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El refugio de Natalia Vodianova

Es el rostro de una década y una de las pocas reinas de la era post-tops. Vodianova sigue en la cresta de la ola, en la moda y fuera de ella.

Natalia Vodianova
Pascal Chevallier

No fue fácil. Trabajó como frutera en un mercado callejero de Nizhny Nóvgorod. Su hermana pequeña, Oksana, sufrió una parálisis cerebral al nacer y su padre las abandonó. Todo aquello sucedió en Rusia, un país empobrecido, antes y después de la caída del telón de acero (1989). La infancia y adolescencia de Natalia Vodianova –el rostro de una generación de maniquíes, la que coincidió con el fin de las supermodelos– no fue un camino de rosas. «Nos preocupábamos cada día por lo que comeríamos al siguiente, por si se nos romperían las botas para el invierno. Comprar otras suponía un gran gasto. Significaba agotar parte de los ahorros de la familia…», recuerda la modelo de 29 años.

No tenía ambiciones, ni tan siquiera sueños. «Tampoco de adolescente. No existía futuro. Tan solo presente. Mi pueblo vivía cada instante; pensábamos en cómo sobrevivir… Mi único deseo consistía en despertarme una mañana y no volver a preocuparme más». Algunos cuentos de hadas se convierten en realidad. El suyo fue sonado, casi de película. Su sueño de niña se cumplió. Su novio la animó a inscribirse en una agencia de modelos cuando tenía 14 años. Poco después un cazatalentos la descubrió. Vodianova aprendió a moverse y a posar. Y se mudó a París. El resto es historia: conquistó la pasarela y las campañas de moda y belleza, se casó con un aristócrata multimillonario (Justin Portman) y engendró tres hijos con él. La supernova –así la bautizaron cuando irrumpió la pasada década en la moda– ha sido imagen de firmas como L’Oréal, Yves Saint Laurent, Donna Karan o Christian Dior. Tres grandes llegaron incluso a pujar por su imagen: Chanel, Gucci y Calvin Klein. Los estadounidenses se llevaron el gato al agua. El contrato de Vodianova ha sido el más caro de la historia, por delante del de Brooke Shields y del de Kate Moss.

Sigue triunfando. Hace menos de un mes abrió el desfile de primavera-verano 2012 de Givenchy; también protagonizó el de Stella McCartney. La rusa repite asimismo como rostro de Guerlain y de Etam. Pronto será la imagen de otras dos casas más. «Todavía no puedo revelar nada», se disculpa. 

Nunca le ha faltado tiempo para los niños. Ni para los suyos ni para los de los demás. La modelo fundó la ONG Naked Heart Foundation hace seis años. Su objetivo: construir parques infantiles en Rusia. Ya suman 63 en 44 ciudades, varios en orfanatos y hospitales. «Jugar es un derecho», dice. Sus tres hijos –Lucas, de nueve años, casi diez; Neva, de cinco, y Viktor, de cuatro– pintan. Neva estudia ballet. Lucas toca el piano y la guitarra. «Les ayudo a hacer los deberes… pero es un reto. Sé que es importante, pero no me toman en serio. Lucas, por ejemplo, se empeña en jugar, en pasárselo bien. ¡Como soy su mami! Con su canguro no se comporta así». 

Cree en la libertad, en la construcción de cada individuo. Hay algo hippy en sus ideas. Así escogió la escuela de su descendencia: «Visité los centros. Me fijé en el ambiente y en la actitud de los estudiantes. Observé si sonreían, si estaban sanos, si eran felices, si jugaban», explica. En casa hablan en inglés y en ruso. Vodianova les cuenta relatos y les canta.

– ¿Podría compartir un momento en el que se haya sentido realmente orgullosa de sus hijos? 

– Siempre lo estoy. Un día porque los veo felices; otro, porque son inteligentes; al siguiente porque crean algo. Los quiero. Son maravillosos. Me sorprenden constantemente y me hacen sentir realizada. Con ellos todo cobra sentido, a su lado sé que todo merece la pena.

Llevan la creatividad en la sangre. «Mi abuela trabajaba en una fábrica, pero también creaba esculturas, muebles, marcos. Y cosía. Bueno, más bien pintaba con la aguja. Y adoraba el teatro». Lo sigue haciendo. «Es femenina y sofisticada. Cuando era joven poseía pocos vestidos, pero los cuidaba mucho».

Vodianova dio a luz a su primer hijo con 19 años. El sector no esperaba su regreso. Pocas modelos se atreven a enfundarse los minúsculos diseños tras un parto. La rusa rompió el cliché. Al mes de dar a luz posaba para Louis Vuitton y Gucci. Poco después desfilaba para 19 diseñadores durante la Semana de la Moda de Nueva York (septiembre de 2002). Todo un hito. 

Su capacidad para conciliar filantropía, vida profesional, personal, familiar y social, inspira. «Es una batalla constante. No existen recetas ni estrategias. Cada día evalúo la situación y decido qué es más importante». Se considera una privilegiada. «Dedico mucho tiempo a Lucas, Neva y Viktor. Mi profesión y mi estilo de vida me lo permiten». Menos cuando está fuera. «No puedo viajar con ellos siempre. Deben estudiar, ir al cole». Su ausencia se alarga hasta una semana. «Entonces es duro, nos echamos de menos. Pero a mi regreso, compenso: permanezco una semana en casa. Contesto las llamadas y los correos electrónicos y el resto del día se lo dedico a ellos. Muchas madres no tienen esa suerte; trabajan de ocho de la mañana a ocho de la tarde. Me siento bendecida», insiste. 

Su biografía no se escribe con las mismas palabras que la de sus hijos. Lo sabe. «Lucas es lo suficientemente mayor para entender nuestras raíces. Incluso para debatir sobre la pobreza o la enfermedad. Charlamos mucho. Pero no le impongo mis ideas. Debe madurarlas por sí mismo». 

La madre de la maniquí rusa sacrificó su vida para cuidar a Oksana, su hermana pequeña. «Es excepcional. La admiro muchísimo. Dedicó su existencia a mimarnos. Muchos se hubieran derrumbado en su situación. Ella no. A pesar de la enfermedad y de la miseria no escogió la vía fácil. No se dio a la bebida ni a la droga. Ni tan siquiera fumó. No sé si yo hubiera sido capaz de hacer lo mismo… Tal vez sí; porque ella me lo inculcó». 

Colecciona sus consejos. Este fue uno de ellos: «Cuando era pequeña le suplicaba mucho. Estaba obsesionada con comprar joyitas de plástico. No eran muy caras. Pero mi madre me enseñó a no despilfarrar, a reservar el dinero y a priorizar». Predica con el ejemplo, no es una compradora impulsiva y menos compulsiva. Y eso a pesar del circo de la moda. Focos, portadas, contratos millonarios, viajes en primera clase, rumores en la prensa, paparazzi… ¿Cómo explicar ese carrusel a un crío? «Los niños aceptan la realidad, no la cuestionan. Se acostumbran». Su actitud ayuda. La modelo sonríe, saluda y es agradable con los medios. «Mostrarse natural y seguro de uno mismo transmite confianza. Los niños nos imitan», razona. 

Madurar deprisa tiene sus ventajas. Una de ellas: infunda principios. «Después de la caída del muro [1989], la situación empeoró en mi ciudad [Nizhny Nóvgorod]. Aumentó el paro y se racionó la comida. Antes del colapso de la URSS existía una estructura social. Era más justa. No había clases sociales y los niños se sentían protegidos. Yo no sabía si mi familia era rica o pobre. No importaba. Pero con el fin del bloque, se eliminaron los uniformes escolares y se permitió lucir joyas y llevar juguetes al colegio. Me sentí pobre y empecé a cuestionar muchas cosas». Solo tenía ocho años.

El panorama no es idílico 22 años después. «Un 25% de los rusos vive bajo el umbral de la pobreza y la situación infantil es desastrosa. Acabo de escribir el prólogo de un ensayo que trata sobre la precariedad de los centros estatales rusos. Los niños y sus familias sufren. Falta apoyo médico y social», denuncia la modelo. «La semana que viene [por esta] mis hijos y yo iremos a presentar el libro». También viajarán a su ciudad. «Inauguraremos una institución para familias con niños discapacitados». La madre, los abuelos y los amigos de Vodianova son su centro de gravedad. Y su pilar. Le gusta descansar con ellos en verano. Su destino: Ibiza. Las fotos de este reportaje se realizaron en una paradisíaca villa rodeada de pinos y palmeras. «Nos gusta jugar al bingo o a las cartas, nadar, tomar el sol, pasear». ¿Y en invierno? «Esquiamos, sobre todo en Navidades». 

«Existen príncipes azules, sí, aunque se corre el riesgo de que con el tiempo lleguen a desteñir. Como si en realidad fueran de azulete». Así arranca La historia más triste, de Javier García Sánchez. Vodianova se reconoce en sus palabras. La maniquí anunció su separación de Justin Portman el pasado junio. Llevaban nueve años casados. La modelo reside en la misma mansión, a las afueras de Londres. «Mi vida está en Inglaterra, pero viajo a París por distintos motivos». Una de las razones es su nueva pareja: Antoine Arnault, el heredero del imperio del lujo LVMH. Novio nuevo, padre ausente, vacaciones divididos… ¿Cómo se comunica una separación cuando ni siquiera son adolescentes? «Los niños buscan estabilidad. Hay que dársela. Es esencial mostrarse coherente y no mentir. Debemos esforzarnos para que entiendan la situación. Deben saber que mamá y papá ya no están juntos. Pero que les quieren». Recomienda fomentar el respeto. «No se debe hablar mal sobre el otro, aunque se piensen ciertas cosas…». 

Le quedan muchos cartuchos por quemar. Hace un par de años hizo sus pinitos en la taquillera Furia de titanes (Louis Leterrier). El año que viene estrena Belle du Seigneur (Glenio Bonder) junto al irlandés Jonathan Rhys Meyers. Será su primer papel como protagonista. «Tal vez hay más…». 

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