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#Diciembre: felicidad por decreto, por Núria Ribó

El estilo de vida mediterráneo (dieta y ejercicio) nos hace más felices. También en Navidad.

Carrera Papá Noel

«Felices fiestas! ¡Feliz Año Nuevo! ¡Que seas muy feliz!» Se ha abierto la veda. Diciembre es el mes de la felicidad por decreto. Por decreto comercial. El anuncio de Freixenet y sus doradas burbujas se cuela en todas las televisiones. Guirnaldas de luces adornan pueblos y ciudades. Las tiendas de mi barrio, desde el colmado al zapatero, desempolvan las estrellas y lazos de cada Navidad. ¿Para comprar más? ¿Consumir, regalar, nos hace más felices?

Todos queremos ser felices. Pero los 365 días del año. El horno está para menos bollos que nunca. Y tenemos necesidad de una tregua. ¡Ser felices, al menos por un rato! Pero, ¿de qué depende ser feliz?

La ciencia ha empezado a analizar comportamientos que pueden conducir al bienestar y/o felicidad y su relación con la salud. Se entiende que la política también está al servicio del bienestar de los ciudadanos. ¡Pero no es del todo así! Nuestros gobiernos defienden con una mano el Estado del bienestar y con la otra dan el tijeretazo. La ciencia se ha puesto manos a la obra. Un grupo de investigadores españoles, convencido de que un cierto nivel de bienestar y/o felicidad puede protegernos de enfermedades cardiovasculares, ha iniciado un amplio estudio entre 6.000 voluntarios repartidos entre 20 hospitales de España. Predimed Plus es una investigación sin precedentes financiada por el Instituto de Salud Carlos III del Ministerio de Economía. Conscientes de que el estilo de vida mediterráneo (dieta más ejercicio) reduce el riesgo de infarto y accidentes vasculares, según publicó el año pasado New England Journal of Medicine, los investigadores quieren demostrar esta hipótesis: «Disfrutar de la vida protege la salud».

Así, un grupo de 3.000 voluntarios seguirá una estricta dieta mediterránea con ejercicio físico y terapia psicoconductual, mientras otro grupo seguirá la misma dieta, pero sin añadir ninguna otra actividad.

Será una «felicidad buscada», según Ramón Estruch, coordinador de la investigación en el Hospital Clínic de Barcelona pero que, de demostrarse con datos tangibles, que es lo que la ciencia exige, puede sustituir en el futuro a más de un medicamento. Es decir, de esta manera se demostraría que ser felices puede mejorar la salud.

Con los tiempos que corren en Europa y vistos los estragos de la crisis económica y las austeras recetas aplicadas, es difícil creer que en la agenda de los políticos la felicidad sea una prioridad. De hecho, se ha convertido en un lujo inalcanzable para los más de cinco millones de parados a los que les parecerá un sarcasmo eso de: «¡Felices fiestas!».

Los gobiernos de nuestro país –central y autonómicos–, culturalmente católicos, deberían tomar nota de las recientes palabras del papa Francisco ante el Parlamento Europeo: «Menos economía y más atención a las personas».

Sé que eso del derecho a la felicidad produce más de una sonrisa burlona. Pero no debe ser tan demagógico o burlón cuando varios países han incluido el concepto en su Constitución. Japón, Corea del Sur, Bután, Brasil o el estado norteamericano de Virginia. Ban Ki-Moon, secretario general de la ONU, dijo en el Encuentro sobre Felicidad y Bienestar de 2011: «Necesitamos un nuevo paradigma económico que reconozca la paridad entre los tres pilares del desarrollo sostenible, ya que bienestar social, económico y ambiental son indivisibles».

Lo mismo pensó el rey de Bután en los 80 cuando en plena modernización del país retó al discurso ortodoxo del crecimiento económico, estableciendo un nuevo cálculo del PIB. Lo bautizó como el FIB (felicidad interior bruta), basándolo en la educación, sanidad y medio ambiente sostenible. Este verano pude comprobar que el 72% del país es verde, que los niños van a la escuela y que los ciudadanos no mendigan por las calles, como sucede en los estados vecinos. Y además, sonreían.

Lo dicho: ¡que sean felices! ¡Vivan las endorfinas!

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