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Revival naïf: vuelve el pichi

¿Ñoño o adorable? Las colecciones para el próximo otoño invierno resucitan una prenda que no convence a todo el mundo

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Tiene un nombre simpático y retro, casi tanto como "niqui" o "tenis" (en el sentido de "me encantan tus tenis Adidas") y está cargado de connotaciones escolares.

El pichi, ese vestido sin mangas que se lleva encima de una blusa o jersei, volverá a vivir un momento álgido en los próximos meses. Los vimos en el desfile de Chloé para la temporada otoño / invierno que se celebró la semana pasada en París, llevados sobre clásicas camisas blancas y, en versión más pícara y nocturna, sobre un top negros transparente de plumetti. Carven, la firma francesa por la que suspiran las editoras de moda que creen que Isabel Marant ya está demasiado copiada, mostró pichis en versión algo más vanguardista, en colores pastel y tejidos esponjosos, en lo que parecía ser una vuelta de tuerca al estilo Stepword Wives o un intento de despeinar a las heroínas de Hitchcock. También han figurado en las dos sonadas (y vendidísimas) colecciones que ha hecho el nuevo niño mimado de la moda británica, J.W. Anderson, para Topshop y hasta hubo un pichi solitario en la colección de Elie Saab, diseñador dado al lujo y la transparencia, al que jamás hubiéramos relacionado con una prenda tan aniñada como ésta.

En el desfile de Carven, la firma por la que suspiran 9 de cada 10 estilistas, también hubo ‘pinafores’.

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Como las merceditas o el cuello bebé, prendas con las que comparte notas aniñadas y asexuadas, el pichi no es para todo el mundo. Es fácil imaginar, por ejemplo, a Alexa Chung con uno. Y de hecho los lleva continuamente, en todas sus variantes. Hasta se hizo un pichi con un vestido de Marc Jacobs para el último Met Ball, colocándoselo encima de una camisa blanca. En cambio ponerle un pichi a, digamos, Christina Hendricks rozaría el esperpento. 

Ana Uslenghi, argentina afincada en Barcelona y licenciada en Comunicación Audiovisual, confiesa ser de las primeras. "Tengo muchos pichis en mi armario, quizá demasiados. Mi preferido es uno vintage que me regaló mi novio, con cuadro escocés verde y falda tableada". Prata define su estilo como "principalmente sixties" y jamás la cazarían en "unas botas tipo Doc Martens o con pantalones acampanados". Aun así, se asegura de moderar su lado naïf: "Si bien utilizo muchos vestidos que pueden parecer de niña, intento combinarlos con algún toque que los haga más clásicos o actuales, algo que no haga el estilo muñeca muy exagerado". 

Alexa Chung es una fanática promotora del pichi. Incluso se puso uno (aproximado), de Marc Jacobs, en el último Met Ball.

Getty

Entre las alérgicas al pichi las hay que lo asocian a un uniforme escolar no especialmente favorecedor y quienes simplemente no se ven. Patricia Valero, editora a la que es fácil encontrar llevando algún tipo de animal print, toques de cuero y zapatos creepers, no se imagina con esta prenda que en la ficción han lucido Heidi y Dorothy de El Mago de Oz. "El pichi lo veo para chicas petite, sin caderas, planitas. ¡Yo soy una señora con curvas!", dice Valero, que además asegura estar viviendo una transición de estilo a sus 30 y tantos, abandonando todo lo lady por "prendas más cañeras". 

El cine ha utilizado los vestidos pinafore, como se llama a los pichis en inglés, para vestir a criadas, institutrices, lolitas y en general mujeres antes-del-makeover. Audrey Hepburn los lleva, en su versión bata proletaria cuando todavía es una librera y filósofa en Una cara con Ángel (1957), el musical basado en el libreto de George Gershwin, y se los quita cuando se convierte en la modelo del año. Y Fraulein Maria, es decir, Julie Andrews en Sonrisas y Lagrimas, luce unos pichis la mar de recatados en el interregno que le lleva de monja a señora de Von Trapp.

La socialite y coleccionista de arte Dasha Zhukova, con un curioso pichi a dos alturas.

Getty

Pero en defensa de la prenda hay que decir que es fácil sacudirle sus posibles connotaciones ñoñas. No hay más que ver los pichis de Chloé, que podría haber llevado Julie Christie en los sesenta, o los de J.W. Anderson, nada monjiles y que parecen inspirados, como el resto de su colección, en las colegialas británicas malotas que se ponen el uniforme con creepers y se aplican el pintalabios fluor robado en el Boots a la que salen de clase.

Si persisten las dudas, sólo hay que pensar en el primo hermano del pichi, el vestido baby doll. Si bien este ya parte de una base más perversa, es notable su evolución: de prenda infantil al desfile de Saint Laurent, haciendo parada técnica en el armario de Courtney Love.

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