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Fealdad, por Ana Pastor

«Sé tú misma, no dejes que la enfermedad sea el rasgo que defina tu existencia», le decían sus padres

Lizzie Velasquez

Hace unos meses cayó en mis manos un libro, teóricamente para adolescentes, titulado La lección de August. Trata de un niño que nació con una malformación grave en el rostro y que cuenta en primera persona su vida desde que su familia decide que debe incorporarse al colegio como el resto. Hace unos días alguien me habló de la historia de la americana Lizzie Velasquez. No es ficción como la de August. Es la vida real. Cuando Lizzie tenía 5 años no era muy consciente de que era diferente al resto de niños. Y tuvo que comprobarlo en su primer día de cole. Nadie quiso hablar con ella, nadie quiso jugar con ella y nadie quiso sentarse a su lado durante la hora de la comida.

Tenía 5 años y la miraban como si fuera un monstruo. A la hora del recreo salió disparada hacia el parque, directa hacia el tobogán. Una larga cola de niños esperaban su turno. Nada más verla aparecer deshicieron la fila y se marcharon dejándola sola. Cuando llegó a casa aquel primer día preguntó a sus padres por qué había ocurrido todo aquello. Ella no era consciente de las diferencias porque su familia la había educado en una maravillosa y tierna normalidad que ahora se transformaba en profundo dolor. Lizzie padece una enfermedad de las consideradas «raras» que le impide coger peso y le provoca otras disfunciones como ceguera en uno de sus ojos o problemas de corazón. La enfermedad es visible a los ojos de cualquiera. Aquel día sus padres le dijeron que sus diferencias sólo eran esas, que debía volver al colegio, ser ella misma y no dejar que su dolencia fuera el rasgo que más definiera su existencia. El problema lo tenían quienes sólo venían las diferencias, le dijeron. Lizzie fue pasando curso a curso y fue haciendo amigos que la protegían de los intolerantes. Pero empezó a notar también las diferencias. Un día estaba escuchando música en el ordenador y, navegando por Internet, se topó con una foto de ella misma. Pinchó y la desagradable sorpresa era un vídeo de ocho segundos. Un vídeo sin sonido que ya tenía cuatro millones de visitas. Un vídeo que se titulaba: «La mujer más fea del mundo».

Era ella. Y allí estaba. Sentada frente al ordenador sintiendo como si los cientos de comentarios que leyó más abajo fueran puñetazos. Algunas de las personas que habían dejado sus miserias en esa página escribieron cosas del tipo: «Haz un favor al mundo y pégate un tiro». En ese vídeo tenía 11 años y fue con 18 cuando lo encontró en la Red. No podía comprender cómo había gente tan cruel que se reía de aquella manera de una niña. Tuvo ganas de responder uno a uno los comentarios. Lloró durante horas. Cuando el primer impacto de lo que había leído se fue pasando habló con sus padres. Y ellos volvieron a insistir en ese mensaje que tantas veces la había reconfortado y que había hecho que su vida transcurriera hasta ese momento de una manera más o menos normal: sé tú misma, no dejes que la enfermedad sea el rasgo que defina tu existencia. Lizzie tiene ahora 26 años y se ha convertido en una de las principales activistas contra el bullying que hay en Estados Unidos. Además de dar exitosas charlas y escribir varios libros, ha promovido una iniciativa en el Congreso para que por primera vez se apruebe una ley que identifique, denuncie y castigue ese tipo de acoso en los colegios. Su valentía es ahora el rasgo que mejor define su existencia.

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