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Entrevista imaginaria a la vulva: «¿Qué mal he hecho para sufrir esta persecución?»

Hablamos con la genitalidad externa femenina, que sale de su invisibilidad y reclama su territorio y autonomía, al margen de la vagina.

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Getty (Getty Images/iStockphoto)

La sonrisa vertical, como alguien la llamó una vez, vive momentos de popularidad y reconocimiento. Está presente en las camisetas de muchas chicas que salen a la calle reclamando sus derechos, entre ellos el del aborto, y parece haber conseguido entrar en el mapa anatómico universal, al establecer su frontera con la vagina, aunque no todos estén al día de esta delimitación territorial. Yo diría que la vulva es esa chica que siempre pensó que era fea, pero que es preciosa. Un día descubrió la verdad y trata, por todos los medios, de recuperar el tiempo perdido.

Almeja, chumino, chichi, concha, cona, potorro, bollo, chocho, conejo, concho, coño, higo… son algunos de los eufemismos por los que se le conoce. ¿Se siente cómoda con estos términos?

En principio no me molestan, son una muestra de la creatividad y poética de la gente. El pene o los testículos también tienen una larga lista de pseudónimos. Lo que no me gusta es que mis motes tengan siempre una acepción negativa en el lenguaje. ‘La concha de tu madre’, dicen los argentinos cuando algo sale mal o ante un contratiempo; mientras que lo ‘cojonudo’ y ‘la polla’ se reservan para acontecimientos felices, extraordinarios.

Hasta hace muy poco, la vulva no era una parte anatómica considerada especialmente bella (y, desgraciadamente, muchas mujeres también defendían esta tesis), era también algo maloliente y con escaso valor erótico (la vagina tenía el monopolio). ¿Cree que esta concepción ha cambiado?

Yo voy más allá al sostener que, a día de hoy, mucha gente (ellos y ellas) todavía no tiene muy claro qué es eso de la vulva (¿Taras Bulba?) y la confunden con la vagina. Algunos pueden llegar a creer que es la película protagonizada por Yul Brynner. Haga la prueba y pregunte a alguien qué elementos contiene la vulva y dónde se sitúan, o que la dibuje, y no sabrá si reír o llorar con el resultado.

En términos estéticos soy el patito feo y algunos/as se han dedicado últimamente a reescribir el cuento. Exposiciones, artistas, ilustradoras (en su mayoría mujeres) o libros que tratan de reflejar las muchas caras que tenemos. No hay dos vulvas iguales, lo cual es maravilloso; y si, también envejecemos como el resto del cuerpo y tenemos una capa de pelo que nos protege, mal que les pese a muchos/as.

¿Cree que el porno y la depilación integral han sido una fuente de complejos para muchas mujeres? La cirugía genital es un negocio a la alza.

Sin duda. Pero también, por otro lado, nos ha hecho visibles. Muchas chicas se han atrevido, tras ver pornografía, a coger un espejo e inspeccionarse sus partes. Luego, sus conclusiones dependerán de muchos factores: la cultura en la que viven, la educación recibida, la autoestima, las modas. Pueden pensar que su vulva es muy fea y correr en busca del cirujano plástico más cercano; o pueden descubrirla, reconciliarse con ella y sacarle más partido erótico.

En cuanto al estilismo capilar, a mi me gustaría que lo eligieran ellas a su gusto, no al de su pareja. Yo creo que la mayor parte de las mujeres llevan el peinado que quieren, pero en la elección de la línea del biquini intervienen más sujetos.

¿Por qué cree que al feminismo le gusta tanto usted? La han nombrado su emblema sexual.

Porque soy un símbolo de lo femenino, de lo opuesto al coitocentrismo, que es la sexualidad patriarcal que todavía impera. Porque estoy al margen del sexo ligado única y exclusivamente a la reproducción (contrariamente a la vagina), y porque contengo la parte externa del clítoris. El único órgano del cuerpo humano sin otra función que la del placer.

En uno de los libros dedicado íntegramente a mí, El Fruto Prohibido de la sueca Liv Strömquist (Reservoir Books), se habla de como las vulvas tenían un especial protagonismo en las culturas antiguas, previas al patriarcado. Es difícil determinar cuando éste se desarrolló, pero Liv cree que las religiones monoteístas tuvieron bastante que ver, ya que se encargaron de extinguir las creencias ancestrales, que daban mucha importancia a la fertilidad y a lo femenino, para quedarse con el poder absoluto.

En el antiguo Egipto o Grecia había ceremonias en las que las mujeres se reunían y se enseñaban la vulva unas a otras; y durante la Edad Media aparece esculpida en muchos edificios, templos, castillos o conventos la figura de una mujer, con las piernas abiertas que enseña su vulva sobredimensionada, las llamadas Sheela na Gig. La reproducción de los genitales externos femeninos se encuentra también en cuevas (las de Fontainebleau) y en figurillas de la Edad de Piedra. La conclusión a la que llega Liv en su libro, en forma de cómic, es que antiguamente la vulva era un elemento sagrado, espiritual, que daba buena suerte y protegía del mal. Todo lo opuesto a la idea que el mundo desarrolló más tarde sobre mí.

Sí, parece que luego la vulva se convierte en sinónimo de pecado, vicio, lujuria, sexo improductivo. Algo que hay que atajar cuanto antes.

Uno de los episodios más hilarantes de El fruto prohibido lo constituye “el ranking de hombres que estuvieron demasiado alucinados con la almeja, los maníacos del chumino o los chiflados del chichi”, según cuenta el libro. Por ejemplo, John Harvey Kellogg (1852-1943); sí, el de los cereales, era un médico que estaba en contra de que las mujeres se tocaran sus partes y proponía el remedio de aplicar ácido fenólico puro en el clítoris, para disuadirlas de esta práctica.

Luego estaba el doctor Isaac Baker-Brown (1811-1873), que para evitar la masturbación sugería algo más drástico, extirpar el clítoris; o el barón Georges Cuvier (1769-1832), que pasó su vida obsesionado con los genitales de una mujer sudafricana, Saartijie Baartman, que había sido vendida como esclava y que exhibió en Londres como fenómeno natural, ya que tenía unas nalgas prominentes y unos labios menores que sobresalían fuera de su vulva. Siempre me he preguntado qué mal he hecho para haber sufrido esta larga persecución.

Tal vez todavía muchas mujeres llevan este discurso en su código social y por eso les cuesta masturbarse más que a los chicos, que no tienen ningún problema al respecto.

Es muy probable. Pero además, cuando lo hacen se olvidan de mí para centrarse en la vagina, que siempre me ha robado todo el protagonismo, también el erótico. Los buenos amantes saben, sin embargo, que la principal antena orgásmica de las mujeres está en sus genitales externos. El clítoris se sitúa en mi territorio y, aunque solo saca la cabeza, sus ramificaciones me convierten en una zona muy sensible, llena de receptores y terminaciones nerviosas en los labios menores y la entrada de la vagina. Y hay también muchas mujeres que disfrutan, simplemente jugando o ejerciendo diferentes tipos de presión en el monte de Venus. Tratar de excitar a una mujer sin pasar antes por mí, es propio de inexpertos o mastuerzos.

¿Qué me dice de la regla? Un fenómeno muy relacionado con usted, que también se ha empoderado en los últimos años.

Sí, parece que hay una nueva generación de chicas que le han declarado la guerra al tampón y que quieren reescribir el concepto de menstruación. Como Kira Gandhi, que corrió la maratón de Londres en 2015, con la regla y sin protección, y acabó con una mancha roja en su entrepierna. La regla es también otro gran tabú. Se la invisibiliza o se la somete a una campaña de higienización excesiva. “Siéntete limpia, fresca”, “olvida que estás en esos días”. Todos estos eslóganes publicitarios de tampones y compresas no hacen sino repetir el mensaje de impureza, que calificaba a la mujer que menstruaba. Pero, por el contrario, la regla es un excelente método depurativo y de eliminación de toxinas, y he oído que una investigación de una universidad de California afirma que la sangre menstrual contiene células madre que ayudan a regenerar diferentes tejidos como el nervioso, hepático, adiposo u óseo.

Tal vez las conciencias estén cambiando, pero la era digital nos ha traído nuevos censores en materia de anatomía femenina: las redes sociales, a las que no les gustan mucho los pechos de las mujeres y, ya no digamos, usted.

Sí, parece que mis nuevos enemigos son los algoritmos o los censores de Facebook, a los que imagino como geeks de Silicon Valley, con 35 años y todavía vírgenes. Es casi comprensible que me tengan miedo. No me conocen, jamás me han visto en persona y hasta pueden pensar que tengo dientes y muerdo. Pero todo esto no es solo una cuestión de mojigatería, sino también de falta de cultura. Son incapaces de distinguir entre pornografía y arte. ¡Mira que censurar a la Venus de Willendorf!, ¡Y a uno de mis mejores retratos, El origen del mundo (1866), de Gustave Coubet, que se exhibe en el Musée d’Orsay, en París!

El libro de Liv Strömquist cuenta como la NASA, en la sonda espacial Pioneer, que se lanzó en 1972, mandaba una filmación sobre la vida en la Tierra destinada a posibles extraterrestres. En dicho mensaje había un dibujo de los terrícolas, que incluía a un hombre y una mujer. El hombre tenía sus genitales pero a la mujer se le habían suprimido y lucía como la muñeca Barbie.

Al ser el pene la referencia máxima de genitalidad, la vulva es la ausencia de la misma. ‘Si tiene colita es un chico y, si no la tiene, es una chica’ se solía decir a los niños. Como escribió la estrella del psicoanálisis francés Jacques Lacan: “en sentido estricto diremos pues que no existe ninguna simbolización del sexo de la mujer como tal. En cualquier caso, la simbolización no es la misma, no tiene el mismo origen ni la misma forma de acceso que la del sexo del hombre. Y esto es porque el imaginario solo provee una ausencia allí donde en otros casos hay un símbolo muy destacado”. A mí me han descrito durante mucho tiempo como agujero, espacio en blanco o nada. En el mejor de los casos, como un pene insuficiente.

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