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¿Es posible heredar (también) la vida sexual de nuestros padres?

La forma en que nuestros progenitores interactúan como pareja cuando somos niños nos envía mensajes subliminales de conceptos como amor, sexo, intimidad o afectos.

Jane Birkin y Serge Gainsbourg con Kate Barry y Charlotte Gainsbourg (1972).
Jane Birkin y Serge Gainsbourg con Kate Barry y Charlotte Gainsbourg (1972).getty images

Cuando la gente crecía con la idea de que el sexo era un pecado capital, los padres no hablaban del tema con sus hijos ni en el potro de la tortura y la muerte era preferible a un embarazo de soltera, era fácil culpar a los progenitores y, por extensión, a la sociedad entera de los trastornos sexuales personales. Luego, todos estos tabúes fueron desapareciendo, aparentemente, y se empezaron a buscar explicaciones fisiológicas o de falta de información a los problemas de cama. Sumado, por supuesto, al estrés y exigencias de la vida moderna.

Sin embargo, Erika Schwartz, médico norteamericana, además de autora de best sellers y gurú de la vida saludable a base de chequeos, hormonas, suplementos, ejercicio, estilo de vida, dieta y manejo del estrés, ha vuelto a señalar a los padres, y a su tipo de educación, como posibles causas de muchas disfunciones sexuales. En su libro The Intimacy Solution: Life Lessons in Sex and Love (La solución íntima: Lecciones de vida sobre sexo y amor), todo un súper ventas en EEUU, Schwartz despliega su teoría sobre lo que ella llama el ‘ADN sexual’ que todos tenemos y, que al igual que nuestros genes, proviene de papá y mamá.

La novedad es que Erika no habla de la educación sexual recibida o no recibida en casa, sino más bien de ese mensaje subliminal que los padres mandan a los hijos a través de su propia relación. Mucho más potente que cualquier discurso, charla o prohibición. La forma en la que la pareja interactúa, si muestra su afecto en público o no, si se abrazan, se tocan, el tono en que se hablan, la forma de expresar su sexualidad a través de sus cuerpos… Todos estos elementos conforman un temario de lecciones que los niños van asimilando día a día y que, de recopilarse y publicarse, podría llevar títulos como Guía para vivir en pareja, Lecciones de sexo y amor y hasta Manual para demostrar el afecto para dummies. La información que los pequeños recojan de lo que pasa entre una pareja, conformará sus creencias sobre lo que son las relaciones sentimentales e influirá en su futuro.

Toda una responsabilidad y, según cuenta Schwartz en su libro, “demostrar afecto es importante, pero ser abiertamente sexual puede tener también consecuencias negativas. Y, en el otro extremo, no exteriorizar ninguna intimidad, ni sentimientos a nivel sexual es igualmente indeseable”.

Es frecuente que muchos padres, criados en el desierto de Atacama de la educación sexual y con unos progenitores asépticos, busquen para sus hijos el extremo opuesto. La sexóloga americana cuenta en su libro el ejemplo de un paciente suyo, que creció en una familia de cuatro hermanos, todos hombres. Cuando era adolescente, su madre no tenía problemas en andar por casa en ropa interior y pedirle a algún chico que le abrochara el sujetador. Al mismo tiempo que hablaba abiertamente de sexo. Pero cuando los niños crecieron y empezaron a tener novias, la madre acostumbraba a hablar con ellos en un lenguaje un tanto infantil ante sus parejas. Trataba a sus hijos como a niños porque no sabía tratarlos como adultos. Su padre no era consciente del modo en que actuaba su mujer, y se limitaba a competir con ellos, a ver quien podía hacer más proezas físicas o deportivas. En palabras de esta autora, “este comportamiento familiar creó jóvenes inseguros, con poca autoestima y con problemas a la hora de interactuar con mujeres”.

“Demostrar afecto es importante, pero ser abiertamente sexual puede tener también consecuencias negativas. Y, en el otro extremo, no exteriorizar ninguna intimidad, ni sentimientos a nivel sexual es igualmente indeseable”.
“Demostrar afecto es importante, pero ser abiertamente sexual puede tener también consecuencias negativas. Y, en el otro extremo, no exteriorizar ninguna intimidad, ni sentimientos a nivel sexual es igualmente indeseable”.CORDON PRESS

Mensajes subliminales directos al inconsciente

No siempre es fácil realizar una conexión entre las conductas de los padres, como pareja, y la actitud de los hijos respecto al sexo, el amor o la intimidad. A menudo requiere de una terapia. Para Ana Yáñez, psicóloga, sexóloga y directora del Instituto Clínico Extremeño de Sexología, “la buena noticia es que esta relación no perfila al cien por cien el comportamiento futuro de los hijos. Aunque es muy determinante y ayuda a crear unos parámetros respecto a la idea de amor, afecto, relación de pareja o sentimientos a una edad temprana; también es cierto que luego hay otros factores que pueden variar o modificar esas ideas o creencias, como son los amigos, los medios de comunicación, los profesores o la pareja. Generalmente, las personas adultas suelen criticar y plantearse, en un momento dado, el conjunto de creencias o enseñanzas recibidas. A veces, si no les gustan, se pasan al bando contrario; aunque también puede ocurrir que muchos, simplemente, asuman lo recibido como válido. En este caso, si que las experiencias vividas en la infancia pueden ser la causa de determinados trastornos sexuales”.

Lo deseable, según esta sexóloga, es que “los niños crezcan en un ambiente donde haya muestras de afecto y cariño de todo tipo. Donde los padres se besen, se toquen, donde se hable de sexualidad, a medida que los hijos vayan haciendo preguntas y se les despierte la curiosidad. No veo nada malo si una familia va a una playa nudista y se bañan desnudos, o si están así en casa. Es una forma de demostrar a los hijos que no hay nada malo en torno al cuerpo. Claro que si hay alguien que es más tímido y no quiere hacerlo, tampoco hay que obligarlo. Lo ideal es que dentro de un clima de apertura y diálogo, sin secretos, se respeten las individualidades de cada uno y sus preferencias”.

Otra actitud muy frecuente en este sentido es la que se da en el modelo de padre o madre-amigo, que quiere compartirlo todo con sus hijos y que espera que estos le cuenten sus experiencias, incluso las románticas o sexuales. Algo a lo que uno no es muy dado en su adolescencia, y menos con mayores. “Insistir en ello es forzar a alguien a que comparta un espacio de su intimidad. Y esto no hay que hacerlo nunca. Aunque una familia viva junta y se tenga toda la confianza del mundo, en una casa hay puertas que pueden y deben cerrarse, ya que todo el mundo tiene derecho a su parcela privada”, sentencia Yáñez.

Otro ejemplo que Erika Schwartz pone en su libro para plasmar la larga sombra que una pareja puede proyectar en sus hijos es el de Claire, una mujer de 40 años, con un largo historial buscando pareja y a la que le gustaría la idea de tener hijos. Sin embargo, sus novios nunca duran demasiado. Cuando era pequeña Claire vio a su padre en actitud cariñosa con una mujer en un restaurante. Se lo contó a su madre y ella le confesó que sabía que su marido tenía un affaire, pero actuaba como si nada pasara y su matrimonio fuera feliz. La dura realidad de sus padres hizo que “términos como lealtad, confianza, intimidad y sexo sean ideas confusas para ella, y que piense que es prácticamente imposible encontrar a alguien que no acabe engañándola”, afirma Schwartz en su libro.

Paul y Linda McCartney con sus hijas: Stella, Mary, y Heather (1974).
Paul y Linda McCartney con sus hijas: Stella, Mary, y Heather (1974).getty images

A menudo, malas relaciones o relaciones que ya están acabadas pero se prolongan en el tiempo por diversos fines, pueden dar a los hijos la visión de que vivir en pareja es algo próximo al infierno, con lo que de adultos evitarán, por todos los medios, caer en el mismo error.

Además de la conexión que mantienen los padres entre ellos, también es crucial la actitud que muestran con extraños a la hora de exhibir determinados comportamientos afectivos. Dos clásicos en este capítulo son las madres o padres competidores y los que flirtean con todos, excepto con sus parejas. En el primer caso están los presumidos/as, los/las que generalmente han sobresalido por su físico y ven como sus hijos/as les pisan el terreno. “Es propio de inseguridades patológicas”, afirma Yáñez, “deberían comprender que están en distintas fases de la vida y que compararse supone no aceptar la realidad. Yo casi la calificaría de relación tóxica, porque lo normal es que una madre o un padre se alegre del potencial o el atractivo de sus hijos, y no que compita con ellos. En cuanto al segundo caso, remite un poco a las parejas de antes, en las que una vez conquistado al otro ya no había que hacer ningún esfuerzo por retenerlo”. Crea una asociación indeseable entre términos como: pareja-aburrimiento-seriedad y extraño-diversión-sexy.

Existe también, aunque afortunadamente cada vez menos, el modelo de padres sufridores. Los que lo dan todos por sus hijos y sacrifican su diversión, sexualidad y placer por el bien de su prole; sin pensar que una de las mejores herencias que les pueden dejar es la de demostrarles, en carne propia, que vivieron felices (aunque no comieran perdices) y que esta empresa es posible. “Nos olvidamos a menudo que la pareja fue antes de los hijos”, dice Yáñez, “y que esta no debería anularse por ellos. Siempre digo que en la vida de cada persona hay cuatro áreas importantes: la individual, la familiar, la social (entorno y amigos) y la profesional. Y todas ellas deben convivir. Hay que evitar que alguna se anule en aras de otras, o invada al resto. Por ejemplo, si el trabajo lo ocupa todo, o si una pareja nos aleja de la familia o los amigos. No es sano, y lo único que nos acarreará a la larga será rabia y frustraciones”.

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