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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El desgarro de la belleza rota

La Zumurrud de ‘Las mil y una noches’ de Pasolini evoca mundos desaparecidos.

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Elsa Fernández-Santos

Cada uno tiene su grito secreto y el mío siempre fue “¡Zumurrud, Zumurrud!”. Era adolescente cuando me quedé embrujada delante del televisor. Por fortuna estaba sola. Me hubiese incomodado ver con un adulto una película cuya manera de tratar el sexo, con esa primitiva pureza que impregna toda la obra del cineasta italiano, tanto me marcó. En el arranque, un mercader desdentado vende a la esclava Zumurrud. La rodean viejos ricos asquerosos, pero ella no es una esclava cualquiera y puede elegir a su comprador. Entre el gentío asoma el joven virgen, pobre y sonriente Nur Eddin, su elegido. La bellísima Inés Pellegrini, una milanesa originaria del norte de África, se hizo con el papel. Una actriz natural que cuando Pasolini la descubrió le hizo llorar por “sus pequeños e irregulares rasgos, perfectos como los de una estatua de metal”. Cuando el joven Nur Eddin desoye los consejos de su esclava, un malvado rico la secuestra y el desgraciado muchacho se pasará toda la película buscándola, incansable y desesperado, al grito de “¡Zumurrud, Zumurrud!”. Las mil y una noches (1974) está inspirada en el célebre mosaico de cuentos morales orientales que Pasolini —del que se acaba de cumplir su centenario— adaptó para la tercera entrega de su trilogía de la vida, que incluye El Decamerón y Los cuentos de Canterbury.

Inés Pellegrini en el papel de Zumurrud en ‘Las mil y una noches’.
Inés Pellegrini en el papel de Zumurrud en ‘Las mil y una noches’.ALAMY STOCK / CORDON PRESS (Alamy Stock Photo)

Con sus juegos y risas, Pasolini recrea un universo exótico que incluye fábulas y personajes del folclore árabe. Un personaje dice: “La verdad completa no está en un sueño, la verdad completa está en muchos sueños”. Divertida, triste y muy poética, evoca un mundo antiguo que Pasolini recreó entre Yemen, Etiopía, Irán, India y Nepal. En un momento de la película, Nur Eddin carga en un mercado con “manzanas de Siria, membrillos otomanos, albaricoques de Amán, jazmines de Alepo, pepinos del Nilo, limones de Egipto y nísperos del sultanato”. En otro episodio, un juglar le recita versos a unos jóvenes sobre el espíritu de Mosul, “ciudad de la pureza”, o de Alepo, “de la diversión pecaminosa”. Escuchar hoy el nombre de esas dos ciudades rotas provoca un inesperado desgarrado.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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