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Ejercicio de improvisación

Moda y arte es el cóctel diario de Carla Tarruella. La pintora y empresaria posee un gusto definido, en el que predominan zapatillas y levitas. Pero, ante todo, se deja llevar por la pasión.

Carla Tarruella
Sergio Moya y Ximena Garrigues

Cómo vestir el día de la vernissage?, he ahí la cuestión. «Inaugurar una exposición es un momento difícil, terrible, lo paso muy mal. Es como si te desnudaras». La barcelonesa Carla Tarruella empezó a pintar a los 29 años y Aguas, presentada en N2, su galería habitual, fue su última muestra. «Han pasado ya tres meses y necesito volver al estudio», comenta.

Es una mujer inquieta, como lo demuestran sus profesiones. Así, en plural. Además de artista, es la propietaria del restaurante Acontraluz y del espacio gastronómico Cornelia&Co. «Fue mi madre, Rosa Esteva, impulsora del Grupo Tragaluz, junto a mi hermano Tomás, quien me convenció para hacerme cargo de Acontraluz. Me animé y, más adelante, me embarqué a crear Cornelia&Co. Una propuesta con sello propio».

Las sinergias entre mundos tan lejanos como el arte, la empresa y la gastronomía funcionan en su caso. «Soy una mujer sin método, uno de los problemas de tener que correr tanto. El ser autodidacta me ayuda a reaccionar ante la vida según va viniendo. La pintura es el ámbito en el que he aprendido a ser libre y parte de esa libertad la he incorporado a mi vida privada. Eso aporta mucho a la empresa y, aunque parezca que la empresa no ayuda a la pintura, el hecho de vivir en la calle te da una capacidad de observar al ser humano, lo que me ayuda a dar forma a mi obra».

Su entrada en el arte empieza con el regalo de una caja de pinturas. «Acababa de tener a mis hijos y disponía de algún tiempo libre, enseguida me sentí cómoda. A partir de ahí, viví un momento personal y profesional convulso y me refugié en el arte. Ahora, tener una profesión que me mantiene, me da total libertad para crear».
 
La moda por estados anímicos. Hoy luce su levita negra, de Yamamoto, una prenda que considera su «aliada en momentos decisivos». Su relación con la moda llegó tarde. «Empecé a vestirme con conciencia a partir de los 20 años. Hasta entonces no estuve conforme con mi cuerpo». Se recuerda como una adolescente rebelde, con una infancia divertida y disfrutada con sus tres hermanos. «Fui una niña fantasiosa y poco comunicativa. No sé si fui difícil, pero quizá tampoco fácil. El ser cuatro hijos te permite no sufrir el foco de atención, aunque a veces no tengas todo el espacio que quisieras».

Su hermana Sandra, interiorista, es la que la ha ayudado en la decoración de su casa y de Acontraluz. «Nunca he seguido las modas. Me gusta lo diferente, los contrastes. Salir de lo establecido». En su domicilio solo tiene un par de obras suyas, que suele cambiar y que cuelgan de las paredes. La mezcla de colores evidencia su atrevimiento. Alguien le dijo que dominaba el color porque era capaz de combinar con armonía tonos aparentemente antagónicos. «La clave está en la tensión. Para que algo tenga interés y te lleve a la reflexión debe haberla. No me interesa la provocación, pero la tensión equilibra».

Prepara una exposición aproximadamente cada dos años y suele convivir con cada cuadro unos dos meses. «En ese tiempo veo claramente si vale la pena seguir trabajando en él o es mejor destruirlo. Si siento que lo he finalizado, me alejo y lo veo como espectadora, no lo considero mi criatura…». Su medio es la abstracción, pero hay dos temas recurrentes: retratos y flores. «Las humanizo y las utilizo como expresividad de un sentimiento», apunta.

El estilo es un impulso. Carla no concibe ir de compras. «La ropa ha de salirme al encuentro, es la manera de disfrutarla», afirma. Camisas de Donna Karan, pantalones de G-Star o Mango y botas o zapatillas de Nike («las he descubierto hace relativamente poco, son comodísimas y estéticamente impecables») están entre sus básicos. Estas prendas componen sus uniformes, aunque no le van las reglas. «Soy incapaz de prever qué ponerme. Necesito improvisar. Vestir debe ser algo espontáneo porque no siempre estás preparada para llevar con soltura según qué ropa».

En su dormitorio, un antiguo maniquí le sirve para exponer sus collares de grandes cuentas. «La mayoría africanos o hindúes». En su vestidor, su colección de zapatillas convive con prendas de Yamamoto, Gaultier, Van Notten o Ferrè, compradas en sus viajes. «Me encanta la tienda Tom Brown en Nueva York, pero también las boutiques de jóvenes creadores del barrio de Gràcia, en Barcelona, o los mercadillos de las Baleares». De los diseñadores españoles, admira a Teresa Helbig y a Cortana. «Me seduce notar en una prenda la pasión de su autor por lo que está haciendo. Y en estas firmas percibo la mano del creador y una sensibilidad extraordinaria», concluye.

Sobre el espejo déco de su dormitorio, Carla ha colgado uno de sus vestidos favoritos, de Cortana. Las sandalias son de Gucci. Sobre el taburete, de Corium Casa, algunas de las joyas de bisutería que más usa.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Sus joyas favoritas son hindúes. Las colecciona como pequeñas esculturas.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

En su vestidor conviven las prendas adquiridas en viajes con otras de tiendas como QK, de Barcelona. Su auténtico tesoro es su colección de zapatillas.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Una de sus obras realizada en colaboración con el escritor Luis Racionero.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

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