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Cuatro mujeres desvelan su truco para recuperar el deseo perdido

La libido es una cualidad etérea, volátil, caprichosa y de gustos imprevistos y cambiantes que viene, va y, afortunadamente, puede recuperarse.

Resting her eyes
PeopleImages (Getty Images)

Literatura erótica y ejercicios de Kegel

“Había pasado por momentos de poco o cero deseo a lo largo de mi vida, pero aquel se estaba alargando demasiado. Así que, sin ser muy partidaria de sexólogos ni terapeutas, me fui a uno que lo primero que me preguntó es a qué atribuía yo esa falta de ganas. No supe que decirle”, cuenta Violeta (39 años, Madrid), recordando una época que ella denomina de ‘asexual’, hace algo más de 6 años. Ninguna de las típicas causas atribuibles a esta patología podían aplicarse a ella. Ni el desamor, la rutina o los problemas sentimentales o laborales se divisaban en su horizonte. Tenía pareja, aunque no vivían juntos y, según sus propias palabras, se trataba de “alguien encantador, bueno en la cama y que viajaba a menudo, con lo que no nos daba tiempo para aburrirnos”.

“Todavía hoy no he encontrado la respuesta a esa pregunta. Lo que siempre me ha molestado porque me dibujaba como alguien caprichoso, una pobre niña rica que se aburría de su confortable vida llena de posibilidades. Recuerdo inventarme un sinfín de excusas para evitar el sexo. Llegué a ser maestra en el arte de diseñar situaciones para evitar tener que decir la temida frase, “esta noche no, que estoy muy cansada”.

“Entre la batería de medidas que empezamos a poner en práctica para erotizar mi vida, como masturbarse frecuentemente, darse baños ‘sensuales’, masajes o planificar escapadas con mi pareja; las que mejor funcionaron fueron dos: los ejercicios de Kegel y la literatura erótica. La primera era puramente corporal, dirigida a activar los músculos vaginales; la segunda, estaba destinada a calentar la mente, según dicen la zona erógena por excelencia. Probé también con películas eróticas y porno, pero no era lo mismo. Soy aficionada a la lectura y probablemente mi cabeza está acostumbrada a traducir en imágenes mentales lo que leo. Imágenes mucho más potentes y efectivas que las que cualquier director pueda producir porque están hechas a mi medida. Durante esa época me especialicé en este tipo de literatura y a veces forraba mis libros para que la gente del metro no viera lo que estaba leyendo”.

“Tenemos poca conciencia de nuestros genitales y, generalmente, solo los sentimos cuando tenemos relaciones sexuales o cuando nos molestan, pican o están irritados”, comenta Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona, del Instituto Iberoamericano de Sexología y presidenta de la Federación Española de Sociedades de Sexología, “por eso los ejercicios de Kegel son un buen método, no solo para mantenerlos en forma sino para tenerlos más presentes. Para pasar unos minutos diarios con ellos, para tener una ‘conciencia de vagina’. Una fórmula que yo empleo para temas de anorgasmia o falta de deseo es unir estos ejercicios con el poder de la fantasía. Recrear o inventarse situaciones eróticas perfectas para nosotros. La unión cuerpo-mente es una de las más poderosas porque ambos aspectos se retroalimentan y son muy efectivos para ponernos en modo sexual”.

Un amante, un affaire puramente sexual

Lo que se pierde con la falta de libido es esa excitación que colorea la vida cotidiana, ese elemento que añade algo de misterio, de argumento a nuestra existencia. Los días sin deseo son planos, previsibles, laborables.

Carmen (43 años, Barcelona) conocía bien esos días, llevaba años conviviendo con ellos en una relación de pareja que había entrado ya en la fase en la que el sexo era algo esporádico. “Jamás pensé que tuviéramos ningún problema”, apunta Carmen, “todo seguía el guión previsto y perpetuado por miles de parejas y por nuestros conocidos. Con los años y la convivencia las ganas cada vez son menos y las relaciones se reducen a los primeros días de vacaciones, las noches en las que se bebe más de la cuenta o las celebraciones señaladas. ¿Qué vas a esperar cuando ya llevas ocho años casada?”.

A través del trabajo Carmen conoció a alguien que la sedujo, aunque en un primer momento no cumplía, ni de lejos, con sus expectativas o requisitos más básicos. “Cuando pienso en cómo acabé teniendo un affaire, que duró unos meses, con esa persona no me lo creo porque no era para nada mi tipo. Pero luego creo que esa misma característica fue lo que hizo que yo me soltara tanto en el terreno sexual. Si me hubiera gustado más, seguramente hubiera tenido problemas del tipo: “no soy lo suficientemente buena para él”, “estoy ya muy mayor o me sobran unos kilos”; o me hubiera comido el coco pensando que era el hombre de mi vida y tenía que dejar a mi pareja. Nada de eso ocurrió, solo buen sexo y la resurrección de la libido, que yo creía ya muerta o en estado de letargo. Y, por supuesto, que alguien se fijara en mí en ese aspecto fue un masaje para mi autoestima.

“A veces despertar el deseo en otro, que te elijan, es un detonante mucho más poderoso que elegir a alguien nosotros mismos”, afirma Francisca Molero. “Hay mucha gente que llega a la consulta quejándose de la falta de ganas, cuando en realidad no tienen ese problema. Lo que ocurre es que confunden la falta de deseo con la falta de deseo espontáneo. Éste último es el que hay en la adolescencia o cuando nos enamoramos. Estamos todo el día pensando en el otro y queriendo estar a su lado. Lo más común, sin embargo, es que el deseo esté ahí pero haya que despertarlo un poco. Alguien se acerca y, con la excitación adecuada, aparece el deseo. Los que realmente han perdido la libido no reaccionan a ningún estímulo”.

Cero estrés y preocupaciones tras un despido laboral

Amalia, 35 años (Palma de Mallorca), aborda el tema con mucha delicadeza y hasta cierta vergüenza, porque “reivindicar de alguna manera el hecho de estar en paro no parece, en principio, muy razonable en los tiempos que corren”. Una vez aclarado que, en cierta manera, se considera una privilegiada y que su despido laboral no la dejó desvalida sino con una aceptable prestación por desempleo y un marido trabajando, Amalia empieza a soltarse. “Yo trabajaba en el mundo de la publicidad y las relaciones públicas y tenía un cargo medio-alto, lo que significaba que incluso en mis días libres mi móvil estaba encendido por lo que pudiera pasar. La empresa en la que estaba empezó a reducir personal con la crisis y el ambiente se deterioró mucho: estrés, presiones, miedo a que te echaran. Y una aguanta porque dejar el trabajo es una idea arrogante que no se le ocurre a nadie, aunque tenga medios de sobra para vivir. Tras un año muy estresante me despidieron. Lo viví como un alivio porque me quedaba paro durante bastante tiempo. Desde el primer momento pensé que no quería volver al mundo laboral sino montarme mi propio negocio, pero antes me tomé unos meses de descanso”.

“Esa sensación que tienes el primer día de vacaciones, de liberación, de la perspectiva de los días libres para hacer lo que a uno le apetezca, la tuve yo durante tres meses. De repente, tenía tiempo para todo: para cuidarme, para ir a la peluquería, para vestirme de forma más divertida o cuidada, para comprar lencería, para salir a cenar con mi pareja, para llevar a mi hija al cine o al parque después del colegio. Sin preocupaciones y relajada por primera vez en mucho tiempo, mi libido aumentó considerablemente y me veía tomando la iniciativa, algo que solía hacer al principio de nuestra relación”.

“El deseo es una actitud mental, un estado que tiene mucho que ver con nuestra forma de ver la vida (botella medio llena o medio vacía) y con la situación que nos rodea”, apunta Molero. Es también, en cierta medida, un lujo. Una energía extra que aflora cuando las demandas básicas están ya cubiertas”.

Espacio en casa, cuando los hijos abandonan el hogar

La libido, esa virtud tan contradictoria, necesita un cierto grado de tranquilidad al mismo tiempo que algunas dosis de excitación e incertidumbre. Le gusta lo fácil y lo difícil, lo cercano y lo inalcanzable, lo rápido y lo lento, lo cotidiano y lo raro. Y, por encima de todo, necesita también de espacio. Cuando somos adolescentes y las ganas nos sobran podemos mantener el tipo en casas de amigos, coches, horas sueltas en casa de los padres -cuando éstos están fuera-; pero con lo años el deseo exige de un cierto espacio propio.

Maribel, 54 años, (Madrid), encontró el espacio perdido cuando su hijo se marchó a trabajar a Londres. Antes de eso, el chico vivía con ella, que estaba divorciada. “Hacía tiempo que había empezado a salir con un hombre, más o menos de mi edad. Por circunstancias familiares era más fácil que nos viéramos en mi casa que en la suya, pero con mi hijo por medio no había mucha intimidad. Yo se lo expliqué a él, pero creo que en su cabeza no entraba la idea de que su madre, con cincuenta y tantos, tuviera ese tipo de necesidades o relaciones. Nos pilló varias veces haciendo ‘manitas’ en el sofá y tenía la mala costumbre de entrar en mi cuarto sin llamar. Inevitablemente una empieza a pensar que es una mala madre y que se ocupa más de sus aventuras que del confort de su hijo, así que empecé a limitar las visitas. No puedo decir que aquello acabara con mi libido –a la que comparo a menudo con el ave fénix, que renace siempre de sus cenizas- pero si que ésta vivió una notable liberación y mejoría cuando mi chico se fue al extranjero. Ahora estoy deseando que venga a casa a verme”.

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