_
_
_
_
_

Sandra Wollner: «No sé si es bueno tener derecho a vivir todas nuestras fantasías en un mundo virtual»

¿Y si los androides pudiesen sustituir a los muertos? La directora austríaca estrena en España ‘Del inconveniente de haber nacido’, una suerte de ensayo cinematográfico sobre la finitud humana y las incertidumbres que nacen de la conciencia de nuestra propia mortalidad.

Sandra Wollner, la directora austríaca de 'Del inconveniente de haber nacido'.
Sandra Wollner, la directora austríaca de 'Del inconveniente de haber nacido'.

Del inconveniente de haber nacido es una película inquietante, tanto por los temas que trata como por la forma que tiene de abordarlos. Bajo el disfraz de una distopía biopolítica, la directora y guionista austríaca Sandra Wollner (Leoben, 38 años) nos ofrece, tras debutar con The impossible picture, una suerte de ensayo cinematográfico sobre la finitud humana y las incertidumbres –morales, metafísicas, epistemológicas e incluso religiosas– que nacen de la conciencia de nuestra propia mortalidad. La directora austríaca no quiere hablarnos de otro universo posible, sino cuestionar a través de un ejercicio imaginativo la forma que tenemos de habitar nuestro propio mundo.

Es cierto que Wollner deja clara sus intenciones desde el título mismo de la película, que toma prestado del libro del filósofo y teórico del pesimismo Émile Cioran. Del inconveniente de haber nacido, que pasó por el festival de San Sebastián y se llevó el premio del jurado en la Berlinale, nos sumerge en un mundo en el que las personas pueden adquirir robots antropomorfos para que sustituyan a las personas que han fallecido. Estos androides ocupan su lugar, reproducen su personalidad, imitan sus palabras y sus gestos, evocan sus recuerdos, repiten los mismos patrones emocionales. Pero lejos de buscar el guiño fácil a las problemáticas habituales de la ciencia ficción –la rebelión del androide humano, los peligros de la biotecnología o los desafíos de una sociedad intergaláctica–, Wollner vuelve la mirada hacia el interior de las personas y utiliza la tecnología como una lupa para amplificar las partes más oscuras del alma humana, aquellas que llevan siglos atormentando nuestros pensamientos. Más que preguntarse por lo que podríamos llegar a ser, Del incoveniente de haber nacido nos habla sobre lo que ya somos, de lo que siempre hemos sido y de lo que, probablemente, no podremos dejar de ser. 

¿Encuadrarías ‘Del inconveniente de haber nacido’ dentro del género de ciencia ficción, como pura especulación cinematográfica, o la ves más bien como una distopía, un ejercicio de imaginación sobre un futuro posible?

Hay una idea recurrente que dice que las obras de ciencia ficción siempre terminan diciendo más sobre el presente que sobre el futuro. Creo que es el caso que se da aquí. Siempre imaginé la película como una especie de híbrido, atrapado en una zona extraña entre el futuro y el pasado, también cinematográficamente. Hay elementos de distopía, pero dudaría en señalar que existe un mensaje subyacente: es más una divagación de ideas. En cierto modo, la película es una despedida al viejo mundo, un mundo anterior a la inteligencia artificial. Pero sin duda es un producto del presente: habla de esperanzas y temores que ya son relevantes a día de hoy.

“No haber nacido, de sólo pensarlo, ¡qué felicidad, qué libertad, qué espacio!”. Esta es una frase que aparece en Del inconveniente de haber nacido, un libro de Émile Cioran publicado en 1973, que presenta la mera existencia propia como un mal. ¿Por qué utilizas el mismo título? ¿Qué hay de esta obra en la película? 

También dice Cioran que la idea del suicidio tiene un elemento de esperanza, e incluso bromea diciendo que si el concepto de suicidio no existiera, si no supiera que existe esta salida, probablemente se habría suicidado. Hay algo de verdad en todo eso y también es divertido. Si lo piensas, el nacimiento y la muerte son hechos forzados, en el sentido que generalmente no los elegimos, así que el suicidio pasa a ser en apariencia el único acto real de libre albedrío disponible para los humanos: solo así podemos demostrar nuestra libertad absoluta, destruyendo lo mismo que la sustenta.

Diría entonces que la naturaleza tiene un sentido del humor muy oscuro, o al menos Cioran cree que lo tiene, y es una paradoja que se aplica a todos los humanos. Afirma también que el nacimiento es un accidente ridículo, pero nos comportamos como si se tratara de un evento capital, necesario para el progreso del mundo. Y como necesitamos significado para este nacimiento, lo creamos, pero no existe por sí mismo. Ahí es donde entra el androide de mi película: no necesita ningún tipo de significado para existir, simplemente existe.

¿Por eso estamos obsesionados con crear androides lo más parecidos posibles a nosotros, que sufran y se emocionen del mismo modo, a pesar de todos nuestros errores conocidos?

Creo que hay varias razones para esto. Una de ellas es la curiosidad, tratamos de responder a la pregunta sobre qué constituye un ser humano. También diría que nos sentimos muy solos porque como criaturas tenemos una conciencia única de nosotros mismos. En realidad, somos como fantasmas dentro de un caparazón cada vez que formamos un pensamiento consciente de nosotros mismos. Pensamos en algo completamente solos, en nuestras cabezas, donde nadie puede verlo –a menos para quien no cree en un Dios que todo lo ve–. Creo que en el fondo anhelamos recrearnos a nosotros mismos en androides para salir este caparazón y poder mirarnos bien desde fuera: el objetivo es descubrir cómo somos en realidad. Así que respondería a una búsqueda de nosotros mismos, pero también de algo que podríamos llamar divinidad, ya que estamos imitando la primera creación: si nosotros nos convertimos también en creadores, a lo mejor descubrimos algo sobre nuestros dioses. 

Fotograma de ‘Del inconveniente de haber nacido’.
Fotograma de ‘Del inconveniente de haber nacido’.

En una aplicación práctica de todo esto, como narra la película, podríamos tener al lado un robot que sea físicamente igual que una persona muerta a la que queríamos pero incapaz de desarrollar su personalidad, de ser un ser humano. ¿Quién querría algo así?

Es una buena pregunta porque, de hecho, incluso si pudiéramos recrear a una persona fallecida en la forma de un androide con su misma personalidad, siempre recordaríamos que fuimos nosotros quienes le devolvimos la vida. El androide no será nunca la persona que se fue: su artificialidad sería imposible de negar. En nuestro imaginario actual nunca podríamos decir o sentir que este androide está vivo, solo sería algo intermedio. Pero este pensamiento podría cambiar. Hace poco más de cien años, la fotografía post mortem todavía era una práctica: las familias tomaban fotografías de los cadáveres apuntalados de sus amados como una forma de mantenerlos vivos no solo en su memoria, sino también en el mundo físico. También era mucho más común que ahora exponer el cuerpo de los muertos. Así que diría que nuestra relación con la muerte va cambiando y es factible que vuelva a hacerlo como parte del desarrollo tecnológico que se avecina. Por ejemplo, ya existe un proyecto de realidad virtual en el que una madre se encuentra con la hija que había perdido, y Microsoft acaba de patentar chatbots que te traerán de vuelta a personas fallecidas para que puedas conversar con ella en función de la información personal que tengan. Podría decirse que ya estamos ahí. El mundo interior virtual encontrará nuevas formas de ir más allá del físico, y viceversa.

Parece también que la película plantea la imposibilidad de que la inteligencia artificial se convierta en un ser similar a nosotros porque este nunca se hará preguntas existenciales ¿Es eso lo que nos hace humanos? ¿O podríamos imaginar un robot filosófico capaz de desarrollar dudas existenciales originales cercanas a las del mismo Émile Cioran?

De dónde vengo y a dónde iré. Me parece bastante divertido que encontrar respuestas a las dos preguntas más obvias que un yo consciente puede hacerse se hayan convertido en la mayor aspiración para la humanidad. Creo que nos referimos a estas dudas existenciales como aquello que nos hace humanos, o como una especie de camino hacia Dios, solo porque no hay una respuesta obvia a estas preguntas.

El tema económico es también relevante para el contexto del film. Si dejásemos la construcción de estos robots humanos en manos de una compañía privada –como ocurre ahora con las clínicas de fertilidad, por ejemplo– ¿crees nuestras sociedades aceptarían que solo quien tenga el dinero suficiente pueda recuperar a sus muertos en forma de robots?

Teniendo en cuenta que realmente será posible desarrollar estas máquinas, no creo que un sistema capitalista como el nuestro elimine a ningún cliente potencial, ni siquiera a los más pobres. Por lo tanto, es posible que exista una versión de lujo en el que el androide viene con un cuerpo, pero también puede haber una versión más barata, quizá una especie de experiencia reducida de realidad virtual por un presupuesto mucho menor. Ahora bien, la longevidad humana y la riqueza siempre han estado en conexión, ¿por qué en esta nueva forma de eternidad iba a ser diferente?

La memoria es uno de los temas más complejos para la inteligencia artificial, y uno de los que más se ha abordado en la ciencia ficción contemporánea, y de formas muy diferentes, desde ‘Black Mirror’ hasta ‘Westworld’. ¿Qué tipo de recuerdos son capaces de tener los robots de la película? ¿Por qué?

Los androides recuerdan solo lo que se les dice previamente, aquello que están programados para recordar, y también son capaces de crear un recuerdo por sí mismos. Sin embargo, una de las principales características de una memoria humana ordinaria es que no es perfecta, tiene lagunas y bordes borrosos y es tan fluida que puede cambiar después y aún así que su dueño seguirá creyendo que es de verdad. Mostrar esos huecos de la memoria humana, como los sueños, que no tienen los robots, era lo que me interesaba.

Fotograma de ‘Del inconveniente de haber nacido’.
Fotograma de ‘Del inconveniente de haber nacido’.

No diría que es una película que pretenda problematizar los avances de la tecnología, sino lo que los seres humanos queremos y podemos crear con las herramientas disponibles. Son especialmente inquietantes las escenas que sugieren relaciones sexuales entre una niña y un señor de mediana edad, aunque se trate solo de un robot. ¿Cuál es el debate moral que plantea esto? 

La virtualización acercará nuestro mundo interior y exterior: todo lo que pensamos lo podremos experimentar en una realidad virtual. Y si es solo un pensamiento, ¿no debería permitirse? Al menos así es como tratamos ahora el núcleo irreductible del ser humano: pase lo que pase, contamos con la libertad de nuestros pensamientos. En la relación extraña del hombre y la niña androide, tenemos un ejemplo extremo e inquietante sobre esta cuestión. No sé si es una buena idea tener derecho a vivir todas nuestras fantasías en un mundo virtual, y me parece una cuestión ética interesante y compleja si queremos permitir algo como esto. Pero el hecho es que la gente tiene fantasías oscuras y si existe una tecnología como esta, será utilizada para ese propósito, legalmente o no. Más allá de mi opinión personal, sigue habiendo un enigma interesante: si es solo un objeto ¿en qué momento está permitido atribuirle cualidades humanas? ¿Hay algún punto en el que podamos decir que este androide no solo parece una niña, sino que debe protegerse como una niña? Si lo piensas, esto sería lo contrario a lo que les hacemos a los animales en la agricultura industrial, donde son tratados básicamente como objetos para procesarlos.

¿Cómo fue trabajar con Lena Watson este papel?

Fue una gran experiencia, es una actriz joven, brillante y muy talentosa. Tuvimos mucha suerte porque fue muy complicado prepararse para este papel, tanto para ella como para su familia y, también, para nuestro equipo. Trabajar con niños requiere medidas de protección, siempre, para cualquier película. Incluso los actores experimentados, talentosos y bien entrenados a veces tienen problemas para salir de su personaje, así que obviamente para algunos niños puede ser especialmente difícil distinguir entre quienes son y el personaje que interpretan. Es paradójico, porque de alguna manera, por el bien de la película, como directora esperas que los actores se fusionen con su personaje y les den vida. En nuestro caso, para Lena esto no suponía ningún peligro: el personaje que interpretó era un robot; un robot que puedes apagar, un robot que finge sentir. Además, ella llevaba una máscara de silicona que no se le parecía en nada, y nunca la reconocerías si la vieras en la calle; así pudo realmente entrar en ese personaje y, tan pronto como se quitaba la máscara, podía volver a ser ella misma. En el aspecto sexual, hablé con ella y sus padres y les expliqué lo que quería representar en la película: ella sabía y entendía que esta es una relación peligrosa y antinatural. En el set no filmamos ninguna escena que estuviera cargada sexualmente o que fuese demasiado íntima a nivel físico. Todo ese imaginario es algo que creamos después, en la edición y, por supuesto, nunca estuvo desnuda. 

El robot no se ajusta a los parámetros humanos a nivel fisiológico y vemos que tiene la capacidad de cambiar de género en un momento dado, ¿por qué no tiene categorías preestablecidas?

Tiene la categoría preestablecida de androide humano, a pesar de que su conciencia es la que atribuiríamos a una tostadora inteligente. Creo que la adaptabilidad sería una de las características clave de estos dispositivos. Una identidad que se borra para que llegue la siguiente, a este objeto simplemente no le importa.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_