Hoodies, la resistencia será criminalizada. La clandestinidad que propicia la funcional y práctica chaqueta de capucha ha favorecido que sea retratada una y otra vez como instrumento de episodios de violencia o insurrección: los disturbios de las
banlieues parisinas, los saqueos de Londres en 2011 o las manifestaciones anti G-20 de los últimos años. Prohibida en algunos centros comerciales de Australia e Inglaterra, la criminalización social de la prenda se escenficó cuando el adolescente
Trayvon Martin, desarmado y con un paquete de golosinas en la mano,
fue tiroteado y asesinado en febrero de 2012 por un vigilante de barrio en Florida (EEUU). Martin llevaba puesta la capucha. El vigilante, Georges Zimmerman, consideró que su actitud era sospechosa por llevarla puesta.
El hombre se acogió a la ley Stand your ground (Defiende tu territorio) –que permite el “uso justificable de la fuerza” en defensa propia– para evitar, en un principio, pisar la cárcel. La decisión judicial provocó que familias enteras, jóvenes,
políticos y celebrities se encapuchasen en parques y edificios públicos. Decenas de ciudades organizaron las million hoodie marches en las que manifestantes
vestían su hoodie para protestar contra lo que consideraban un crimen racista. David Simon, creador de
The Wire, se hacía eco de la tragedia en su
blog y cantantes, actores y deportistas mostraron su rechazo al crimen colgando fotos en internet donde aparecían con la
capucha puesta. “Sólo porque alguien lleve una capucha, no se le puede convertir en un matón”, clamó un congresista demócrata en el Capitolio.