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Una alta costura descafeinada y sin misterio: los primeros desfiles del nuevo escenario coronavirus necesitan mejorar

La semana de la moda más exclusiva del mundo ha celebrado su primera edición digital y no ha cumplido con ninguna expectativa

Viktor & Rolf
Viktor & RolfImaxtree

Hace unos años, no tantos, los medios especializados se preguntaban si el fashion film, esos cortometrajes que fueron sustituyendo paulatinamente al spot publicitario, acabarían sustituyendo al desfile tradicional. Ahora podemos decir casi con seguridad que no, no lo harán. La situación actual, en la que el distanciamiento es obligatorio y la concentración de multitudes un lujo que ni la industria del lujo puede permitir, ha provocado que la semana de la alta costura se haya tenido que celebrar online y, aunque el medio digital posee unas capacidades muchísimo más amplias que las del fashion film, el video se ha impuesto entre las firmas como principal alternativa. Los resultados han sido desiguales.

La otra opción frente a la alternativa on line, mucho más arriesgada era la de no celebrar los desfiles de Alta Costura. Se podrían haber producido las prendas igualmente pero pero envolverlas en ceremonias. A la Chambre syndcale de la Couture et de la Mode, el organismo francés que se encarga de regular según estrictas normas qué es o qué no una pieza de Alta Costura y quién puede llamarse a sí mismo couturier, esta opción le parecía impensable. El show, aunque fuera en digital, tenía que continuar. El problema es que, una vez vistas las presentaciones, quizá la idea de la cancelación no hubiese sido tan descabellada.

Para empezar, porque resulta casi imposible hacer inclusivo algo exclusivo por definición. El secreto (de las clientas, de los precios, de los talleres) es el cimiento sobre el que se basa un negocio, el de la costura, que sigue cumpliendo las fantasías materiales de una élite muy minoritaria y las intangibles del resto de los mortales. Hubo un tiempo no tan lejano en que si se compraban accesorios o cosméticos de una determinada firma era, en parte, gracias al despliegue ostentoso y muy exclusivo de su Alta Costura. Por eso, para que el resto de la maquinaria de consumo funcionara, las casas siempre han jugado a controlar la información: se sabe de qué, cómo y por quién está hecha cada pieza pero no quién la luce y por cuánto; se pueden ver los exquisitos desfiles en redes sociales en directo pero pocos pueden (o podían) acceder a ellos. El misterio y la exclusión es, en gran parte, lo que la convierte en algo tan atractivo.

Esos mismos desfiles, retransmitidos a puerta cerrada y en directo, podrían haber sido una solución más eficaz. Y es la que por la que han decidido apostar, a última hora, Valentino y Margiela. El jueves se esperaban las creaciones en video de sendas marcas; en su lugar, aparecieron invitaciones a desfiles al uso en próximas fechas. Las retransmisiones de pasarelas llevan una década existiendo (desde que Alexander McQueen decidiera hacerlo en 2009) y cumplen su función, la de generar expectación en grandes audiencias que no tienen acceso a la experiencia analógica. Quizá las firmas que tenían la colección terminada (algunos no lo lograron; Daniel Roseberry, director creativo de Schiaparelli, recibió el estado de alarma en Nueva York y aún no ha pisado el taller) podrían haber optado por esa alternativa, que ya es hasta tradicional. En ese sentido, la moda es como la música: el directo en streaming no sustituye al concierto real, pero para los fans es infinitamente mejor que el visionado en bucle de un videoclip. Hay algo de ritual en los desfiles, una mística que los convierte en la única herramienta de la industria de la moda que no ha cambiado en siglos. Por mucho que los tiempos cambien, siguen siendo una ceremonia obligada.

Esa es la razón por la que quizá los que han pasado esta prueba con mayor acierto sean Viktor & Rolf. Además, echaron mano de su recurrente sentido de la ironía: retransmitieron su desfile a la antigua, con las modelos posando una a una en un salón. La voz en off del cantante Mika describía las prendas, relacionándolas directamente con la situación actual. Para el resto, es como si este momento histórico no existiera. Una cosa es que la costura fomente el escapismo y otra muy distinta que dé la espalda al mundo.

No deja de resultar curioso que esta marcas, muchas de fama global, con recursos casi ilimitados y cabezas pensantes al mando, no hayan conseguido hacer cuajar del todo la nueva narrativa.

Ralph and Russo, cuya estética no es precisamente vanguardista, fue la única casa que decidió apostar por la realidad virtual. Giambattista Valli redundó al menos en su identidad, retocando digitalmente metros de tul e Iris van Herpen trató de hacer videoarte con un único vestido. El resto se quedaron más cortos a la hora de desplegar recursos para captar la atención al otro lado de la pantalla. Dior lanzó un bellísimo fashion film que, sin embargo, necesita una explicación posterior, porque desviaba la atención de la colección que se presentaba, y Chanel hizo justo lo contrario: prescindió por primera vez en décadas de sus imponentes e instagrameables escenarios y se limitó a mostrar, con mucho acierto, la exquisitez de las prendas.

Pero, ¿no se podía haber hecho más? ¿no se podía haber hecho, al menos, diferente? No tener lista la colección o no haber contado con los medios físicos en el confinamiento sirve como excusa a medias. Hace siete años se vivió la época dorada del fashion film, que dio lugar a videos virales, a piezas artísticas notables e incluso a buenos cortometrajes. Los hacían Prada y Dior, Proenza Schouler o Gareth Puig, pero también marcas pequeñas con poca logística y mucha inventiva. La Alta Costura, que juega a lo onírico y al derroche, que comunica elitismo y fantasía, no ha sido capaz de repetir la gesta. No le hace falta una nueva colección para hacerlo si hay años de historia detrás que contar. Pero hay que saber contarlos.

Es comprensible que, ahora que la industria está en el punto de mira y haciendo acto de contrición, un terreno tan tradicional y ajeno al común de los mortales como la alta costura quiera seguir siendo relevante. Por eso, y porque está institucionalizado, han optado por continuar su programación. Pero hacen falta ideas, apuestas por los recursos digitales reales y, sobre todo, repensar los términos exclusividad/inclusividad (más si la presentación de los desfiles la hace Naomi Campbell con una camiseta en la que se lee “fenomenally black” pero luego la diversidad racial no se deja ver el resto de días). Cuesta creer que la moda, que tiene, en teoría, la novedad en su ADN, no sea capaz de reinventarse. Pero está demostrando que se mueve más por inercia que por deseo de innovación.

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