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Diario de un año de abstinencia consumista

Una ilustradora explora con dibujos la neurótica relación que muchas mujeres tienen con el ‘shopping’.

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En 2006 , la diseñadora e ilustradora canadiense Sarah Lazarovic decidió que pasaría todo el año sin comprar una sola prenda de ropa. Lo logró. Cuando empezó 2012, decidió reeditar su buen propósito, esta vez con la ayuda de un poco de terapia creativa. Cada vez que viera un vestido, unas sandalias o un bolso altamente deseable, en lugar de comprarlo, lo dibujaría. Ahora ha publicado el resultado de sus primeros meses de abstinencia en forma de “ensayo visual”.  Acompaña sus ilustraciones de bolsos de cartera, sandalias de Zara, jerseys matelot de Saint James y vestidos veraniegos con agudas reflexiones sobre el consumo y nuestra bastante neurótica relación con el shopping.

“El tiempo que solía pasar deslizando mis dedos por varias piezas de ropa en las tiendas, ahora lo dedico a actividades tan valiosas como twittear. O reírme de Twitter”, ironiza. En su miniensayo, Lazarovic también habla de esa especie de decisión-ética-barra-autoengaño que muchas mujeres adoptan, casi siempre cuando se aproximan a la treintena: compraré, pero sólo cosas de calidad. Nada de barateces. Sólo “inversiones”, como dicen en las revistas.  “Antes de dejar las compras, me hice con un vestido caro y precioso. Me imaginé que lo había hecho una chica monísima de Montreal que tiene que cobrar ciertas cantidades para sufragar sus cafés, cigarrillos y algodón orgánico. La chica debe tener un fantástico novio indie rock y un fantástico taller indie rock. Por el precio de ese vestido indie rock me podría haber comprado 10 vestidos baratos, pero parte de madurar consiste en darse cuenta de que no quieres tener una adicción a las fibras sintéticas”, escribe.

La ilustradora trató de superar su «adicción» a las compras y lo reflejó en un diario dibujado.

Sarah Lazarovic


La principal diferencia que encontró entre 2006 y ahora fue la avalancha digital. “Entonces era más joven, iba andando al trabajo y pasaba mucho por las tiendas”, explica a SModa Lazarovic, de 33 años. “Ahora paso un millón de horas al día en mi ordenador y las cosas del mundo real me tientan menos, pero soy como un 759% más proclive de comprar cosas online. La compra por internet se ha vuelto mucho más sofisticada que hace seis años. Puedes ver el corte, la tela, hacer zoom en los detalles. Además hay muchas más tiendas, dedicadas a cada estilo específico”. Uno de los dibujos de su ensayo es de una especie de brogues “amocasinados” de la marca canadiense Fluevog. “Los vi y erasn perfectos. Realmente, consideré la posibilidad de darle a “comprar”; me pudo esa sensación de tengo-que-tenerlos-ahora, tanto que tardé unos segundos en darme cuenta de que no podía adquirirlos”.  La ilustradora también cita Pinterest y la insoportable  cantidad de cosas apetecibles que se pueden llegar a ver en un día. “Vivimos en una era en la que podemos obtener al instante millones de cosas deseables, y requiere más fuerza de voluntad no comprar. Cuando mi abuela quería un vestido, se lo tenía que hacer; ahora el ritmo de consumo es altísimo. Espero que lo podamos frenar”.


Si el deseo de comprar es tan poderoso es porque va más allá de tener esa camiseta con el corte perfecto y el tono exacto de verde menta que requiere el verano de 2012. El año pasado, la empresa de contabilidad RSM Tenon publicó un estudio sobre la deuda de los británicos que concluía que las mujeres de entre 18 y 25 años superan en mucho el nivel de endeudamiento de los hombres. En 2011, se declararon en bancarrota 172 mujeres al día en Reino Unido. El informe, quien sabe si de manera algo sexista (subtexto: “pobres, no saben administrar su dinero”), relacionaba estas cifras con el consumismo irrefrenable de los años del boom económico. Pero lo cierto es que las mujeres son estadísticamente más proclives a hacer cargos en la tarjeta de crédito que no pueden asumir.


En cualquier caso, está claro que detrás de esa compulsión consumista, aparentemente femenina, se esconden factores intangibles. Como un deseo de proyección: “hay algo en una prenda de ropa bonita que apela a nuestro deseo de convertirnos, no sólo en una versión mejorada de nosotras mismas, sino también una más excitante. Vivimos inmersas en nosotras mismas todo el día y creo que vemos esas cosas que todavía no poseemos como posibles disfraces. ¡Compra ese vestido y conviértete en un personaje glamouroso, como si fueras tú, interpretada por alguien mejor!”, resume Lazarovic.


En su ensayo ilustrado, describe ese flechazo imposible con un vestidon azul de ASOS, con preciosos tirantes cruzados en el pecho. “Veo un vestido así y me imagino el millón de vidas que podría pasar en él. Me preocupa que nunca jamás volveré a encontrar nada tan perfecto. Y entonces recuerdo que tengo un montón de cosas parecidas en mi armario”.


 


 

 

Una tentación más: sandalias de Topshop con purpurina.

Sarah Lazarovic

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