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Por qué Harry y Sally acabaron con la comedia romántica

El verano de 1989 estuvo dominado por el estreno de Billy Crystal y Meg Ryan. Sólo un año después llegaría ‘Pretty Woman’ y desviaría (para mal) el curso de este género.

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2014 es un año de alarmantes aniversarios en la cultura pop. Todos parecen prematuros para cualquiera que haya cumplido los 25. Hace 20 años que empezó a emitirse Friends, 25 de Seinfeld, 10 que se estrenó Chicas Malas, 15 de El Club de la lucha, American Beauty y Matrix. ¿Quién y cuándo apretó fast forward?

De todas esas efemérides que se antojan inverosímiles, una es especialmente dolorosa: los 25 años que se cumplen esta mes del estreno de Cuando Harry encontró a Sally. Dolorosa porque, aunque estos días oiremos muchas veces lo influyente que fue la película de Rob Reiner y Nora Ephron, en realidad el drama es que no lo fue lo suficiente. La película, que protagonizó todo un taquillazo en el verano de 1989 –aguantó perfectamente el tipo ante Indiana Jones y la última cruzada y el Batman de Tim Burton– podría y debería haber resucitado la comedia romántica al estilo Hepburn-Tracy, con personajes verborreicos, entornos urbanos idealizados y una manera deportiva de entender la guerra de sexos. Pero sólo hace falta ver cuál fue el gran éxito en ese género el año siguiente para comprobar que, por desgracia para los aficionados a la rom-com, no lo hizo. Exacto, Pretty Woman.

El filme de Richard Gere y Julia Roberts puede leerse como la anti-Harry: en lugar de seguir testarudamente igual y aprender a aceptarse, los personajes se redimen al final y cambian lo que son para poder estar juntos. Frente a una Sally marisabidilla y emancipada, tenemos a una Vivian (Roberts) que se prostituye hasta que llega un príncipe azul con visa platino y la rescata. Previamente habrá tenido que domar sus rizos aleonados y aprender a vestir preppy. De hecho, Roberts acaba la película con el uniforme del “buen gusto” estándar por excelencia: blazer azul, camiseta blanca y el pelo en una perfecta onda de peluquería. Por el contrario, la melena de Meg Ryan va asalvajándose a lo largo de su película. Ella sí empieza como una verdadera chica bien de la Costa Este y acaba como la perfecta working girl de los 80, permanente incluida. La premisa de la película es “¿pueden un hombre y una mujer heterosexuales ser amigos?”. En Pretty Woman eso ya ni se plantea. La respuesta viene dada de antemano y es un rotundo “no”.

¿Pueden un hombre y una mujer heterosexuales ser sólo amigos? La pregunta, y la película, están de aniversario.

Post-Pretty Woman, el género entró en un bucle de obsesión con todo lo nupcial que empezó con uno de los pobres intentos de revivir aquel éxito (Novia a la fuga, con los mismos protagonistas) y llegó a su culmen en los años 2000, cuando se explotaron hasta el aburrimiento todas las posibilidades en torno a las bodas: grandes bodas griegas, bodas de amigos, de amigas, novias  rivales, novios insulsos, damas de honor, wedding planners y compromisos eternos. En Cuando Harry encontró a Sally la única boda que tiene lugar es la de Jack y Marie, los respectivos mejores amigos de los protagonistas, y acaba con una sonada pelea en la cocina.

Ya en el último lustro, la factoría Apatow se llevó la comedia por otros derroteros y la rom com entró en barrena y sencillamente desapareció, o sólo existió en su versión puramente escapista e idealizada (los personajes de las películas de Nancy Meyers son como los de Ephron pero más dinero, mejores casas y menos recursos verbales) o en plan quirky y metarreferencial –500 días juntos y la próxima They came together, un spoof de las comedias románticas que protagonizan Amy Poehler y Paul Rudd–.

Ni siquiera Nora Ephron, fallecida hace un par de años, consiguió repetir del todo la alquimia de su gran hit. Al sustituir a Billy Crystal por Tom Hanks como galán (en Algo para recordar y Tienes un e-mail) la fórmula quedó irremediablemente alterada. Crystal y Ryan actualizaron el modelo que habían implantado 12 años antes Woody Allen y Diane Keaton en Annie Hall (y que, en su versión más oscura y amarga vertebra las obras completas de Philip Roth): el judío y su shiksa –por usar el término yiddish que designa a la mujer gentil que se casa con un miembro de la tribu y que representa para él el máximo objeto de deseo y el matar al padre (y a la madre)–, el putz, el neurótico aparentemente incorregible y la princesa maniática que “tarda hora y media en pedir un sándwich”, como dice Harry-Crystal en su monólogo final, mil veces plagiado, con resultados menos carismáticos.

Quizá es algo injusto decir que Cuando Harry encontró a Sally no tuvo herederos. Su huella está por ejemplo en Seinfeld, que arrancó ese mismo año. Si bien Jerry Seinfeld y Elaine Benes, ese otro par de residentes del Upper West Side, tienen una respuesta clarísima a 'la pregunta': pues claro que pueden ser amigos. Incluso pueden ser novios, romper, acostarse porque sí, dejar de hacerlo y seguir siendo amigos, narcisista, frívola y profundamente amigos. El ADN de la comedia de Reiner y Ephron está también en otras sitcoms más actuales, como Rockefeller Plaza y The Mindy Project, cuya creadora, Mindy Kaling es una devota del género en general y de Nora Ephron en particular. La rom-com ya sólo vive en la tele. Este verano millones de personas se subirán a un avión, buscarán en el menú de la pantallita algo ligero que llevarse a las retinas y no encontrarán una sola comedia romántica. A no ser que alguna aerolínea tenga a bien programar a Harry y a Sally por su aniversario.

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