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Animales maltratados y trabajadores que ponen en riesgo su salud: la cara oculta de la industria del cuero

Ahora que los consumidores demandan información sobre de dónde proceden y cómo están hechas sus prendas, el sector de la marroquinería tiene un problema con la transparencia.

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Gettyimages

Parece que ahora casi todas las marcas, grandes y pequeñas, tienen por fin la sostenibilidad en el centro de su discurso. Aunque el concepto en sí mismo engloba tantas cosas que, en muchas ocasiones, se pierde el significado. De hecho, ahora que muchas enseñas están implantando por fin la trazabilidad en sus modelos de producción (es decir, especificando la procedencia de las materias primas y dando datos de su tratamiento), emergen con mayor claridad esos lugares difusos de los que no se proporciona suficiente información al consumidor. La obtención de la lana, a menudo resultado del brutal maltrato a las ovejas, es uno de ellos. El otro gran reto es el cuero.

La semana pasada, PETA publicó una investigación que alertaba sobre la crueldad que oculta la industria de la piel. Los animales se someten a largas travesías en barco sin ser alimentados, muchos de ellos son matados de forma ilegal y muchas de las fábricas donde posteriormente se manejan esas pieles ni siquiera saben su procedencia exacta. El “hecho en Italia, Francia o España” a veces solo indica el lugar de la producción final, no de la cría o de la curtición.

Hoy la mayoría de las firmas marroquineras tratan de trabajar el cuero que procede exclusivamente de animales previamente sacrificados para la industria alimentaria. El problema, nuevamente, es que “solo lo pueden certificar en el mejor de los casos”, dicen desde Leather Working Group, un organismo que busca auditar (y premiar) a los fabricantes cuya materia prima sea 100% trazable.

En el caso de las grandes marcas de lujo, se sabe, por ejemplo, que el grupo LVMH (Louis Vuitton, Dior, Givenchy, etc) realizó el pasado año un informe público en el que documenta cómo se está comenzando a auditar la cadena de provisión de pieles; Kering (Balenciaga, Gucci, Bottega Veneta…) ofrece datos más concretos: se vale de un programa patentado por ellos mismos, Profit and loss, que detalla la huella ambiental que deja cada materia prima e implementa pequeñas mejoras para reducir el gasto. En el caso de la piel, está monitorizando todas las acciones y espera que todo su cuero sea 100% trazable de cara a 2025. La clave para lograrlo está en una práctica que, por raro que parezca, aún hoy no es nada habitual: poner en contacto a los zapateros y marroquineros con las compañías responsables de la alimentación. Si las empresas cárnicas que trabajan de forma responsable colaboran con las de moda, y viceversa, se puede paliar, al menos en parte, el desconocimiento sobre el trato (o mal trato) de los animales.

Aún así, quedan muchos cabos sueltos. Leather Impact Accelerator es otra de las organizaciones que rastrea las zonas ocultas de este mercado e intenta implementar herramientas para la trazabilidad real. “Entre la granja y el producto final hay muchos actores implicados. Un cordero, por ejemplo, puede nacer en una granja, moverse a otra, después a otra y así sucesivamente hasta llegar al matadero. Por ahora hay muy pocos países en el mundo donde estos movimientos sean trazables”, dicen. Porque el problema no deja de ser, en última instancia, el mismo que lleva arrastrando la industria de la moda desde hace dos décadas: la deslocalización de la producción, en busca de mano de obra barata, ha hecho que ahora no se pueda tener información veraz sobre la cadena. De ahí que, en los últimos años, se hayan destapado distintas redes de uso inapropiado de animales: desde la partida de piel procedente de gatos y perros de China a las de cueros exóticos que habían sido obtenidos en cazas furtivas. En la mayoría de los casos, las propias marcas que firman el producto final alegan no tener conocimiento de los hechos.

Un taller de curtición de pieles en Bangladesh
Un taller de curtición de pieles en BangladeshGettyimages

Pero las sombras de la industria del cuero no terminan con los conflictos sobre su procedencia, continúan en la fase de producción. “La mayoría de la curtición, actualmente, se hace con cromo. Es mucho menos contaminante la curtición vegetal, pero conlleva más gasto y el aspecto, con el tiempo, va envejeciendo el bolso. Eso está bien, pero aún hay gente que prefiere que sus bolsos estén como nuevos. Ese resultado solo lo puede dar el cromo, que es como si, de algún modo, plastificaran el cuero”, explicaba Ana Carrasco, directora creativa de la firma española Malababa, en una entrevista reciente con S Moda. El cromo es una sustancia altamente contaminante; no solo por los residuos tóxicos que deja, también por los efectos nocivos que tiene en los curtidores. “La gran mayoría de los curtidores de pieles están en países subdesarrollados del sur de Asia, particularmente en India o Pakistan, y en Sudamérica”, detalla el informe Human’s Rights Watch. La agencia de químicos europea prohibió el uso del Cromo IV en la curtición y la manufactura de productos por considerarse un material potencialmente cancerígeno. Pero esa restricción solo afecta a territorio europeo.

«Cuando creé la marca, encontrar el tipo de piel con las características técnicas, estéticas y sobre todo de calidad que me gustan, fue todo un camino de hallazgos…. no siempre todos buenos», explica Gonzalo Fonseca, álter ego de la firma Steve Mono. «Es un mundo muy complejo y con muchísima variedad de artículos. Los más importante para mi era conocer in situ las tenerías y la forma y procesos de trabajo. Ahí descubres con quien quieres trabajar, y con quien no… No es fácil al principio, la verdad. Y cuando encuentras una buena, que te gusta, y muy reconocida en el sector, ¡también tienes que convencerles a ellos para que quieran trabajar contigo!». En Steve Mono, como en Malababa y otras firmas que producen en proximidad, la curtición vegetal es la alternativa. «Hay pieles de muchos tipos, orígenes, procesos… y, sobre todo, calidades. Cuando conoces a ciertos curtidores por dentro, entiendes el porqué de ciertos precios y ellos te cuentan absolutamente todo, incluido el origen de las pieles, por supuesto».

Hay distintas alternativas, si no para terminar con el problema, al menos sí para reducir su impacto: Leather Accelerator propone crear pequeñas cooperativas granjeras a las que se pague de forma justa (y se evite así el traspaso a otros criaderos ilegales) incentivando su producción. Otras asociaciones reivindican que, de usarse cromo, se utilice reciclado, lo que reduce a la mitad su daño ambiental y de salud. Pero, una vez más, todo se resume a una cuestión de conciencia: no habrá ‘pieles limpias’ si no hay cliente que las demande. «Ya existen certificaciones de todo tipo, y si las tenerías o curtidores están comprometidos con su trabajo, te las ofrecen como un valor añadido. De hecho, cada vez más clientes te piden esos certificados de origen. La gente que paga un dinero por algo quiere saber de dónde viene y cómo está hecho», concede Gonzalo. «Pero como en cualquier otro material, hay otro tipo de pieles de origen más difuso, calidades más bajas… y más baratas. Habrá a quien le interesen, sobre todo por temas económicos», explica. Si en el caso de la ropa, el precio (barato) y los ingentes volúmenes de producción son indicadores de que algo está podrido en la cadena de producción, en el caso del cuero ocurre doblemente.

Buscar productos de curtición vegetal (que, como comenta Ana Carrasco «son más bellos porque envejecen») reduce considerablemente los peligros en el tratamiento. Hay incluso grandes marcas, como Timberland, que instan a sus clientes a dejar que sus botas envejezcan para consumir menos. Y, por supuesto están las firmas que practican el upcycling, reciclando pieles que ya habían sido utilizadas. Si un bolso o unos zapatos de cuero son considerablemente baratos, no se gastan fácilmente y/o tienen un aspecto demasiado rígido, lo más probable es que su origen sea dudoso. Por mucho que en la etiqueta se cite el hecho en España, Italia o Francia.

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