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«Se vestían como podían porque ninguna marca quería hacerlo»: así fue la compleja (y lucrativa) relación de la moda con el hip hop

El hip hop cumple 50 años. La cultura que alumbró una estética callejera tan compleja como denostada tardó décadas en entrar en el mundo de la moda. Ahora el peligro es que se olviden sus verdaderos orígenes.

Grandmaster Flash con Debbie Harry en 1981
Grandmaster Flash con Debbie Harry en 1981Cortesía de Fotografiska

Cuando, en 2018, Alessandro Michele, entonces diseñador de Gucci, se ‘inspiró’ en una bomber que había diseñado Dapper Dan 10 años antes, las redes sociales rescataron al sastre afroamericano del olvido y Gucci decidió colaborar con él y reabrir su taller de Harlem 25 años después de que la policía lo cerrara por infringir la propiedad intelectual. Porque Dan, desde 1982, hacía fortuna copiando logos famosos y estampándolos en bombers y pantalones deportivos que vestían Nas, Missy Elliott, Salt-N-Pepa y otros grandes nombres del hip hop de los ochenta y los noventa. “Yo no dicto la moda, yo traduzco la cultura”, solía decir Dan.

No solo porque toda esa cultura en torno al hip hop, de la música a la moda, se base en crear lo nuevo a partir del sampleo o la customización de lo que ya existe; también, y sobre todo, porque como explica la periodista Elena Romero, coautora del libro y comisaria de la exposición Fresh, fly and fabulous: 50 years of hip hop style (Rizzoli), “cuando toda esa gente no era bien recibida en el lujo de la Quinta Avenida, él los trataba como clientes de lujo en su taller”. “Hasta bien entrados los noventa los rappers se vestían como podían porque ninguna marca quería hacerlo. La expresión Shopping while black (ir de compras siendo negro), que se refería a la vigilancia a la que estaban sometidos en las tiendas, era muy real. Los clientes negros eran vetados por el modo en que vestían”, prosigue. De hecho, cuando muchos de estos artistas ya habían alcanzado el prestigio para ser famosos también entre los blancos, siguieron vistiendo de Dan por una cuestión de valores.

Imagen de Queen Latifah, fotografiada por Jesse Frohman en 1990
Imagen de Queen Latifah, fotografiada por Jesse Frohman en 1990Cortesía de Fotografiska

En 2018, el mismo año en que Gucci metía en nómina a Dan, Ralph Lauren lanzaba la colección Stadium, una cápsula de prendas deportivas que era paradójicamente similar al atuendo que en los primeros noventa llevaban los Lo Life, un grupo de latinos y afroamericanos de Crown Heights (Brooklyn) que se hicieron famosos por comprar (o robar) prendas de Ralph Lauren y customizarlas a su antojo. La marca Ralph Lauren, aunque fundada en el Bronx, representaba lo opuesto, y comunicaba un modo de vida privilegiado en un momento en que los yuppies blancos de Wall Street coleccionaban etiquetas de varios ceros. Hasta que llegaron los Lo Life. “Yo iba por el barrio y luego me encontraba a un chaval blanco en la Quinta Avenida vestido igual, pero él lo había comprado, y lo llevaba por motivos diferentes”, contaba uno de los miembros en un reportaje en The New Yorker de aquel año.

Dapper Dan y los Lo Life ejemplifican cómo el hip hop trascendía el estereotipo de la logomanía; no se trataba de acceder a ciertas marcas, sino de darle la vuelta a su poder simbólico, al que no podían acceder por prejuicios sociales, customizándolo, falsificándolo y mezclándolo botas Timberland, gorros Kangol y con prendas (capuchas, pantalones anchos, zapatillas sin cordones) que remitían en el imaginario colectivo al uniforme carcelario o al vandalismo. Pero estos también son ejemplos de que la influencia global de esta estética llevó forzosamente a que se cerrara el círculo: pese a que las enseñas deportivas ya se habían dado cuenta del valor del rap entre las nuevas generaciones (la colaboración de Adidas y Run DMC, en 1986, fue la primera) las firmas de lujo que ellos nombraban en sus canciones desde el inicio les seguían dando la espalda. Hasta que no les quedó otra que rendirles pleitesía, aunque, como apunta Romero, “se sigue metiendo la complejísima idiosincrasia de la estética del hip hop y su evolución bajo un paraguas ficticio llamado ‘moda urbana’ en el que cabe todo”. Un paraguas con el que esta industria ha hecho muchísima caja en los últimos cinco años.

Missy Elliot por Christian Witkin en 1998
Missy Elliot por Christian Witkin en 1998Cortesía de Fotografiska

Ahora que se celebran 50 años de aquella fiesta en una casa del Bronx en 1973 en la que nació el rap de forma improvisada (el DJ, Kool Herc, arañó el disco y empezó a recitar el nombre de los invitados para animar un poco el cotarro); ahora que se ultima la apertura del primer gran museo dedicado a él en ese mismo distrito y ahora, el mismo año en el que un rapero (Pharrell) se ha convertido en el primer músico en ser contratado como director creativo en una gran casa de lujo francés (Louis Vuitton), conviene recordar esa compleja relación que esta industria ha tenido y tiene con la que quizá la subcultura callejera más influyente del mundo.

“La historia no ha hecho una gran labor reconociendo el peso del hip hop en la cultura, en la moda y en el arte”, reconoce Amanda Hajjar, comisaria de otra de las exposiciones que celebran su medio siglo de vida, Conscious, Unconscious, en el museo de fotografía de Nueva York. Hajjar señala los primeros noventa como el punto de inflexión para que el hip hop “se convirtiera en un fenómeno más allá de las costas norteamericanas gracias al auge de la MTV”. Fue entonces, en 1991, cuando Lagerfeld en Chanel, epítome del refinamiento francés, llenó a las modelos con ostentosas joyas con el nombre de la marca esculpido en una placa (el llamado nameplate que ellos llevaban utilizando desde sus inicios). En 1996 Gianni Versace invitaba a Tupac Shakur, nuevo icono del estilo, a la exclusiva fiesta que celebraba su colección masculina, también inspirada en el estilo gangsta y, en el mismo año, Tommy Hilfiger contrataba Aaliyah como imagen global.

Desfile de Marc Jacobs de otoño de 2017
Desfile de Marc Jacobs de otoño de 2017Getty

“A la moda le pilló por sorpresa su popularidad. De hecho, ya habían nacido muchas marcas (Cross Colours, Karl Kani, Ecko…) que pese a facturar millones no tenían cabida en los medios o las tiendas tradicionales, tal vez por quién las compraba y quién las diseñaba”, cuenta Romero. Cientos de miles de jóvenes compraban las firmas creadas o vestidas por sus ídolos, pero no fue hasta 2004 cuando un negro ganó por primera vez un CFDA, el premio del consejo de diseñadores norteamericanos. Se lo llevó Puff Daddy por su marca, Sean John, que ya llevaba una década facturando millones. Nunca se lo ha llevado una mujer afrodescendiente. Y eso que tras el influyente estilo trajeado que popularizó Daddy estaba su entonces pareja, Misa Hylton, una de las estilistas más potentes de la escena femenina, de Mary J Blige a Lil’ Kim. Ellas fueron de las primeras figuras en darle la vuelta al estereotipo de la mujer en dicha escena, hasta entonces cosificado en innumerables videoclips, en una estela de reapropiación de su cuerpo y su sexualidad que llega, por ejemplo, hasta Cardi B. Otra mujer, June Ambrose, fue la responsable de restar agresividad a la masculina, construyendo la nueva imagen de Jay Z o del mismísimo Pharrell, al que en el libro Fresh, fly and fabulous: 50 years of hip hop style califican como “el punto de inflexión de la nueva moda hip hop”, más dulcificado, irónico y deconstruido. Tras 30 años en esto, Ambrose es desde 2022 la directora creativa de Puma. El futuro cercano de Pharrell ya lo conocemos.

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