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¿Trabajo con artesanos o explotación cultural? Cuando los desfiles de moda son racismo estetizado

Un polémico desfile en Colombia, en donde dos mujeres de la etnia Emberá Chamí fueron puestas en la mitad de una pasarela, detona una interesante discusión en uno de los países que, por décadas, ha creado estrechos vínculos entre los acervos artesanales y la moda.

Una mujer Embera en el ayuntamiento de Medellín (Colombia) en 2022.
Una mujer Embera en el ayuntamiento de Medellín (Colombia) en 2022.Fredy Builes (Getty Images)

Dos mujeres de la etnia Emberá Chamí, una etnia que forman más de 77.000 personas en el territorio colombiano, están sentadas en la mitad de una pasarela de la feria local Eje Moda, en Colombia. Un video presentado en las pantallas de leds del fondo de la pasarela deja intuir que ellas forman parte de un grupo de artesanas que tejieron elementos con los que están hechas las piezas que van a desfilar. Una carga a un bebé. No sabemos sus nombres. No sabemos qué hicieron. Miran al infinito. Permanecen sentadas. Mientras tanto, modelos en vestidos de baño desfilan a su lado sin interactuar con ellas. Esa invisibilidad, ese lugar silente, inerte, casi decorativo a las que las enfrenta la situación, rápidamente se viraliza en las redes sociales y detona serias cuestiones “¿Por qué están ahí?” pregunta la periodista colombiana Luz Lancheros “como florero decorativo, como objetos de exhibición. Cualquier país colonizador con las personas racializadas del siglo XIX”. 

La puesta en escena, según explicó luego la diseñadora de la marca de ropa de baño Madeira Exclusive, tenía la intención de homenajearlas, pero, ¿por qué esto es un homenaje? y ¿necesitan las comunidades indígenas y artesanas en Colombia más homenajes o, más bien, necesitan urgentemente ser vistos como agentes en las mismas condiciones que los diseñadores con los que trabajan? “Dijeron que querían homenajearlas, pero es un acto de racismo. Se dan condiciones para que estas mujeres indígenas sean exotizadas y luego vuelvan a su realidad, sin más. No están siendo partícipes de nada, solamente están siendo instrumentalizadas por un extractivismo cultural que se ha repetido una y otra vez en la moda colombiana, pero también en la moda global”, añade la periodista.

Efectivamente, los mecanismos naturalizados e invisibles que llevaron a la diseñadora, a sus productores, a los directores del evento, a los videógrafos que tomaron el vídeo, a la community manager que subió las imágenes de Instagram a no ver con pasmosa conmoción esta escena habla, en realidad, de un racismo sistémico, soterrado, que parece proponer sin chistar a unos como salvadores de otros; habla de unos mecanismo que, aunque generan indignación, no le son ajenos a la moda misma.  “La moda ha sido abanderada de salvar a un otro que lo necesita y lo ha hecho con una mirada que reproduce el poder mientras piensa que está transformando algo. El problema de esto es que, en realidad, no cuestiona ni mueve las estructuras que marginalizan a las personas, por ejemplo, por la raza, solo las visten de una nueva estética. No están en la calle vendiendo, ni en la tienda de souvenirs: ahora están en la pasarela. Es solo un desplazamiento estético”, explica el profesor Edward Salazar, del doctorado de Estudios Latinos de la Universidad de California y autor del libro Estudios de la Moda en Colombia

Pero asistimos a un momento en donde más allá de los paternalismos y las condescendencias con las que se ha mirado a los otros, parece imperativo preguntarse, después de décadas de trabajo de la moda con comunidades artesanales e indígenas, ¿dónde están los diseñadores indígenas y afros? ¿Dónde están no solo representados sino como representantes de sus pueblos? ¿Por qué a pesar de todo, los mismos siguen siendo los dueños de las marcas? “Si vamos a utilizar todas estas cosas que hacen parte de nuestro relato de diversidad, deberíamos estar pensando otro camino diferente al extractivismo, para que estas comunidades no solo sean proveedoras, sino que puedan avanzar en condiciones iguales de creación”, sentencia la periodista Lancheros. El creador colombiano Juan Pablo Socarrás, reconocido por las Naciones Unidas como diseñador para el desarrollo y quien lleva más de 17 años trabajando con diferentes comunidades artesanales colombianas confiesa que uno de los caminos más difíciles en la moda es transitar hacia la sostenibilidad y hacia la inclusión de comunidades de cualquier tipo: artesanos, indígenas, poblaciones en contexto difíciles. “Es un tránsito que demanda un profundo ejercicio de deconstrucción y de aprendizaje. Por eso cuando veo las imágenes de este desfile pienso: ¡todos hemos pasado por ahí! Todos hemos cometido esos errores. Al principio, cuando empezamos a trabajar con artesanos, todos queremos sacarlos, mostrarlos en el desfile, sin entender que para ellos eso no es necesario, ni grato. Es obligatorio que las marcas que quieran emprender este camino se informen, se asesoren para que su trabajo sea respetuoso”.

Las imágenes de las mujeres Emberá en este desfile desataron una enorme avalancha de críticas porque forman parte de una serie de imágenes que vienen demostrando recientemente que mientras no haya un ejercicio colectivo y muy crítico contra los discursos de marginalización, clase y racismo quizá la moda, como lugar de producción simbólico de sentido, no esté preparada masivamente para abrazar estas narrativas.

Hace unos meses otra marca local de vestidos de baño, Baobab, presentaba su colección en el centro histórico de Cartagena, epítome de lo colonial, poniendo a las palenqueras vestidas con polleras y turbantes blancos afuera, sin acceso al desfile y sirviendo para que invitados y modelos pasaran como en calle de honor, invocando para mucho “ecos esclavistas”. 

“Por este motivo la palabra deconstrucción ha tomado ese lugar tan relevante ¿Qué es lo que hay que deconstruir? la imagen y la mente colonial que nos acompaña. Hay que revisar todas nuestras capas. Si uno no se desapega de esas capas que parecen naturales nunca va a dejar de entender al otro como un extraño”, explica el profesor Salazar quien insiste en que antes de reclamarle cambios a la moda, hay que procurar un cambio individual: “El primer trabajo es personal. Uno tiene que desafiar las estructuras que le acompañan, la clase social a la que pertenece, el color de piel que habita y dudar de la unicidad de su relato, de sus certezas y entender de dónde vienen esas certezas, entender que vienen de unas relaciones de poder que hemos heredado que son coloniales”. Tras casi dos décadas de trabajo con los artesanos, afinando lazos y agudizando protocolos, Juan Pablo Socarrás habla concretamente de trabajar bajo criterios muy claros de consentimiento, compensación y reconocimiento que, por ejemplo, en las etiquetas de las prendas “cocreadas” se reconozca los nombres de quiénes hicieron la pieza, de qué generación son, su región y cuántas horas se gastó en la creación. “Después de estos años de trabajo tengo clarísimo que ellos no quieren, ni nos están pidiendo que los rescatemos, ni que los salvemos, porque ellos tienen claro su modo de vida, según su cosmogonía. Claro que algunos quieren estar en desfiles en París, pero la idea es compartir capacidades y conocimientos para que las comunidades artesanales se vuelvan autónomas y sostenibles en el tiempo y decidan ellas qué quieren hacer”.

Más allá de los aprendizajes que estos desatinos han producido al interior de las marcas locales, la conversación nacional que ha desatado este tipo de eventos, pone de manifiesto que, por lo menos, el universo del gusto y de las imágenes, siempre condenado al más inocuo entretenimiento, empieza a ser visto con relevancia casi política. “Cuando miras los comentarios de la gente y ves cómo reaccionan a las mujeres Emberá o ante discusiones más recientes como las que ha desatado el desfile de Dior en México, hay muchos que piensan: aquí hay algo que está profundamente mal. Hay otra gente que dice: sí, está mal pero se les está ayudando, quisieron estar ahí. Otros dicen: yo no veo el problema, no todos tienen que ser los dueños, lo importante es que participen y se les pague. En esa tensión hay, por fin, una transición en el paradigma de la moda, no hay una sola voz. Ya no hablamos si la moda es frívola o no, al menos hablamos de si la moda es colonial o no, si es artesanal o no, si puede ser feminista, global o nacional. Se está generando un debate importantísimo sobre las imágenes y sobre el gusto que no tenía lugar masivamente antes”, concluye Edward Salazar.

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