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Edna O’Brien: «En mi pueblo la palabra cultura no existía»

La fuerza de la trilogía Las chicas de campo pervive. Y la de su autora, que escandalizó en los años sesenta al retratar los anhelos de las jóvenes irlandesas.

Edna O’Brien

Su novela Las chicas de campo –hasta hace dos años inédita en nuestro país– desafió a la moral imperante en la Irlanda de los años sesenta, donde fue prohibida y hasta quemada en iglesias. Edna O’Brien narraba en ella y en sus dos secuelas –La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas, que acaba de publicar en nuestro país Errata Naturae–, la historia de dos jóvenes de pueblo, Kate y Baba, que se abren camino en un mundo machista. Charlamos con la escritora que sedujo a Marlon Brando o a Richard Burton, y amiga íntima de Philip Roth y Jackie Onassis, y quien, a sus 84 años, todavía habla con la misma pasión del «vínculo indestructible» entre sus dos protagonistas.

¿Por qué decidió usar el punto de vista de Baba en esta tercera parte?

La voz de Kate, protagonista en los dos primeros, era más poética y, si quieres, pasiva. La de Baba es más valiente y abierta. Pensé en el contraste y, como en una pieza de música, cambié de tonalidad.

¿Es ella su alter ego?

Probablemente. Deberíamos preguntarle a Freud. Todos los escritores tienen muchos lados, a veces opuestos, que pueden representar dilemas interiores.

Kate no es lo bastante culta…

Es una poeta embrionaria, sin voz. Es muy difícil para ella que la gente se dé cuenta, algo que le ha ocurrido mucho a las mujeres. En España, por ejemplo, está el caso de la maravillosa escritora Rosario García. Adoro sus poemas, que expresan el tormento de alguien que no es escuchada.

¿Nunca lamentó su propia falta de formación?

No. Crecí en un pueblo donde la palabra cultura no existía. Pero tuve un acceso maravilloso a historias. Estaban en todas partes.

La última novela de Edna O’Brien

Mirta Rojo

¿Se ha sentido, como Baba, desencantada con los hombres?

De ser así, también lo estaría con las mujeres. Y con la vida. Y no lo estoy, aún me gusta, pese a sus dificultades, su locura y su creciente barbarie. Una de las razones es mi compromiso con el lenguaje y la literatura, los dos pilares de mi existencia.

¿Se considera una activista?

No. A veces me he movilizado, contra la bomba atómica, por ejemplo. Pero escribir es muy duro. Quizá suene egoísta, pero reclama todo lo que eres. Y si uno decide convertirse en activista, la escritura se torna diferente, más periodística. He dedicado muchos años a lo que hago, y el tiempo que me quede, sea el que sea, haré lo mismo. Pronto terminaré mi siguiente novela, The Little Red Chairs.

Sus memorias, en las que recuerda a Paul McCartney cantando a sus hijos o su idilio con Robert Mitchum, se publicarán próximamente aquí.

Ese tipo de cosas ocupan solo una página en el libro. Están bien, es algo puntual, divertido. Pero no es mi epitafio.

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