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«Yo es que soy muy sincero» como mantra para justificar la impertinencia: el problema de la honestidad mal entendida

Escudarse en la virtud de la franqueza para justificar salidas de tono, críticas negativas no solicitadas e incluso comentarios crueles es un comportamiento muy extendido. Es posible decir la verdad sin herir los sentimientos de los demás, pero encontrar dicho equilibrio parece, para muchas personas, una ardua tarea.

Encontrar el equilibrio entre ser sincero y ser impertinente es para alguna gente complicado.
Encontrar el equilibrio entre ser sincero y ser impertinente es para alguna gente complicado.Getty (Getty Images/Westend61)

Escudarse en la virtud de la franqueza para justificar salidas de tono, críticas negativas no solicitadas e incluso comentarios crueles es un comportamiento muy extendido. Aunque es posible decir la verdad procurando no herir los sentimientos de los demás, encontrar dicho equilibrio parece, para muchas personas, una ardua tarea.

Probablemente, todo el mundo recuerde uno o incluso varios nombres propios cuando se habla de ese tipo de persona que dice lo que piensa sin filtro y prestando más bien poca atención a los sentimientos de los demás. Carmen García- Rivera y María García- Rivera, las fundadoras del centro de psicología y psiquiatría Somos Mandarina, explican que a este tipo de comportamiento se le llama sincericidio y es acto de impulsividad y falta de consciencia, ya que, afirman las expertas, «es posible pensar lo que se dice sin decir lo contrario a lo que se piensa».

Efectivamente, si se entiende por honestidad manifestar lo primero que se le pasa a alguien por la cabeza, quizás se esté confundiendo con la insolencia. La principal diferencia entre ambas radica, según Montse Cazcarra, psicóloga sanitaria, en la responsabilidad afectiva y en la prudencia: «Cuando se cae frecuentemente en la impertinencia, es probable que no se esté dando espacio a la empatía y tampoco se esté teniendo en cuenta que las palabras que se dicen tienen un impacto en los demás».

Echando balones fuera

«Ser totalmente sincero no es siempre lo más diplomático ni lo más seguro a la hora de comunicarse con seres emocionales», afirmaba TARS, el robot que acompañaba a Cooper (Mathew McConaughey) en Interestellar (Christopher Nolan), cuando dicho personaje le preguntaba acerca del parámetro de sinceridad con el que estaba configurado. Pues bien, sorprendentemente, este autómata entendió correctamente el quid de la cuestión: que el resto de personas que le rodean son individuos sintientes.

En líneas generales parece una lección fácil de entender, pero esa frase de «yo es que soy muy sincero» —prima hermana de «yo es que soy así» —, continúa repitiéndose hasta la saciedad y esconde una carencia de voluntad de autocrítica escudada en el hecho de que la sinceridad es una cualidad muy aplaudida. Mirarse al espejo y darse cuenta de que hay trabajo por hacer para mejorar es un ejercicio desagradable, por lo que, según el equipo de Somos Mandarina, en muchas ocasiones se prefiere evitar el sentimiento de culpa que puede generar ser consciente de que eso que se está diciendo no es fruto de la honestidad y la valentía, sino de la violencia.

Además, esta afirmación puede provocar que, quien recibe dichos comentarios, caiga en la trampa de pensar que el error es suyo porque, en términos coloquiales, es una floja. «Ser sincero está bien visto, ergo es fácil que se valide el discurso y, al hacerlo, el problema (por así decirlo), deja de ser de quien lo emite. El foco pasa a estar en la persona receptora y en la poca capacidad de sostener la incomodidad que la sinceridad, puede traer consigo. Quien recibe esta información tiende a revisar si el problema es suyo (con cierto grado de convencimiento de que así lo es), achacándolo a la sensibilidad y no tanto a la formulación del mensaje o lo poco pertinente que resultaba el mismo», explica Montse Cazcarra.

Un soporte de la convivencia

Saber escoger el momento y el lugar para sacar a relucir según qué temas puede parecer el típico consejo que da un familiar cercano a una persona de temprana edad que no sabe cómo pedirles a sus padres un favor, asistir a un cumpleaños o quedarse a dormir en casa de un amigo, pero también es extrapolable en la vida adulta al papel de la diplomacia que, en muchas ocasiones, es un salvavidas en las relaciones emocionales.

Si la persona con la que se habla se encuentra en un momento complicado en su vida y no tiene capacidad para gestionar lo que le ocurre con tanta agilidad, quizás lo último que necesite es una bofetada verbal. Por otra parte, a lo mejor es la persona que emite el mensaje aquella que no está en tan perfectamente como puede considerar y por ese motivo la forma del discurso puede verse alterada. «No siempre se está en posición de poder sostener las emociones de la forma en la que gustaría hacerlo, de la misma manera que tampoco es siempre un buen momento para la otra persona y, en la medida de lo posible, sería sensible y empático por parte de uno tenerlo en cuenta», asegura Montse Cazcarra.

Pero eso no es todo, ya que también hay que tener en cuenta un pequeño detalle: quizás el receptor, simplemente, no tiene ganas de recibir dicha consideración. Con respecto a esto, el gabinete de Somos Mandarina comenta que es importante que se deje elegir a la otra persona si quiere escuchar las opiniones que se desean transmitir. En resumen y parafraseando a las expertas, conviene «entrenarse en preguntar más».

Sin embargo, esta aceptación no exime al emisor de la prudencia con la que debería expresarlo, independientemente de la naturaleza del receptor. En el caso de una persona que expresa con facilidad sus sentimientos, es posible que ya se sepa explícitamente si este tipo de críticas negativas o comentarios le resultan difíciles de digerir. Por tanto, de acuerdo con Montse Cazcarra, a pesar de que cómo interprete el mensaje la persona no es responsabilidad propia, sí que puede aportar seguridad y fortaleza al vínculo tener en cuenta si esa persona tiende a sentirse rechazada o juzgada, por ejemplo. En el polo opuesto, donde residen aquellos que transmiten mucha confianza y entereza, parece haber una consideración extendida — y errónea—, que se basa en creer que tienen mayor tolerancia a este tipo de comentarios y que, por tanto, pueden servir como un saco de boxeo que soporta todo tipo de ataques. Nada más lejos de la realidad, ya que, conforme a las palabras de las fundadoras de Somos Mandarina, quizás han normalizado las agresiones verbales o el maltrato psicológico. En definitiva, la sinceridad mal entendida, «doler nos duele a todos», aseguran.

La eterna búsqueda del término medio

Por todas estas razones, si se sospecha que las opiniones y críticas propias suelen generar este efecto en los demás, tal vez sea el momento de, como propone Montse, no autoengañarse y responsabilizarse de ello desde la autocompasión. Si es el otro quien, con sus palabras, suele hacer daño, toca poner límites. Parece que esta expresión tan utilizada últimamente es un ejercicio de vida o muerte, pero desde Somos Mandarina sostienen que a veces puede traducirse en algo tan sencillo como «entiendo que no me lo dices con mala intención, pero me gustaría que no opinases sobre mi relación de pareja».

Al final, tan necesario es no reprimir lo que se siente y decir lo que se piensa como saber de qué forma expresarlo. Resulta complicado olvidar aquella escena de La Gran Belleza (Paolo Sorrentino), en la que, durante una reunión entre amigos, el protagonista decide desenmascarar la prepotencia de su amiga, que ocultaba sus inseguridades sobreexplicando sus valores y sus buenas obras, rebatiendo todos sus argumentos con una dolorosa retahíla de certezas. Probablemente, lo consiguió, pero con ese mordaz, avergonzante —y en ocasiones machista—, discurso público de casi tres minutos también logró herirla profundamente. Podría haber escogido otro escenario, otras palabras y otro momento para hacerla entrar en razón, pero el pulso entre su cariño hacia ella y su ego lo ganó este segundo jugador.

Quizás lo ideal sería que, en el momento previo a dar rienda suelta a ese comentario hiriente que parece escaparse de la lengua, el emisor mirase realmente a los ojos de quien está a punto de recibirlo y se lo pensara un par de veces. A lo mejor entonces, esa verdad aparentemente irrefrenable, enérgica y volcánica, pierde, de pronto, su razón de ser.

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