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Alice Temperley, la gurú de estilo de Catalina

Ya de pequeña apuntaba maneras. La diseñadora británica quería ser Ginger Rogers y confeccionaba ropa con tela de lámparas. Hoy, sus vestidos románticos cautivan a la mismísima duquesa de Cambridge.

Alice Temperley
Matilde Temperly

Si Alice Temperley tuviera que elegir una época en la que vivir, sin dudarlo viajaría al París de los años 20. «Me encantaría que me sucediese algo como en Medianoche en París, de Woody Allen, y transportarme a esos años dorados. Por ahora me conformo con hacer ropa bonita».

Como plan B no está del todo mal. La moda romántica, nostálgica y femenina es la especialidad de la diseñadora británica. Sobre todo sus vestidos cuajados de lentejuelas que hacen perder la cabeza a Milla Jovovich, Keira Knightley, a la duquesa de Cambridge y a Pippa Middleton. A pesar del aspecto soñador y del mundo de fantasía que ha creado, Temperley mantiene firmemente los pies en el suelo. No podría ser de otra manera, ya que junto a su marido, el financiero Lars Von Bennigsen, lleva las riendas de uno de los recientes casos de éxito comercial de la moda británica: sus diseños se venden en 37 países y cada año produce unas mil prendas repartidas entre su línea principal, Temperley London; la de difusión, Alice; y la colección nupcial.

La diseñadora, que vive entre un piso próximo a las oficinas centrales de la firma en el barrio londinense de Notting Hill y su casa de campo en Somerset, compagina su trabajo con el cuidado de Fox, su hijo de tres años. «Soy una madre trabajadora y mi estilo personal debe ser relajado. Llevo zapatos viejos, cuero y encaje, blanco y negro», explica. A diario, recurre a un uniforme de pantalones negros de cintura alta, chaleco de cuero y camisa blanca, que anima con accesorios y su característico rojo de labios. «Sin la boca pintada me siento desnuda. Le da otro aire a mi cara, que veo algo anodina». Uno de sus labiales favoritos es el Rouge Coco Gabrielle 19 de Chanel, pero constantemente prueba nuevos tonos y marcas. «El otro día llevaba ocho barras de labios de distintas firmas en un bolso minúsculo. Soy una exagerada. Mi hijo juega con ellas. Pinta su cara, las paredes…».

Recientemente la diseñadora ha publicado su primer libro, True British (Rizzoli), para conmemorar los 10 años de su marca. Una historia que comenzó de pequeña, cuando quería ser como Ginger Rogers y confeccionaba vestidos con lámparas antiguas (para disgusto de su madre que nunca creyó que viviría de la moda). Pero años después dejaría la granja donde creció en Somerset (donde sus padres hacen la sidra Perry) para estudiar diseño textil en la prestigiosa escuela Central Saint Martins de Londres. «Empecé a hacer ropa para sacarme un dinerito mientras estudiaba. No tenía formación, nunca había asistido a un desfile. Y ahora poseo una gran empresa que me controla. Si hubiera sabido lo dura y exigente que es la industria de la moda, me habría dedicado al interiorismo o la fotografía».

En los próximos meses planea echar el freno y viajar con su hijo antes de que este empiece a ir al colegio. «Quiero compensar el tiempo que he dedicado al trabajo. Iré a Rajastán, India, para visitar a artesanos de la zona en un bus decorado con dibujos. Espero publicar otro libro con la experiencia. También tengo prevista una escapada al sur de Francia para encontrar encajes».

Y como cada año, en 2012, no faltará la fiesta de disfraces que organiza para cientos de personas en la finca familiar. «Llevo 17 años haciéndola y, aún así, no puedo evitar prepararla a última hora. Buena música, buenos cócteles y buenos invitados. ¿Se necesita algo más?».

Un vestido de su colección inspirado en un abanico veneciano y lentejuelas que la diseñadora compra en sus viajes.

Matilde Temperly

En el zapatero abunda el calzado masculino y los tacones de Christian Louboutin y Charlotte Olympia.

Matilde Temperly

La diseñadora, vestida de su propia firma. La lámpara antigua procede del cabaret Le Lido en París.

Matilde Temperly

Matile

Colección de sombreros de Alice Temperley.

Matilde Temperly

Un mantón español de los años 30 que cubre la cama. «Sus colores son inusuales y se han conservado sorprendentemente bien», comenta.

Matilde Temperly

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