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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona 92

“Mi abuela todavía se conmueve al recordar el recorrido de la flecha de Rebollo en Montjuic”.

Leticia Vila-Sanjuán.
Leticia Vila-Sanjuán.

Dejé de seguir la actualidad deportiva hace bastante tiempo. Pasados los años de colegio y universidad, la presión social de tener que estar al día de fútbol o baloncesto se esfumó para mí. Sin embargo, tengo muchísimos recuerdos asociados a días de partido y eventos deportivos, pese a no recordar el nombre de ningún jugador y apenas un par de resultados. En una columna, Leila Guerriero escribía que la memoria dispara momentos raros, como le pasó a ella tras conocer la noticia de la muerte de Maradona: inmediatamente evocó un lugar de Estados Unidos, donde estaba años atrás, cuando se enteró de que Maradona había sido expulsado de un Mundial. Yo también recuerdo con total nitidez la casa del chico donde vi la final del mundial de 2010, y el furor absoluto que me poseyó cuando la ciudad estalló en gritos tras el gol de Iniesta. Me viene a la cabeza una camiseta de la selección, regalo de mi 18 cumpleaños y los detalles del restaurante donde me la regalaron, como si fueran recuerdos de otra vida.

Es difícil distanciarte del deporte cuando has nacido en Barcelona en el año 1992. Las primeras veces que enseñé el DNI para comprar tabaco siempre había alguien que, al ver mi fecha de nacimiento, señalaba emocionado: «¡Eres olímpica!». Crecí escuchando historias de los Juegos. Están tan anclados a la ciudad y a su vocabulario urbano que los integras en el día a día sin darte ni cuenta: vas a un concierto al estadio olímpico o bajas a tomar algo a la villa olímpica. Cualquiera que haya crecido en la Ciudad Condal ha escuchado las crónicas de la transformación que vivió en los noventa, y relatos de la emoción que unió a los barceloneses durante los preparativos aquel verano. Mi abuela todavía se conmueve recordando el recorrido de la llama olímpica desde la flecha de Antonio Rebollo hasta el pebetero en Montjuic. Y tanto Barcelona, la canción a dúo de Freddie Mercury y Montserrat Caballé, como el himno generacional Amigos para siempre, son parte de la banda sonora de cualquier boda en la ciudad. Mis padres, que habían estado viviendo en Estados Unidos, volaron de vuelta a Barcelona con mi madre embarazada de mí justo a tiempo para el verano de los Juegos Olímpicos. Como el embarazo estaba muy avanzado, hicieron escala en Atlanta, ciudad que sería huésped de los siguientes Juegos en 1996. Nací a finales de septiembre, así que viví el verano de Cobi desde el vientre de mi madre. Y aunque no soy una adulta con una vida muy vinculada al deporte, siempre me ha encantado escuchar las historias del año que cambió Barcelona.

Cuando leí Open, el espléndido libro de memorias del tenista Andre Agassi, quedé totalmente fascinada, a pesar de no haber visto nunca un partido entero de tenis. No me hizo falta saber lo que es un set para comprender los paralelismos entre la vida y el deporte, o en el caso de Agassi, entre la vida y el tenis. «Ventaja, servicio, falta, rotura, nada, los elementos básicos del tenis son los mismos que los de la vida cotidiana, porque todo partido es una vida en miniatura. Incluso la estructura del tenis, la manera en que las piezas encajan unas dentro de las otras como las muñecas rusas, reproduce la estructura de nuestros días. A mí me recuerda la manera en que los segundos se convierten en minutos y los minutos en horas», explica el propio tenista.

Al fin y al cabo, el deporte no deja de ser otra forma de medir la vida. Durante el rato que ves un partido, te entregas a la incertidumbre del azar, de no saber el resultado final, y la ceremonia del momento permite una ilusión de comunidad fugaz y muy difícil de replicar. Hay algo muy distinto en la emoción de un verano de Juegos Olímpicos. Pienso en si dentro de una década recordaré donde estaba durante los eventos deportivos de 2021. Y sé que siempre me quedará sonreír y asentir con orgullo cuando alguien me pregunte: «¿Barcelona 92? ¿O sea, que eres olímpica?». Lo soy.

Leticia Vila-Sanjuán es editora y vive deseando que algún día su vida se parezca a una novela.

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