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En defensa de la postura del misionero

La posición más clásica del repertorio sexual lucha por librarse de su pasado eclesiástico y reivindica su carácter romántico e intenso.

La postura del misionero, ese clásico también en el cine. En la imagen una escena de 'El gran Gatsby'.
La postura del misionero, ese clásico también en el cine. En la imagen una escena de 'El gran Gatsby'.

A la postura del misionero le pasa lo que le ocurrió a muchas folclóricas, cantantes, escritores y artistas; cuya obra se asoció, sin motivo, con el régimen político coetáneo en sus respectivos países. En una forma simplista de pensamiento que se resume en una frase no demasiado brillante: “Si no eras perseguido, es que estabas con ellos”.

En cuestión de sexo, la postura que nos ocupa lo tiene todavía más crudo porque durante siglos fue la única aprobada por la Iglesia Católica para hacer el amor entre esposos, con el camisón puesto y la luz apagada. Por si fuera poco, debe su nombre a que los primeros misioneros cristianos incentivaron a las culturas que consideraban ‘inferiores’ a abandonar otras posiciones más ‘animales’ en favor de ésta, que creían la más civilizada, casta y apta para la procreación.

Se dice que el cura Johannes Teutonicus, en 1215, fue el primero en anunciar que solo había una postura natural para el coito, la del misionero, y en Summae Confessorum, un libro guía para el confesor, se estipulaba la durabilidad de los castigos referentes a las infracciones sexuales. Por ejemplo, si ella estaba encima durante el acto, la pena era de 3 años de prisión (la máxima); para la postura lateral, sentada, de pie o la penetración por detrás bastaban 40 días, y la masturbación mutua se penaba con un mes a la sombra. Comprenderán que con estas normas tan estrictas, salpimentar la vida en pareja era un ejercicio solo apto para kamikazes.

Pero esta postura sexual no solo ha tenido que cargar con el sambenito de ser cómplice eclesiástica, sino que más tarde fue vista como la metáfora hecha carne del patriarcado machista y del sometimiento de la mujer. Él encima y ella debajo, con poca capacidad de iniciativa, acorralada y sin posibilidad de escapatoria. Todavía hoy se lee que en esta posición el hombre es quien dirige, lleva el ritmo, la intensidad del movimiento y la profundidad de la penetración, mientras ella yace inerte boca arriba. ¿Es eso la descripción de la postura del misionero o la de un acto de necrofilia?, porque mi concepto del sexo es otro e implica, siempre, a dos personas en movimiento.

Según Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, “en el misionero, la mujer no tiene por que ser necesariamente un elemento pasivo. Con el movimiento y vasculación de la pelvis, controla también el ritmo y el ángulo de penetración y al tener las manos libres puede utilizarlas para estimularlo a él o a sí misma, tocándose el clítoris o los pezones. Es cierto que la mujer controla menos en esta posición, pero eso puede ser interesante en casos en los que la mujer no es capaz de soltarse o abandonarse, ingrediente imprescindible para alcanzar el orgasmo”.

Una cierta sumisión o sentimiento de estar a merced del otro puede ser también un ingrediente altamente erótico, sin llegar a adentrarse en los terrenos el sadomaso. Cuando tachan a esta postura de ‘vainilla’, automáticamente me viene a la cabeza una secuencia de la película El beso de la pantera (1982), en la que el personaje a quien da vida el actor John Heard se ve forzado a atar a la cama a Nastassja Kinski, porque la mujer que le vuelve loco tiene la extraña costumbre de convertirse en pantera cada vez que hace el amor. El misionero es la única postura posible para esta relación abocada al fracaso que empieza cuando Kinski seduce a Heard subiendo una escalinata y quitándose la ropa. Escena que ha pasado a la historia en el apartado del cine erótico.

Mayor contacto corporal, donde puedes besar y mirar al otro

Curiosamente, cuando pregunto a mis amigas, la mayoría se confiesan fans del misionero, aunque la combinen con otras. Carmen, 39, Madrid, señala como “el contacto visual añade un elemento un tanto intelectual y hasta trascendente, interesante en medio de tanta carne y corporeidad. Ver a alguien en pleno acto sexual, ver sus expresiones, su cara de placer, de esfuerzo, de vértigo es una de las mejores cosas del sexo. Cuando dicen que el goce no vienen de lo físico sino de la mente creo que es verdad y el efecto de mirar al otro, que es algo más cerebral que visceral, a mi me produce bastante excitación”.

Para Antonia, 48 años, Sevilla, “relacionar una postura con un rol de género es una banalidad. ¿Se supone que las mujeres liberadas tenemos que estar encima y hacer todo el trabajo?, ¿no es eso otra forma de sometimiento: ellos relajados y tumbados y nosotras dale que te pego? Yo diría que mi repertorio de posturas es variado, sin llegar a ser una licenciada en Kamasutra; pero a veces, cuando quiero relajarme, me encanta tumbarme y dejar que él lleve las riendas y marque el ritmo”. Mientras que para Patricia, 50 años, Palma de Mallorca, “esta es la postura más romántica y excitante principalmente por dos factores: es donde mayor contacto corporal hay y en la que mejor puedes seguir besándote. Para mi son importantes los besos, y no solo en los preliminares sino durante toda la relación. Fíjate en las películas porno. Las malas nunca incorporan besos entre las parejas; mientras que en las buenas no paran de hacerlo, incluso durante el coito”.

Ser capaz de efectuar la postura del misionero es también una forma que tienen los hombres de medir su estado físico, su capacidad de maniobra. “Con los años esta es una de las posturas que más les cuesta a ellos”, apunta Francisca Molero, “porque se requiere una cierta fuerza y unas articulaciones resistentes y, en personas maduras, las molestias articulares son frecuentes. Poder seguir efectuando esta posición les da una cierta seguridad, una sensación de normalidad, de que las cosas siguen como siempre. Curiosamente, esta postura es la que más veces desaconsejamos en terapia si existen problemas de eyaculación precoz; pero no porque sea mala en si misma sino porque muchos hombres no saben mover bien la cadera y la penetración bien hecha exige un movimiento en forma de ola y no uno rígido que acelera la eyaculación”.

Según la Asociación Americana de Educadores, Consejeros y Terapeutas Sexuales, el misionero sirve también para tonificar los glúteos del hombre y la pelvis y muslos de ambos, y es la mejor para fortalecer los vínculos afectivos de la pareja. Y, por si fuera poco, los movimientos de cadera que la mujer efectúa en esta coreografía ayudan a aliviar el cansancio y masajean los riñones. Según la medicina tradicional china, estos órganos son algo así como nuestras baterías, los que almacenan la energía de la vida y cuando ésta se acaba nos morimos.

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