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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una paz distinta

Joan Didion, en su ensayo Self-Respect: Its Source, Its Power, traducido en España como Sobre el amor propio, escribió que este “no tiene nada que ver con el aspecto de las cosas, sino con una paz distinta, un tipo de reconciliación privada”. El amor propio y el respeto por uno mismo nutren la autoestima encajada y a ellos se llega tras un análisis de lo que somos.

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En uno de los episodios de mi serie preferida de todos los tiempos, El Ala Oeste, hablan de autoestima, y desde que lo vi lo recuerdo, como mínimo, una vez al mes. En él, una novata Donna (Janel Moloney) se presenta voluntaria para ayudar en la campaña que conduciría al presidente Bartlet a la Casa Blanca. Ella quiere ese trabajo, además, su novio acaba de abandonarla. Josh Lymon (Bradley Whitford), que sería su jefe, le espeta: “Aquí no se viene a recuperar la autoestima”. Y ella responde. “¿Por qué no?”. Adoro a Donna. Qué lista es. En la versión original se habla de confianza y me gusta esa traducción, porque la autoestima que está en su sitio, ni demasiado alta ni demasiado baja, pasa por ella. Donna quiso buscar su confianza en un nuevo empleo y todo eso es válido. Cada cual sabe dónde puede hallarla y casi todas las respuestas son correctas siempre que estén amparadas por la Constitución y el Código Penal.

La industria del bienestar es también la de la autoestima. En Bolonia, además de ofrecerse unos tortellini in brodo emocionantes, se celebra una de las mayores ferias de cosmética del planeta. Entre los miles de productos que vi en la última edición de Cosmoprof, recuerdo no más de 10. Uno de ellos era un champú para personas calvas. Cómo olvidarlo. Primero sonreí y luego pensé en quien sufre alopecia o haya perdido pelo por efectos de la quimioterapia; entonces entendí que ese tema tan sensible exige cosmética de la confianza. En Bolonia también encontré tiras adhesivas para elevar el pecho y dentífricos que parecían sérums, o quizás lo eran. Todo eso, pensé, da un velo de seguridad, como lo hacen los labiales, el maquillaje y toda la tradición histórica de productos de belleza. La cosmética es cosa seria y lo más interesante no es su resultado, sino el camino que lleva a él: la elección del qué y el cuándo, el contacto con la piel, ese delicioso egoísmo. Es ahí donde labramos esa confianza y esa seguridad, porque en ese momento no entran los demás, somos nosotros frente a nosotros, nosotros conociéndonos y evaluándonos. La autoestima sería la confianza que sentimos cuando nos miramos al espejo y no necesitamos decir: “Espejito, espejito, ¿soy la más guapa del reino?”, porque sabemos que unos días sí, otros no, y la mayoría qué importa.

Joan Didion, en su ensayo Self-Respect: Its Source, Its Power, traducido en España como Sobre el amor propio, escribió que este “no tiene nada que ver con el aspecto de las cosas, sino con una paz distinta, un tipo de reconciliación privada”. El amor propio y el respeto por uno mismo nutren la autoestima encajada y a ellos se llega tras un análisis de lo que somos. La industria del bienestar se sostiene en esta autovaloración y reforzarla o elevarla; también puede conducir a la inseguridad, pero yo aquí vengo a “hablar de gambas”, como decía la abuela de una amiga cuando quería desviar una conversación que se oscurecía.

La cosmética que me gusta no es la que quiere corregirme, me promete milagros o usa verbos como “cambiar” o “eliminar”. Por eso, cuando leo que en Holbox o Bali hay retiros para subir la autoestima (sic) no puedo evitar que se me escape una sonrisa muy viejaeuropa y descreída. No dudo que estar allí ayude a sentirse bien, pero el ejercicio es más existencial: ¿quién soy? Dicho esto, mañana mismo haría la maleta para participar en un retiro de esos y poder hacerme esa pregunta bajo un cocotero.

*Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones confesas? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.

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