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Autocuidado, ¿para quién?: las trampas y la perversión del negocio del bienestar

Hablamos con la escritora canadiense Fariha Róisín que acaba de publicar Who is Wellness For? (¿Para quién es el Wellness?: un examen a la cultura del bienestar y a quién deja atrás) editado por HaperCollins.

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ILUSTRACIÓN DE ANA REGINA GARCÍA CON FOTOS DE SHRIYA SAMAVIAN MANIAN (RETRATO) Y DE GETTY IMAGES.

“Creemos que el dinero puede salvarlo todo. Que tiene todas las respuestas. Que comprarte una casa o todas las cosas bellas que quieras y que tengas a tu alcance te dará la felicidad. Pero ya sabemos que no es verdad. Me interesa mucho más explorar la raíz de estos tiempos oscuros y difíciles, mirar de frente al capitalismo y entender que no debería darnos tanto miedo la verdadera respuesta a ese vacío que nunca se puede llenar”. No han pasado ni dos minutos de entrevista con Fariha Róisín (Ontario, Canadá 32 años) vía Zoom desde su casa en Los Ángeles y ya deja claro que “mi objetivo en la vida es hablar del colapso del sistema”. Para los recién llegados, Róisín es una escritora integrante de aquella cantera prodigiosa de la blogosfera de inicios de los 2000, la que vio nacer a ensayistas como Jia Tolentino, Emily Gould o Edith Zimmerman en webs como The Hairpin o Jezebel. Feudos feministas cargados de chicas ingeniosas con plumas afiladísimas antes de que los grandes medios las ficharan, las asentaran y canibalizaran uno de los ecosistemas más libres y creativos del periodismo con perspectiva de género en lo que llevamos de siglo.

Hija de una pareja de musulmanes de Bangladés que se asentó en Sídney (Australia) con sus dos hijas, Róisín dice que todavía está aprendiendo a resolver los traumas heredados de su familia y a desprenderse de lo que etiqueta como la tautología del migrante: “Ser emocionalmente impenetrable como praxis, trabajar duro para siempre como praxis”. Tras sufrir abusos sexuales en su niñez y ser maltratada por una madre enferma casi desde que nació, la ensayista se mudó a Nueva York nada más cumplir los 20, harta de “autodespreciar” a su propio cuerpo (“la perfección era mi camino, pienso en mi vida como en un videojuego en el que no sabía cuál era el premio, pero eso no importaba”). Allí se hizo un hueco como escritora freelance en The Hairpin con una columna sobre bienestar y astrología y escribió ensayos para otros medios como The New York Times, The Guardian, Al Jazeera o Vogue. Tras publicar un libro de poesía y una novela, y enviar cartas esporádicas desde su personalísima newsletter, Róisín publica este mes Who is Wellness For? (¿Para quién es el Wellness?: un examen a la cultura de la bienestar y a quién deja atrás, editado por HaperCollins). El suyo es un tratado de casi 300 páginas en el que combina el relato de su vida y sus traumas con la sabiduría de grandes pensadoras como bell hooks, Audre Lorde o Anne Boyer, entre muchas más, y aporta historiografía oriental para contextualizar y enseñar los pilares podridos de una industria comercial que se ha apropiado y marketinizado saberes milenarios adaptándolos a la lógica del capital.

Su libro analiza a otras pensadoras como bell hooks o Robin Wall Kimmerer.
Su libro analiza a otras pensadoras como bell hooks o Robin Wall Kimmerer.

Dice que la industria del bienestar es solo para “blancas, ricas o con buen cuerpo”, ¿por qué?
Llevo muchos años pensando y escribiendo sobre el bienestar. Muchas veces me preguntaba, ¿para qué sirve escribir sobre el autocuidado? ¿A qué nos referimos cuando hablamos de cuidarnos? Según le daba vueltas, más me daba cuenta de que el capitalismo necesita generar esta idea de que debes y, lo más importante y perverso, ‘te mereces’ comprar todo lo que te haga sentir bien. Pero algo no va bien ahí. Occidente ha diluido el origen y propósito de ese bienestar. Se ha perdido lo holístico de la meditación, del yoga, se ha borrado todo su contexto espiritual. Hemos perdido el principal componente de buscar en ti misma; de mirarte, pero de verdad, y preguntarte: ¿Si no estoy bien, qué me pasa?

¿Y qué pasaba?
Vengo de una familia trabajadora en la que nunca se hablaba de sentimientos y de nuestros problemas. Aunque todo fuese muy duro, nunca lo expresábamos en voz alta y muchísimo menos lo compartiríamos con extraños. Eso era una vergüenza. Como superviviente de abuso sexual me he dado cuenta de que hay que deshacerse de esa herencia. No te engaño si te digo que prácticamente cada vez que me presento ante alguien, como estoy haciendo contigo ahora, les cuento que sufrí abusos y que de ahí vienen todas mis inseguridades. Es muy liberador hacerlo porque si lo hablas, abres la puerta a que otras personas hablen. Y hay muchas más de las que creemos.

Cuenta que cuidarse es “un asunto complicado y muy insoportable”.
No te exagero para nada si te digo que gasto unos 4.000 dólares mensuales en mi propia curación. Los gasto en terapia psicológica, en acupuntura y también en terapia física. Por ahora, me lo puedo permitir, pero eso no es justo. Nadie debería pagar 4.000 dólares por autocuidarse. La salud es un derecho. Sé que en España la situación es distinta, pero Estados Unidos no nos cuida, nos prefiere muertos. Un sistema de salud pública debe garantizar estos procesos de curación y de conexión a todas las personas.

Critica el McMindfulness, o cómo Silicon Valley está capitalizando la cultura del bienestar de forma especuladora con la invasión de aplicaciones.
Es una industria que ya está valorada en más de 1.000 millones de dólares. A empresas como Headspace no les atrae temas como la meditación, ni de dónde viene ni qué significa realmente. El bienestar de la gente es lo de menos para ellos. Solo les interesa ganar más dinero. Nuestro deber como sociedad es demandar que el ‘cuidado’ sea gratuito.

“Si el bienestar se feminiza, se ve como una broma, parece que no aporte rigor intelectual”, denuncia. ¿Por qué?
Porque vivimos en el patriarcado. Parece estúpido que te lo diga así, pero la sociedad prioriza hoy en día la guerra y la violencia. Esa idea de la conquista militar y de estar constantemente en guardia con uno mismo. Creemos que los humanos somos así, pero eso no es verdad. Se podría decir que, ahora mismo, estamos asistiendo al declive de la performance de la masculinidad. Ya sabemos que no tienen ni idea de lo que están haciendo.

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