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El intrigante caso de Norah Jones o cómo hacerse invisible tras 27 millones de discos vendidos

La compositora reedita el álbum que la hizo famosa hace 20 años, ‘Come away with me’. En su día se la criticó por introducir un jazz blando para todos los públicos, pero hoy se reconoce como un hito

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2002 fue un año extraño para la música popular, de transición. En el Billboard 100, la lista de éxitos estadounidense, reinaba la banda canadiense de rock comercial Nickleback y en los primeros puestos se podía reconocer aún a representantes de la década anterior, gente como Pink, Avril Lavigne, que sacó ese año su single Complicated, Sheryl Crow y Enrique Iglesias. Shakira dio ese año su paso definitivo al pop anglo y Kylie Minogue se puso un batín de satén con capucha para el vídeo de Can’t Get You Out of My Head. En España triunfaron Alejandro Sanz, Rosana, Estopa y el disco de la primera tanda de Operación Triunfo. Todavía operaba el binomio Britney Spears / Christina Aguilera, vendidas al principio como “la buena y la mala” del pop posadolescente. En medio de ese panorama, lo último que esperaba nadie era que arrasase un disco de una cantante desconocida, que tenía elementos de jazz y de folk y que venía con el sello de Blue Note, la mítica discográfica de John Coltrane y Sonny Rollins.

Norah Jones celebra ahora las dos décadas de su disco más famoso, Come away with me, con uno de esos relanzamientos lujosos que permiten empaquetar los discos como regalos caros. La edición aniversario tiene 44 temas, una versión remasterizada del álbum original y mucho material que nunca se había publicado antes, incluyendo las primeras demos que grabó del disco. En su momento, Come Away With Me vendió 27 millones de copias, la canción que se llama igual que el disco se instaló varias semanas en el número uno estadounidense en enero de 2003, y poco después ganó el Grammy al mejor álbum vocal y al mejor álbum pop del año. La propia Jones se llevó el de mejor artista novel.

Tratando de explicar a posteriori el éxito descomunal de un material que era muy digerible —esas baladas sonaron en Alias, Dawson crece, Smallville y la comedia romántica de Jennifer Lopez y Ralph Fiennes Sucedió en Manhattan—, pero aun así muy anómalo en un panorama de la música comercial que tenía barreras muy claras entre géneros, se ha dicho que los oyentes estadounidenses buscaban una especie de bálsamo tras el 11-S, el mismo motivo por el que se creyó que había triunfado la canción Fallin’ de Alicia Keys. La propia Jones desconfió durante mucho tiempo de esa explicación, pero admitió recientemente en una entrevista en The Guardian que eso pudo tener algo que ver con el éxito del disco. Pese a ello, el álbum llegó a su pico de popularidad casi año y medio después de los atentados, así que la teoría es un tanto rebuscada.

Sea por lo que fuere, el público compró en masa el disco de Jones, que tenía entonces 23 años —solo dos más que Britney Spears, aunque a Jones se la consideraba una cantante adulta y a Spears todavía una chiquilla—, y por tanto, poco pasado musical. Se había graduado en jazz y piano en la Universidad de North Texas y después había llevado la clásica vida de joven posuniversitaria, trabajando como camarera por las mañanas y actuando en conciertos en bares por las noches. El día de su 21º cumpleaños, dio un recital y un ejecutivo de Blue Note resultó estar entre el público. Poco después decidieron ficharla. Sin embargo, la grabación de Come Away With Me no resultó fácil. Lo intentaron una primera vez, en un estudio abarrotado de músicos de prestigio con los que la discográfica quiso arropar a la novata, pero que terminaron por abrumarla. A la segunda fue mejor. Jones estaba encantada de trabajar con Arif Mardin, el productor de su ídola, Aretha Franklin, y de otras leyendas como Laura Nyro y Dionne Worwick.

Pero no serían esos los nombres en los que se fijaría la prensa una vez empezó a hablarse de Norah Jones. A los medios les obsesionaba el hecho de que Jones fuera hija de Ravi Shankar, la leyenda del sitar que había acercado la música tradicional a los Beatles y había hecho su propio crossover después de tocar en Woodstock. En realidad, Shankar y la madre de Norah, la promotora de conciertos Sue Jones, se separaron cuando ella era una niña y no llegaron a casarse. Norah llevaba el apellido Shankar, pero se lo cambió por el de su madre en la adolescencia y apenas tuvo ningún trato con su padre hasta que cumplió los 18 años. Cuando se hizo famosa, solo lo había visto un puñado de veces, y le molestaba que se la presentase como “la hija de Ravi Shankar”. Su propio éxito tampoco mejoró las cosas entre padre e hija. En una entrevista con Vogue, explicó: “Todas las familias tienen rincones complicados. Fue difícil cuando nos encontramos, cuando yo tenía 18. Nos llevó algún tiempo sentirnos cómodos el uno con el otro. El éxito de mi primer disco y el interés repentino del público en nuestra relación lo complicó todo. Yo traté de contar mi historia con sinceridad, a la vez que pedí algo de privacidad por mi peculiar dinámica familiar”.  Más tarde, le contaría a Oprah Winfrey que desarrolló una relación más fluida con su padre cuando este ya era muy anciano y ambos se dedicaban a ver juntos películas malas, como El gurú del amor. Shankar falleció en 2012 a los 93 años.

La fijación con su padre, con el que, dijo también en una entrevista en Rolling Stone, “tenía mierdas por resolver”, no fue lo único que se lo hizo pasar mal en aquella época. El éxito de Come Away With Me y sus consecuencias le generaron una profunda infelicidad. “Aquello iba mucho de estar muy ocupada y que te dijeran que eras genial, pero yo solo escuchaba a la gente que me criticaba”, dijo en la misma entrevista, en 2016. “Cuando tienes éxito, la gente quiere atacarte o analizar por qué tienes éxito y concluir que, bueno, tampoco eres tan buena. Eso es lo único que oyes”. La cantante salía en aquellos años con el bajista Lee Alexander, miembro de su banda, y la relación sobrevivió a la fama por lo menos hasta 2007. En su disco The Fall, de 2009, hay varios temas dedicados a esa ruptura.

Antes hubo otro álbum, en 2004, Feels Like Home, que no logró el éxito del anterior, aunque también copó los puestos de discos más vendidos. The New Yorker, sorprendido por el tono sexual de algunas letras —nadie esperaba eso de la dulce Norah—, dijo que todo el disco era como una gran “booty call”, es decir, la llamada que se hace a alguien a horas intempestivas cuando se quiere tema. El crítico Alexis Petridis, en The Guardian, le dio al disco una estrella sobre cinco y sentenció que, de todos los baladistas blandos facturando jazz apto para supermercados en ese momento (Katie Melua, Jamie Cullum, Michael Bublé), Jones era la reina. El disco “flota discretamente por la habitación como algo producido por Airwick”, escribió, refiriéndose a la marca de ambientadores, y no sin ejercer cierta crueldad hacia una compositora veinteañera que, en ese mismo álbum, cantaba un dúo con Dolly Parton mucho antes de que eso estuviera bien visto y se adentraba en las raíces del country de Nashville. Ser considerada cool no parecía estar entre las prioridades de Jones, pero aun así, los críticos como Petridis y cierto sector de personas que compra discos sentían que debían estar diciendo todo el tiempo que a ellos no les gustaba la cantante. “Feels Like Home es tan inofensivo que te cuesta acordarte de que lo has puesto”, decía también aquel artículo. “Sospecho que esa es la gracia para millones de personas que compran este tipo de cosa. Ya no necesitan que el rock o el pop les conmueva. Tratan la música como algo ornamental, algo con lo que puedes decorar tu casa. Bellamente producido y bellamente orquestado sin ningún efecto, este álbum se ajusta a la perfección”.

Por mucho que la emparentasen con esa ola de jazzistas light inofensivos, la aparición de Jones en el panorama también sirvió para que la industria hiciese más caso a las cantantes y compositoras. El llamado “efecto Norah” hizo que se abriesen las puertas a gente como Amy Winehouse o Joss Stone.

Aunque Jones nunca protagonizó ningún tipo de bajada a los infiernos —y quizá por eso los medios la dejaron estar, al ver que no era carne de escándalo ni propiciaba titulares con su vida amorosa—, en alguna ocasión sí ha hablado de una época de su vida en la que bebió demasiado, en torno a 2007. “Bebía demasiado en el tour. Nunca fui una bebedora superdestructiva, pero aun así bebía mucho, lo que no es genial”, dijo. Su canción Tragedy va sobre un joven que sucumbe al alcoholismo.

Desde hace una década, Jones vive en Brooklyn con su pareja, el músico Pete Remm, y sus dos hijos, de quienes nunca ha trascendido el nombre. De hecho, ella nunca ha dicho con quién está casada y en sus entrevistas de promoción de 2016 pedía a los periodistas que no revelaran la identidad de su marido, pero otra cantante lo reveló por accidente. En una de esas entrevistas, contó que vive de manera sencilla —aunque en una casa de varios millones de dólares— y que tiene un piano cubierto de papeles y facturas a poca distancia de la nevera.

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