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El ‘bakalao’ busca su lugar en la historia

El MuVIM de Valencia dedica una exposición a la ruta discotequera y reivindica su herencia más allá de su mala prensa.

chimo bayo cover

Que tumbam bam que tumbam que tepetepe tambambam que tumbam que pim. Cierto, como himno, la canción Así me gusta a mí no de Chimo Bayo no lo tiene fácil para hacerse con un hueco en la historiografía de la música popular. Pero tampoco nadie hubiera dado un duro hace unos años por Borriquito como tú, que no sabes ni la u y ahí está ahora la rumba catalana, gozando de laureles y prestigio, protagonizando la clase de exposiciones, festivales y monografías que la reconocen como ejemplo de mestizaje y de verdadero alcance popular. 

La exposición La ruta del bakalao. La modernidad valenciana en la cultura pop española, que se inaugura este jueves en el MuVIM, el museo de la diputación de Valencia, tiene ante sí un reto complicado: reivindicar, o por lo menos, normalizar el legado de un fenómeno sociológico que llegó (y vaya si llegó) al gran público tamizado por una cobertura mediática que subrayaba, no sin fascinación, su lado oscuro: el auge de las drogas de síntesis, la siniestralidad en las carreteras y esas orgías hedonistas de 72 seguidas de fiesta ininterrumpida que imperaban en el Levante español. 

Para contar la historia de lo que al principio se llamaba La Ruta Destroy, el museo incluso ha montado una minidiscoteca, un cubo de 25 metros cuadrados en el que se recrea el ambiente de club. Además, se han reunido flyers, discos y fotografías de la época, algo que no resulta fácil, teniendo en cuenta que aquel fue quizá el último gran estallido juvenil enteramente pre-digital: los cañeros, como se llamaba a veces a quienes tomaban la carretera de Cullera los jueves por la noche, no se dedicaban a documentar cada fiesta a golpe de foto, como ahora. 

Interior de la discoteca Spook en un día de ruta.

Nacho Ruiz / MuVIM

"No es pecado ser alegre", resume Lluís Fernández, el comisario de la muestra. "Tanto la derecha como la izquierda han tenido una idea muy puritana de la cultura. La discoteca en sí no tiene muy buen cartel y eso que todo el mundo ha pasado por allí", asegura.

Su idea es recuperar lo interesante de aquello en términos creativos –el interiorismo de las macrodiscotecas, la gráfica que se producía a toda velocidad desde los estudios de diseño de Valencia y en la que participaron diseñadores e ilustradores de prestigio como Daniel Torres o Micharmut–, industriales y, sí, musicales. La mákina o el bakalao tuvo su origen seguramente en la cabina de la discoteca Barraca, primer templo de la ruta, donde ya a principios de los 80 se expurgaron los restos de funk que se escuchaban en otros locales y se apostó por el ritmo blanco. Allí y en la vecina Chocolate Cream se escuchaba a Devo, Soft Cell y Kraftwerk. ¿Cómo se pasó de aquello a "cuatro ruedas tiene mi coche, cuatro pastillas me como esta noche"? La solución está en la pregunta: el cambio de combustible. En los primeros años de la escena se consumía sobre todo mescalinas, "una sustancia mucho más suave y afectiva", en palabras de Fernández, pero a finales de los 90 la ruta era ya indisociable de las drogas de síntesis, producidas a escala masiva, "y la música se volvió más agresiva, acorde con lo que se tomaba".

Flyer de la discoteca Espiral.

MuVIM

Aun así es destacable que gente como Chimo Bayo, un autodidacta de Rubielos de Mora (Teruel), cambiara el concepto del Dj, que pasaba a poner música a hacer música en directo, y supiera beneficiarse de un hueco de mercado. Las discográficas nacionales, ocupadas todavía en encontrar rescoldos de la Edad de Oro del pop español, no vieron venir aquel fenómeno que tendría a cientos de miles de personas buscando esa música para poner en sus coches-discoteca. Ya en 1987, Bayo decidió autoproducirse fundando su discográfica, Raya Récords, para editar su primera cinta de remezclas, Ráyate, en la que recogía la música que él pinchaba en la discoteca Arsenal del pueblo de Oliva. Vendió 20.000 copias de ese disco, lo que alertó a los sellos, promotores de salas y otros djs: allí había mucho dinero que ganar. Ni el más fantasioso pudo imaginar, sin embargo, que unos años más tarde Chimo Bayo se convertiría en ídolo de masas (en España y, ojo, en Japón) con Así me gusta a mí, ese himno al garrulismo lúdico-químico que aun suena en fiestas de distinto pelaje, con y sin ironía. 

Para entonces, la Ruta del Bakalao era ya un gigante que nacía en la capital valenciana y se extendía por Gandía, Manises, Alfafar, Alcúdia y muchos otros municipios que albergaban puntos clave de la travesía: Heaven, Pachá, Banana's, Amadeus…. Para moverse entre local y local era imprescindible el coche, lo que dio lugar a la "cultura del párking", montarse la fiesta en el propio coche. Serían aquellas imágenes de jóvenes vestidos de fluor (o de cualquier manera: a diferencia de otras subculturas, la ruta tuvo un dress code de lo más permeable) agarrados a una botella de agua y bailando en el techo de sus coches las que impactaron  a la sociedad española, que leía titulares chocantes y se quedaba pegada a reportajes como el que emitió Canal Plus en 1993 (presentado por un joven Carles Francino) y que ahora tiene casi estatus de culto en YouTube, donde acumula casi 200.000 visionados. 

Las autoridades, que hasta entonces habían hecho la vista gorda o incluso alentado la ruta (al contrario de lo que pasaba en el norte de Inglaterra, donde la cultura rave siempre estuvo ligada a las fiestas ilegales), ya no podrían permitirse apoyar aquello que se demonizaba a diario en los medios. Valencia no se convertiría finalmente en otra Ibiza, como cree Fernández que pudo haber sucedido de haberse solidificado los cimientos del fenómeno.

Pasados 30 años del inicio del movimiento, es poco probable que la Ruta del Bakalao acabe ganándose un puesto en el cánon de lo culturalmente correcto, como sí ocurrió con la hoy glorificada Movida madrileña o, en mucha menor medida, con la Barcelona canalla de finales de los 70, pero si hay intentos de revisitar algunos de sus aspectos, más allá de los coches y las pastillas. El pasado agosto se celebró en la sala La 3 de Valencia una fiesta y una exposición de homenaje a la discoteca ACTV –literalmente: Actividades Culturales Termas de Valencia–, donde se mostraron vestidos de Francis Montesinos, que llegó a montar desfiles allí, y ejemplos de la impactante obra gráfica que Paco Bascuñán y Quique Company crearon para el local (y que dio lugar a un nada desdeñable negocio de merchandising, hasta entonces inaudito en el clubbing español). Ya en 2008, el realizador Carlos Montón rodó el documental 72 horas, con la intención de "realizar un homenaje a la noche valenciana y acabar con el tópico de marginalidad que se le ha adjudicado". Y ahora la muestra del MuVIM hace el penúltimo esfuerzo por dignificar un fenómeno que cualquiera que estuviera vivo y tuviera una radio en los 90 puede evocar a la perfección con sólo mentarle dos sílabas: ¡Ju, Ja!

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