas de un nuevo advenimiento que dibuja un mundo que ni de lejos pensamos cuando veíamos con los ojos como platos en nuestra más tierna infancia al capitán Kirk en Star Trek con aquella extraña pantalla táctil del futuro; con ella se comunicaba con la nave Enterprise, y ahora controla nuestras vidas.

En solo dos décadas, el futuro se ha instalado en el día a día. Hace tiempo que me perdí en todo este maremágnum de tecnología del espacio, y eso que era un fan total de la ciencia ficción, pero he tirado la toalla, solo espero que llegue el momento de que me inserten el aparato de rigor para convertirme en un cyborg y vivir hasta los nosecuantísimos años, como se contaba en los cómics de la Marvel a mediados de los años 70 de la pasada centuria.

Se ha dicho que el siglo XX realmente hizo su aparición tras la Primera Guerra Mundial (no Zeta), por mucho que los calendarios se empeñen en lo contrario. Siglo XX, un despliegue de maldad insolente, como nos cantaba Gardel en Cambalache. Si nos dejamos llevar por las corrientes culturales de finales del XIX y principios del XX encontraremos toda una serie de paralelismos sospechosos. El guión cambia; los escenarios y los personajes con distintos ropajes vienen a decirnos lo mismo.

Abocados a querer escapar del control de las máquinas, ahora es la tecnología nuestro Gran Hermano y lo que nos hace objetar, militar en la resistencia individual, aferrados a nuestro libro de páginas amarillentas, el vinilo fetiche, la colección Bruguera de tapa dura, tan personal que sentimos levantar ante nosotros la dictadura de lo políticamente correcto que nos limita y que trocea nuestro instinto y nuestras libertades hasta dejarnos famélicos. La rebelión de las masas que nos acerca cada día que pasa a una versión empeorada del 1984 de George Orwell o del Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

Esta cuenta atrás hacia el futuro me ha sumergido en un insoportable sentimiento de spleen, que dirían los simbolistas del anterior fin de siècle. La nostalgia por lo no vivido y ya perdido, la fijación por el amor melancólico, me tiene en un estado de suspensión del que no sé si quiero despertar algún día. Quizás solo sea un tránsito, que me llevará a un nuevo renacimiento y crecimiento personal, como nos cuenta en el Diccionario de Fin de Siglo Luis Antonio de Villena, o que Gardel ya no está para cantarnos tangos incorrectos, ni Virna Lisi para deslumbrarnos con el blanco tibio de su piel y porque ahora todo me resulta más viejo, más frío y más gris.

Será porque en el tocadiscos del joven adolescente de la habitación de al lado suena sin parar American Pie.

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