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De festival sí, pero sin aglomeraciones y con encanto

Buscamos las mejores opciones para los que buscan en un evento musical algo más que masificación, programación inabarcable y precios elevados

vida festival
Cortesía de Vida Festival

Irse de festival de música es ya una opción de ocio más, como pueden ser irse a pasar el fin de semana a la sierra, una escapada a la playa, o un viaje a un determinado lugar en función de una exposición temporal de gran museo que nos interese. Habrá quienes al asocien “festival de música” a juventud, derroche de energía, cansancio extremo y multitud de agotadoras cosas más. Pero no todas las opciones de festival musical van unidas inexorablemente al combo masificación, incomodidad, programación inabarcable, estrés, precios elevados, ni al mito de alojarse en un camping descuidado. Existen festivales que habilitan buses lanzadera gratuitos desde y hacia el recinto, en ocasiones incluso desde ciudades principales que estan a más de 100 kilómetros; festivales que se preocupan de ofrecer alojamientos económicos y vinculados con el evento; que hacen partícipe al público de multitud de actividades extramusicales; que permiten integrar a los niños junto con sus padres, sin necesidad de dinámicas específicas para ellos; o hasta que ofrecen una gran barbacoa final incluida con la entrada. En lo que a ofrecer confort se refiere, la creatividad de sus organizadores es el límite.

Según Profestival, plataforma de difusión de los festivales artísticos españoles, en España existen alrededor de 500 festivales que programan música. “Los festivales artísticos, en general, se caracterizan fundamentalmente por poseer, por un lado, una programación múltiple, excepcional, abierta al público, ofrecida de manera intensiva y englobada bajo una denominación específica y una lógica artística”, indica Tino Carreño, docente e investigador del Programa de Gestión Cultural de la UB e integrante de este grupo de trabajo centrado en el análisis y la formación en el ámbito de los festivales que lleva ya más de una década de recorrido. Acerca del tipo de público, afirma que “en el caso de la música moderna, un 96% de los espectadores tiene entre 18 y 40 años.”

Uno de estos festivales es el Vida festival, el Festival Internacional de Vilanova i la Geltrú (Barcelona), cuya segunda edición se celebra en 2015 del 2 al 5 de julio. Desde que uno llega allí siente que se trata de un evento apacible. El aforo de los días principales, viernes y sábado, está limitado a 10.000 asistentes, y hay espacio más que de sobra para todas esas personas en un entorno natural. “El gran factor diferencial son los recintos. El principal, la Masia d'en Cabanyes, es una antigua casa solariega del siglo XVIII rodeada de jardines e incluso un pequeño bosque. Es un emplazamiento lleno de sorpresas para celebrar un festival diferente, atípico y lleno de encanto”, declara Javi Vazquez, Responsable de Comunicación del festival. Asegura además que la producción está cuidada hasta el más mínimo detalle para que cada espacio sea atractivo y amable con el público. Un público muy variado, mayoritariamente en la franja de 25 a 34 años, pero también con una gran parte de público familiar que asiste con niños por lo propicio del entorno y del ambiente. En cuanto a procedencia, la mayoría es de Barcelona y cercanías, además de asistentes de toda la península y un 10% de público extranjero. “El Vida nace para dar un nuevo aire a la cultura del ocio, priorizando ante todo el bienestar del público, huyendo de las masas y garantizando la excelencia en los servicios. En cuanto a la programación, hacemos una cuidada selección de los artistas que forman nuestro cartel: todos tienen en común la autenticidad de su propuesta, tanto los que poseen una gran trayectoria que les avala como los que escogemos por su potencial y proyección. Musicalmente, la programación gira esencialmente entorno al pop-rock pero también tienen cabida propuestas electrónicas”, añade Vázquez. Y todo esto por menos de 70€.

Vida Festival se celebra el Vilanova i la Geltrú (Barcelo).

Cortesía del Vida Festival

Entre los “grandes pequeños” festivales del territorio nacional destaca por motivos propios el South pop, cuya edición de Sevilla tiene lugar el 1 y 2 de mayo, en un teatro en plena Alameda de la ciudad hispalense. Aunque la edición que destaca por lo paradisíaco de su propuesta es la del South Pop Isla Cristina (Huelva): un festival en que parte de la programación tiene lugar en la piscina de un hotel de cuatro estrellas, donde se alojan la mayoría de asistentes junto con las bandas. Sol, playa, gastronomía local a precios económicos, y la buena acogida de los habitantes de la localidad de Isla Cristina son razones poderosas para decidirse por esta cita que se desarrolla todos los años el segundo fin de semana de septiembre. “La idea del festival es disfrutar de manera hedonista, y no hacer del festival un ‘tour de force’ en el que solo puedas pensar en que tienes los pies reventados o la distancia que tienes de un escenario a otro”, afirma Santiago Cotes, responsable de Comunicación del South Pop. Esta idea de maximizar el confort de la experiencia del festival a través de su contexto se pone de manifiesto en el emplazamiento: un recinto con 5.000 metros cuadrados de césped, hotel a 50 metros del recinto del festival, djs en la piscina, ofertas especiales de alojamiento, 30 minutos de descanso entre conciertos… Una de sus máximas desde el principio siempre ha sido limitar el número de bandas para hacerlo abarcable sin estar a la carrera. No en vano uno de los lemas del festival es “puedes ver todos los grupos por los que pagas”. Con un aforo de unas 1.400 personas, la programación se centra en el pop. Además de un nutrido grupo de bandas españolas, por allí han pasado artistas como Herman Düne, Micah P. Hinson o Saint Etienne. “La verdad es que muchos de ellos nos han dicho que les ha encantado el formato del festival. Recuerdo cómo un año trajimos a Bob Stanley de Saint Etienne con un set de dj, y él mismo personalmente nos pidió venir a la siguiente edición a tocar con su banda Saint Etienne… y aquí estuvieron con todo el mundo en la piscina, en el desayuno del hotel, y cómo no, haciendo un conciertazo. O Erlend Øye (The Whitest Boy Alive, Kings of Convenience), que nos escribió semanas depués felicitándonos por el festival”, recuerda Cotes. Si queremos hablar del éxito del boca a boca en un festival, South Pop Isla Cristina es un ejemplo claro. “Quien viene repite, se lo cuenta a sus amigos, les convence para venir al año siguiente” añade. Y todo esto con abonos desde 40€.

El ambiente familiar y petit comité es una de las características más atractivas para quienes buscan disfrutar de unos días musicales en los que prime el disfrute. Y si además el emplazamiento aporta la dosis de magia, la experiencia se multuplicará. La geografía española da mucho de sí. En Galicia, Ponteceso más concretamente, destaca el festival V de Valarés, que tiene lugar desde hace nueve años en torno al puente de agosto en una preciosa playa gallega. Un festival de un solo día que aúna música y naturaleza, habilitando un camping a escasos metros de la playa, y un escenario principal con preciosas vistas marítimas de fondo. Pese a que a su última edición acudieron casi 4.000 personas, el confort es su santo y seña. Marta del Río, coruñesa que ha asistido a varias ediciones, subraya lo siguiente: “Lo que más agradezco del festival es que las colas no existen, ¡para nada! La cercanía entre artista y público es palpable al nivel de sala, no de festival. Además, el poder tener por un día una ‘casa’ con vistas al mar incluída con la entrada es todo un privilegio”. La combinación resulta, según declara, de lo más agradable: “Es un festival relajado desde el minuto cero. Evidentemente no es comparable a uno de ‘los grandes’, pero eso ni se pretende ni se piensa siquiera. Te evita la planificación de la compra de la entrada superanticipada, de la hora de llegada, de la hora de salida… Te puedes mover cómodamente en todo momento, ir y venir por el recinto sin agobios ni empujones. Así tienes todo el tiempo para disfrutar de la música, que se funde con el mar y con el monte. Prescindes completamente del reloj y del timing, te dejas llevar y te permite disfrutar y olvidarte de todo”. Todo esto por alrededor de 20€.

Hay festivales que, además de emplazamientos de ensueño, añaden otros atractivos a su oferta. Es el caso del Sinsal Son Estrella Galicia, que se celebra cada verano desde 2003 en la isla de San Simón, en la Ría de Vigo. Se trata de uno de los festivales más singulares de Europa, y el público accede en los barcos fletados por la organización. La isla ha sido utilizada a lo largo de toda su historia como monasterio, campo de concentración en la Guerra Civil, o residencia militar, y en ella los asistentes se irán encontrando las distintas actuaciones de las bandas. La capacidad máxima por día es de 800 personas, y cuenta con la peculiaridad de que el cartel es sorpresa. Ángel Rodríguez, que asistió a la última edición, comenta lo siguiente: “Asistí porque había oído hablar maravillas del festival y me atraía la calidad de sus carteles previos. Además me encantaba eso de que no saber quién va a tocar. Normalmente, cuando conozco el cartel de un festival al que planeo ir, me obsesiono con ‘hacer los deberes’ y escuchar lo máximo posible de esos grupos. Aquí no podría hacerlo aunque quisiera, así que me parecía un plan muy relajante”. Además, añade, “es un festival diurno, el sitio es una chulada y no está nada masificado: para que te hagas una idea, en muchos conciertos todos el público estaba sentado en plan picnic.”. El Sinsal 2015 tiene lugar los días 24, 25 y 26 de julio y los abonos de tres días oscilan entre los 55€ y los 75€. Por sus características, además, es uno de esos festivales en el que los niños están completamente integrados.

El público del Sinsal Son Estrella Galicia.

Cortesía de Sinsal Son Estrella Galicia

Existe en esto de los festivales delicatessen una intrahistoria. Y no podemos hablar de este tipo de eventos sin mencionar el Festival Tanned Tin, con 14 ediciones a sus espaldas y actualmente en stand by prolongado. Hablamos con Jesús Llorente, Director Artístico del festival: “Siempre me gustó llamarlo ‘un menú degustación: en la búsqueda de confeccionar un cartel de autor’, y un festival de invierno, Tanned Tin fue durante años el granero del que se han alimentado eventos mucho más grandes, así como fuente de inspiración para el nacimiento de otros festivales de formato parecido y en temporada baja. En definitiva, se trataba de una cantera de nuevos talentos (algo así como La Masía de la música independiente)”. Ofrecer entre 35 y 40 bandas en un fin de semana largo, sin que se solapasen escenarios, con actuaciones entre los 25 y los 50 minutos durante las que, si lo deseabas, podías salir, tomarte una caña, fumar un cigarro y cuando volvías a tu asiento podías ver otra, son algunos de los hitos adjudicables a este festival, y del que han tomado nota muchos otros posteriormente. Su último emplazamiento fue el Teatro Principal de Castellón, con una capacidad de 600 personas con butaca. “Sumando las actuaciones matutinas (que se realizaban en diferentes escenarios gratuitos de la ciudad), de jueves a domingo reuníamos a unas 2.500 personas en total”, indica Llorente. Una cita verdaderamente familiar a la que acudían básicamente melómanos y curiosos que surgió “de la necesidad de rescatar (para mí y para el público) clásicos injustamente olvidados por la industria o el marketing, pero sobre todo de descubrir bandas nuevas, propuestas arriesgadas y estimulantes dentro del pop, rock o folk en su sentido más amplio. Ya que nadie les iba a traer o iba a hacerlo en un entorno un poco incómodo, yo escribía una especie de carta a los Reyes Magos para que vinieran artistas que anhelaba ver, con unas condiciones técnicas sin parangón y la comodidad propia de un recinto en el que sonaba igual de bien un cantautor con una guitarra que un grupo experimental japonés con diez personas sobre el escenario.” Un ambiente íntimo propicio para momentos musicales apoteósicos: “Siempre me acordaré de cuando el manager de CocoRosie me dijo lo siguiente: ‘Viene con ellos un chico nuevo, acaba de sacar un disco y no es muy conocido. Va a hacer coros, e igual podría cantar un par de temas’. Como los horarios estaban medidos al milímetro yo era bastante reticente, pero por algún motivo acepté. El ‘chico nuevo’ resultó ser Anthony & the Johnsons, por entonces prácticamente desconocido”, recuerda Llorente. Y todo esto bajo la premisa de que cada grupo más o menos supusiese un euro de la entrada de cada pasistente. Así, aunque dependía de la antelación, las entradas tenían precios desde unos 35€.

Propuestas así marcan. Natalia Marín, cineasta e integrante del Colectivo Los Hijos, es una de los muchos incondicionales del festival: “Conocí a unos amigos que me descubrieron mucha música y que eran asiduos. Me pareció una propuesta diferente al resto de festivales, y además no conocía a ningún grupo, razón de más para ir”. Para ella lo que tenía de diferente este festival es que se alejaba del concepto de festival como evento masificado: “Este era económico, familiar, accesible. Era un festival que trabajaba desde el eclecticismo para ofrecer propuestas nuevas, arriesgadas, en un formato de concierto que te permitía disfrutar de la música al 100%. Los conciertos eran cortos, precisos, por lo que acababas disfrutando de una más de una decena al día. Además, tenías la certeza de que cada año ibas a vivir algo emocionante. Mi mejor recuerdo fue descubrir a M. Ward. En aquel concierto me giré y vi a todos mis amigos llorando”, recuerda.

Pero irse de festival no tiene que ir ligado a la temporada de verano, y existen otras iniciativas fuera de la temporada estival. Es el caso del Octubre de Ayora, que se celebra en la localidad valenciana en abril (toma el nombre de las primeras ediciones, cuando se celebraba en octubre), con un aforo de unas 200 personas. Joan Casulleras y Rafa Piera, responsables del festival y creadores del sello discográfico El genio equivocado, ofrecen en un pueblo pequeño una alternativa a los festejos tradicionales que se celebran allí normalmente, intentando despertar en sus habitantes la curiosidad por otras realidades musicales. El público está conformado, además de por los lugareños y gente de la comarca, por gente de fuera: “Llevamos 7 ediciones, y últimamente hemos tenido gente que viene de Murcia, Valencia o Barcelona, atraídos por la calidad de la propuesta y el ambiente amigable, casi familiar”, aseguran. El cartel está conformado a base de música independiente de calidad: "No escogemos el cartel esperando a petarlo, sino primando por encima de todo la calidad, aún siendo grupos minoritarios. Además el festival incluye actividades para los más pequeños con talleres realizados por profesionales, a precios increiblemente ajustados”. ¿Que cuánto cuesta la entrada a este evento “boutique”? Pues 5€.

Para los que, además de música, buscan actividades enológicas y gastrónicas su paraíso festivalero es el Evento Sarmiento, que se celebra en Villafranca del Bierzo (León) en septiembre. En este coqueto festival –rodeado de viñedos al estilo Falcon Crest– puedes ver conciertos de grupos como Delorean, que tocaron en 2014, y al mismo tiempo ser partícipe de la vendimia y la cata de los vinos, que se han elaborado con la uva recogida por los asistentes del año anterior. Una experiencia única, con un público reducido y selecto. Solo hay sitio para 500 personas.

En el Evento Sarmiento de Villafranca del Bierzo, además de ver conciertos, el público vendimia y cata vinos.

Cortesía de Evento Sarmiento

Como vemos, opciones hay miles y al final un festival es lo que uno quiere que sea y el partido que consiga sacarle al las coordenadas lugar-entorno-gastronomía-música. Y ojo que ir de festival no es la única forma de lograr una escapada musical dedicada al disfrute. Para muestra está El Náutico, en San Vicente do Mar (O Grove, Pontevedra). Se trata de un local con aspecto de casa de pescadores, que se encuentra a pie de playa (literalmente bajas unas escaleritas desde su terraza y estás en la blanca arena) que lleva 22 años ofreciendo conciertos durante 7 meses al año. Agosto es el mes estrella, con concierto prácticamente todas las noches. Con un espacio para 150 personas y otro para 400, allí tocan bandas de todo tipo, desde Leiva, Ariel Rot, Coque Malla, Raimundo Amador o Kiko Veneno, hasta Sidonie, León Benavente, Iván Ferreiro o Novedades Carminha. Su programación nada tiene que envidiar a la de un festival, y es cuestión de coger el calendario, elegir la noche o noches que se quiere ir, y disfrutar de un entorno inconmensurable, de una gastronomía única, de unas jornadas de playa maravillosas, de actividades acuáticas y en la naturaleza, y de unos conciertos íntimos de esos que no se te borran de la mente. Miguel de la Cierva, dueño de El Náutico, cuenta cómo surge esta iniciativa, que es toda una forma de vida: “Soy músico y técnico de sonido, y es mi proyecto personal desde que empecé. El local ya pertenecía a mi familia y pronto vi que era inmejorable, un sueño para hacer aquí todo esto”. Los visitantes de este mítico local suelen alojarse en la zona varios días. Y no es para menos. ¿El precio de los conciertos? Muchos son gratuitos, y los de los músicos más conocidos pueden oscilar entre los 8 y los 15€.

Disfrutar de la música de manera cómoda y sosegada es posible. Solo hay que estar atentos a las iniciativas que numerosos gestores culturales y amantes de la música van sacando adelante. “Festivalear” no tiene por qué estar reñido con una vida “slow” y con una búsqueda de unos días de descanso ídem. Multitud de iniciativas asentadas o nuevas, periódicas o únicas, suponen una oportunidad que merece la pena probar. Hay que prestar atención a las propuestas, haberlas haylas.

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